El poder del lenguaje
“El
lenguaje es el bien más precioso y a la vez el más peligroso que se ha dado al
hombre”
Friedrich Hölderlin
Poeta alemán
Una de las figuras literarias más importantes de Inglaterra:
el poeta y ensayista, Samuel Johnson, dijo que “El lenguaje es el vestido
de los pensamientos”, y es cierto que la realidad
que nos circunda, es el fruto de nuestro lenguaje y el lenguaje, el resultado
de nuestros pensamientos.
Reiteradamente se ha afirmado que el lenguaje es un cuerpo
vivo que evoluciona, se desarrolla o empobrece con el transcurrir de los
tiempos. No es cierto. El lenguaje es la forma que tiene de expresarse una
sociedad, y se enriquece o se desprestigia al compás de los cambios que
experimentan los individuos que componen la sociedad que se sirve del mismo. De
ahí la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros, según el modo en que
lo utilicemos.
El lenguaje no es simplemente una herramienta, es una
irreprimible necesidad biológica, que nace de lo más profundo de nuestro ser,
de la exigencia irrefrenable que tenemos de comunicar lo que pensamos. Él mismo,
es una encarnación viva e indispensable de la historia, de las visiones del
mundo, de las imágenes y las pasiones de un pueblo.
El lenguaje, no es un objeto en sí mismo, no es una cosa más
entre otras cosas, sino un mediador, un puente de doble dirección entre los
humanos, por el que discurren las ideas, el conocimiento, la capacidad de
reflexionar, el amor y el odio, la ira y la templanza, la afrenta y la
alabanza, la desconsideración y el respeto.
Es la capacidad que tenemos los seres humanos para entendernos
y comprendernos mutuamente, por medio de la reflexión y el razonamiento; por
medio del cultivo del pensamiento y la expresión, que es una de las facultades
que nos distingue del resto de los animales y nos ayuda a convertirnos en seres
civilizados. Por ello, la utilización que hagamos del lenguaje, será una fiel manifestación
del grado de conocimiento y cultura que poseamos.
El propio lenguaje configura las ideas básicas de la persona.
Incluso es capaz de inventar un mundo irreal, imaginario, como hacen los niños,
cuando a través del mismo, se convierten en guerreros o princesas.
No somos nosotros quienes hacemos uso del lenguaje, sino que
es él, el que nos utiliza para decir otra cosa diferente de la que queremos
decir. Para evitarlo, el discurso debe ser capaz de expresar con propiedad la
idea más compleja mediante el empleo de las palabras adecuadas, y en vez de
destrozarlo, tergiversarlo, adulterarlo y prostituirlo, como hacen muchos
políticos, deberíamos aspirar a que fuera la expresión viva del rigor unido a
la sencillez. Al fin y al cabo, es el fiel reflejo de una cultura, que a través
de él, se manifiesta y se transmite.
El lenguaje es la maravillosa capacidad que la Naturaleza ha concedido
a los seres humanos para que estos se comuniquen.
Sin embargo, su flexibilidad y su gran poder tergiversador,
unido a la persuasión o falseamiento del discurso, pueden hacer de la lengua un
arma arrojadiza que algunos políticos utilizan para dividir, afrentar y
enfrentar, para crear la discordia, la insidia y el conflicto, cuando su misión
es la de posibilitar el diálogo, el entendimiento y el acuerdo.
Pero, no. Hay políticos que utilizan el gran poder del
lenguaje, como muro infranqueable. Recordemos lo que nos ha costado a los
españoles el “No, es no ¿Qué parte del no, no ha entendido usted?”.
Otros lo utilizan para sembrar el odio: “España nos roba”, de los
políticos calumniadores nacionalistas, que durante casi cuatro décadas, han
estado extorsionando, desvalijando y dilapidando el dinero de todos los
españoles; “Los españoles son culturalmente atrasados. Me viene la imagen
de un cateto”, que en la TV
vasca que pagamos todos los contribuyentes, pronunciara Miren Gaztañaga, participante
en la película, “El guardián invisible”; “Me entran ganas de
apagar la tele cuando suena el himno español”, “A mi hijo no le
compraría jamás una camiseta de la
Selección española”, “¡Ostras! Me da asco esa
bandera —refiriéndose a la española— es asquerosa”, frases
todas ellas pronunciadas por otros individuos del mismo jaez en el mismo canal
autonómico.
Parece que cuanta más insolvencia cultural atesoran quienes deshonran
a su propio país, mayor es la resonancia y repercusión de sus ultrajes. Y es que no se puede acabar con el dominio de
los tontos, porque son infinitos. Lástima que a sus voces se les preste la
amplificación de la que sin embargo carecen hoy día, nombres de la talla de
Miguel de Unamuno, cuando dijo:
-
“Yo soy vasco y por eso, doblemente
español”.
No me parece que sea necesario interpretar el ánimo y
sentimientos que dan origen a estas palabras:
-
«MI abuela servía a señoritos y hoy su nieto está en
el parlamento cagándose en sus muertos».
Pablo Iglesias, a quien distintos medios le esta frase tan docta,
de la que cabría deducir la profundidad, nobleza y espíritu de reconciliación de
su magisterio político, entiendo que cuando la pronunció, no debería referirse
a los muertos de su abuela, sino a los de los señoritos a los que ella servía, que
son los que le dieron un empleo y recursos para vivir. De ellos hablaba al
presentar a un grupo rockero notorio por su apología del terrorismo y su culto
al odio y la violencia.
Estos delirios de odios políticos y falsedades orquestadas
por parlamentarios, cuya única oferta al electorado es la implantación de una
sociedad basada revanchismo, el desquite y la represalia, es inconcebible en un
país en el que no se haya implantado el paraíso socialista, al que son tan
adeptos comunistas y separatistas como Rufián, Tardá, Garzón, Otegui, o
cualquier prosélito de las CUP.
Disienten y disputan por la ostentación del poder entre
ellos. Sin embargo, más allá de sus ambiciones personales, más que estar, se
sienten indisolublemente unidos por el cíngulo de su odio irracional, cuasi
religioso, que le profesan a España. A la España madrastra que ellos han prefabricado con
sus medias verdades, mentiras obscenas, e invenciones desvergonzadas.
A unos les mueve el privilegio insatisfecho, a otros el
agravio comparativo. La culpa es siempre de una España, que una vez destruida,
los “liberaría” de sus miserias.
No saben, los que así piensan y se comportan, que el cáncer
del que acusan siempre a otros, lo llevan ellos en lo más profundo de sus
entrañas, inoculado desde su más tierna infancia, por su entorno familiar,
social o educacional, y que como cualquiera que padece una enfermedad exterminadora,
ellos serían las primeras víctimas.
Resulta muy doloroso constatar que
aún siguen vigentes las palabras de Otto von Bismarck, autor de la unificación
alemana, cuando dijo: “España es el país más fuerte del mundo, los
españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido”.
César
Valdeolmillos Alonso