HISTORIA DE LA CALANDRIA SORPRENDIDA
HISTORIA DE LA CALANDRIA SORPRENDIDA
Hugo Esteva
Recordarán el papel de la calandria en la corte del pingüino… Porque, en realidad, el pingüino había ido organizando una corte. Bastarda, sí, pero repleta de cortesanas y cortesanos. Que en un ambiente como el nuestro, de inevitable carácter republicano, se debe traducir como llena de alcahuetas y chupamedias.
Dos palabras van a traerles a la memoria el carácter distintivo de la calandria: altiva y mala. Lo de resentida y amiga de lo ajeno va de suyo, ya que basta saber que no tiene canto propio sino que adquiere el de los demás pájaros, según le convenga. Si se recuerda, entonces, la habíamos dejado tiempo atrás desplegando desprecio y buscando poder, dos pecados menores –si se quiere- en medio de lo que toca ver todos los días.
Podrá uno decir muchas cosas de la calandria, menos que se sintiera ilegítima. Nadie como ella se afirmó en su papel, por precaria que haya sido la llegada del pingüino al gobierno. Al fin y al cabo, ella se lo venía bancando toda la vida, más allá de los tan comprensibles paréntesis.
Hay que decir que desde que asumió su papel de dama central de la corte, la calandria creció mucho, muchísimo. Nadie, ni siquiera sus más orgullosos cirujanos plásticos, dudarían de que se ha puesto muy madurona. Y se le nota, especialmente cuando está seria. Por lo que, al margen de esta crónica, nuestras páginas le sugieren la sonrisa, eterna sonrisa; aunque todavía tire un poco, aunque duela.
Pero, además, ha crecido en habilidades políticas. Con lo ligera que es, le saca el cuerpo a lo que no le va y se lo pone a lo que le viene. Será por eso que, últimamente, percatada de los freudianos deslices del pingüino a izquierda, ella ha virado a derechas. Derechas financieras, no confundamos. Y, sin prejuicios aparentes, busca apoyo en naciones y colectividades que aman el bolsillo. A su modo y para sí porque la calandria quiere todo, a cualquier costo.
Así ha llegado al instante previo al salto mortal: la candidatura.
No yerra tanto. Porque otras pájaras –calandrias o de distintas variedades- lo vienen logrando y el momento se presta. Aparte, se ha hecho conocida de una emplumada rubia del Norte y la sigue, quizás sin advertir que la otra es más bicha todavía y es capaz de tragarse cualquier sapo, o de vomitarlo.
Frente al abismo, la calandria ha salido a volar. Lo que no le cuesta. Eso sí, todo lo segura que es cuando salta sobre tierra corriendo a sus congéneres y avanzándolos, puede ser de imprecisa cuando vuela. Porque para volar bien hay que saber más. Si no, pregúntenselo al águila, o mismo al tero.
Hace un tiempo voló hasta Europa. Habrá llegado cansada, pero no se desencajó. O tapó bien el desencaje, porque se la vio a sus anchas. Sonrisas y apretones repartió a patadas, por lo menos donde se los dejaron dar. Sólo puso mala cara cuando vio que le tocaba un discurso que se le iba a la izquierda. Pero, convengamos, le erró cuando eligió una agenda cultural de nuevo-ricos: hubiera ido a mirar los museos de siempre, que vuelven a enseñar cada vez. Pero eso de pasearse oficialmente por la exposición de muebles y adornos que no podían pasar de tales, pertenecientes a un banquero del siglo XIX, sólo se le ocurre a una chica de barrio o a su complaciente canciller. Si uno no leyó nunca nada: ya está, ¿vio?
Últimamente se largó a tierras calientes. Invitada por los paisanos que allí están haciendo fuerza contra las alianzas políticas del gavilán pollero gobernante, y quizás obligada a confirmar las imprudencias que el pingüino comete acá, en sentido contrario al de su aliado en la diatriba y en los proyectos del nunca jamás. ¡Qué cuadro! Gavilán y calandria…, unidos hasta en la diferencia.
A pesar del esfuerzo, los sondeos no le dan del todo a la histriónica calandria. Justo ahora, cuando tardíamente va reconociendo su verdadera vocación artística, frustrada quizás en el lejano Sur donde la confinaron la avaricia y el “no te metás demasiado” del pingüino. Porque hay que verla, está para las tablas: seria hasta la tensión en la plaza de la ex - embajada de Israel, “amicale” con Ségolene Royal, bocona “bongoncera” entre los papagayos y cacatúas del gavilán pollero, así es la dama de las mil caras.
Pero las encuestas no le terminan de dar y el pingüino es de los que no creen ni en su madre… Miren si va a creer en la calandria.
Así las cosas, y a pesar del barullo de los loros “calandristas” y del aparente sometimiento de los gorriones y las palomas subsidiadas, los horneros –discretos, trabajadores, elegantes a su modo y preocupados por el futuro del país- fueron a consultar al tero. Éste, impecable con su traje acerado, chaleco gris, camisa blanca, dudó un instante –no porque temiera, que no es de su genio, sino porque iba a tener que hablar de una mujer- y les contestó:
“Bicho taimado el pingüino, capaz de largas esperas,
Cuando de cobrar se trata cuentas viejas.
A la calandria venía aguantando de hace rato
Porque el hombre se hará el sonso,
Pero vio y sabe, seguro.
Hoy le ha tocado ganar, es quien tiene la manija,
Y juega con la señora como si fuera una hija.
La va perdiendo en aprontes y la cansa en la largada.
La calandria se ha cansado porque esto no se endereza,
¿No será que está pagando tanta antigua disparada?
Siempre ha jugado primera, no perdonó ni un amague.
Pero hoy parece que el bizco quiere darle la sorpresa
De adobarla con aprontes y largarla acarnerada.
Cuidesé la buena moza, no sea que al final del viaje
Le pase como a las chicas, por estirarse el cordaje.
Se preguntarán por qué vuelvo con este cuento. Miren, aunque confieso que la calandria no me gusta, menos me gusta el pingüino. Me parece que la va a joder. Y siempre, siempre es feo ver que se jode a una dama.