No es
la primera vez que Benedicto XVI cita a un rabino en sus discursos o
dialoga con él en sus escritos. El primer caso fue el de Jacob Neusner,
rabino de Nueva York, a quien el Papa ha recibido junto a su familia y
con el que ha conversado cara a cara con verdadera amistad, tras haber
comentado sus reflexiones en torno a Jesús.
Ahora el citado ha sido el gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, a
propósito de su tratado sobre los riesgos que hoy corre la familia en
las sociedades occidentales, y sus consecuencias para la civilización.
En uno de los discursos de mayor calado y que genera más expectativa, el
pronunciado ante la Curia Romana con motivo de la Navidad, Benedicto
XVI ha querido apoyar su reflexión sobre la actual batalla por la
familia en los estudios de un judío. De esa forma envía un triple
mensaje: la cuestión de la familia es en primer lugar una cuestión de
razón accesible a todos, pero la tradición judeo-cristiana ha alumbrado y
plasmado su formulación de modo insuperable; la Iglesia no quiere dar
esta batalla en soledad y busca, cuando es posible, interlocutores y
amigos que puedan sostener la verdad esencial de la familia; y por
último, el caso francés provoca especial alarma por la capacidad de
influencia cultural que nuestro vecino del norte ha demostrado en la
historia. El proyecto de matrimonio homosexual pergeñado por Hollande ha
provocado, de hecho, una inusual tensión en la historia reciente entre
la laicísima República y la Iglesia gala.
Pero ¿por qué ha elegido el Papa este tema para un discurso tan
esperado? Benedicto XVI nos lo explica con una frase rotunda: "en la
lucha por la familia está en juego el hombre mismo". No se trata de
defender una serie de valores tradicionales, aislados del conjunto, como
si de una obsesión se tratara. El Papa ha querido señalar en este
discurso lo que es, a su juicio, el corazón de la crisis de nuestra
cultura: la cuestión sobre lo que es el hombre y cómo puede vivir de un
modo justo, cuestión que se refleja de modo transparente en el
desmontaje de la familia operado desde los años sesenta del pasado siglo
por poderosas fuerzas culturales y políticas.
En un primer paso Benedicto XVI aborda de un modo tan brillante como
afilado la cuestión de la relación entre libertad y vínculos, la
incapacidad creciente de nuestra cultura de aceptar los vínculos
estables como un bien que permite la realización personal. Un vínculo
para toda la vida, se pregunta el Papa, ¿está en conflicto con la
libertad? Él mismo avanza una respuesta: "el rechazo de la vinculación
humana, que se difunde cada vez más a causa de una errónea comprensión
de la libertad y la autorrealización, y también por eludir el soportar
pacientemente el sufrimiento, significa que el hombre permanece
encerrado en sí mismo". Sin embargo "el hombre sólo logra ser él mismo
en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los
hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre
la amplitud de ser persona humana". La consecuencia existencias
(personal y social) del rechazo a los vínculos es que "desaparecen
también las figuras fundamentales de la existencia humana: el padre, la
madre, el hijo; decaen dimensiones esenciales de la experiencia de ser
persona humana".
Pero la andanada más señalada por la gran prensa (no podía ser de otro
modo) se refiere a la llamada ideología de género (gender) y aquí es
donde el Papa camina del brazo del rabino Bernheim. Según esta filosofía
el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre
debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un rol sobre el que
cada uno debe decidir autónomamente. Benedicto XVI califica como
falacia esta teoría y la revolución que conlleva. El hombre niega tener
una naturaleza preconstituida por su corporeidad, y pretende crearla él
sin otra referencia que su propia voluntad. Y retomando la idea que
expresó en el Bundestag, sostiene que "la manipulación de la naturaleza,
que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se
convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo".
Ya es evidente que el Papa ha decidido entrar en el volcán, allí donde
casi nadie se atreve hoy a meterse puesto que el resultado más
predecible es salir convertido en ceniza. Si se rechaza la dualidad de
hombre y mujer como dato de la creación, "entonces tampoco existe la
familia como realidad preestablecida por la creación, y en este caso,
también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y
la particular dignidad que le es propia".
En el fondo asistimos a la mayor impugnación cultural producida en
veinte siglos a la página inicial del Génesis, la relación entre la
filosofía del gender y el ateísmo proactivo de diversos centros de poder
occidentales es evidente para el Papa. "Allí donde la libertad de hacer
se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega
necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre
como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado
en la esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el
hombre mismo".
Un corolario fulminante para cerrar esta parte del discurso: "cuando se
niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre", y por el
contrario, hoy puede verse mejor que la tarea de abrir el camino a Dios
está íntimamente conectada con la causa de la dignidad del hombre.
Impresionante discurso que merece atención y compromiso.
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