LA REVISTA DEL FORO
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viernes,
20 de septiembre de 2013
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DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE
FILOSOFÍA PRÁCTICA ACERCA DE LA VIGENCIA DEL BUEN SAMARITANO
DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE
FILOSOFÍA PRÁCTICA
ACERCA DE LA VIGENCIA DEL BUEN
SAMARITANO
El signo de los tiempos es la
violencia. “la violencia revela el mundo de los pobres, ella es el grito
de una terrible sed de justicia. Para responder a ese ‘grito’ es preciso
otra cosa que la caridad evangélica. La parábola del ‘Buen Samaritano’ es
el estado artesanal de la caridad. El Evangelio debe hoy tomar cuerpo en
un gran proyecto político”
Père Jean
Cardonnel
I.-
Como enseña Aristóteles, para argumentar en los tres
géneros de discursos (deliberativo, forense, epidíctico), es útil servirse
como ejemplos de hechos históricos (sucedidos), o de inventos (parábolas y
fábulas). Cristo nos deja permanentes enseñanzas en la Parábola del
Buen Samaritano. El tema es la projimidad, pues responde a la
pregunta de un legista: ¿quién es mi prójimo? El relato es muy sencillo:
bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y fue asaltado por unos bandidos
que le robaron todo lo que tenía y lo dejaron medio muerto a la vera del
camino. Pasaron por allí dos personajes religiosos que iban al templo, un
sacerdote, y un levita, y siguieron de largo. Después pasó un samaritano,
quien al verlo se conmovió, bajó de su cabalgadura y se ocupó de la
víctima tratando sus heridas con vino y aceite. Después, cargó al herido
sobre su caballo y lo condujo a un albergue, donde lo atendió, pero como
debía seguir su camino, lo encomendó al posadero y le dejó un dinero,
prometiéndole pagar a su retorno lo que gastase de más (Lucas, 10,
29/36).
Sólo un
mentecato como el P. Cardonnel, discípulo del mucho más conocido fray M.
D. Chenu O.P., puede acusar a la Parábola de obsoleta, obsolescencia que
se extiende hasta a la caridad con el prójimo
individual.
II.-
Examinemos
el texto: al costado del hombre herido pasan de largo dos hombres
religiosos, ocupados del culto. Hombres egoístas, que dan un rodeo y no se
detienen para auxiliarlo. Por eso, se dice que “todos los santos son
religiosos pero que no todos los religiosos son santos”; es el caso de
estos y de tantos otros. Al ocuparse del culto sin misericordia, sin
caridad, vacían al mismo culto de su espíritu. Ya el profeta Oseas había
señalado: “Quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios más que
holocaustos” (6, 6).
Luego
Cristo hace aparecer en escena a un samaritano, un hereje, un disidente,
despreciado por los judíos, quien auxilia al herido, presumiblemente
judío, pues al contemplar su estado deplorable, advierte que tiene
necesidad de él, pues, más allá de quien sea, se ha transformado en su
prójimo.
Y le
pregunta al legista ¿quién de los tres fue prójimo de la víctima? Responde
éste sin pronunciar la mala palabra samaritano: “El que practicó la
misericordia con él” (Lucas, 10, 37).
Este
castigo en el orden del espíritu a los doctores de la ley, a los fariseos,
a los sacerdotes y levitas, es mucho más grave que los azotes a los
mercaderes del templo. El paradigma del samaritano
parecería hasta algo cruel, reñido con la afabilidad; pero era necesario
para aplastar la soberbia de los dirigentes judíos, de los cuales hoy,
muchos rabinos, son fieles continuadores.
III.-
Saint-Exupéry también tiene su
buen samaritano; se llama “beduino de
Libia”. Después del accidente, que acaba con su travesía aérea
París-Saigón, caminan con su mecánico sin rumbo días y noches por el
desierto, y a punto de morir de sed, un beduino los encuentra, y no da un
rodeo para seguir de largo, como los religiosos judíos, sino que se acerca
a ellos.
El
escritor relata el encuentro: “El árabe nos ha mirado sencillamente. Ha
colocado sus manos sobre nuestros hombros y le hemos obedecido. Nos hemos
tendido. Ya no existen ni razas, ni idiomas, ni fronteras… Sólo existe
este nómade pobre que ha colocado sobre nuestros hombros sus manos de
arcángel… bebemos con la cabeza en el balde como terneros”.
Después
viene un maravilloso canto al agua, para luego dirigirse al samaritano de
las arenas: “Respecto a ti que nos salvas, beduino de Libia, tú te
borrarás, sin embargo, para siempre de mi memoria. No me acordaré nunca
más de tu rostro. Tú eres el Hombre y apareces con el rostro de todos los
hombres a la vez. Nos miraste de hito en hito y en seguida nos
reconociste. Tú eres el hermano bienamado… Te reconoceré en todos los
hombres… Te me apareces bañado de nobleza y de bondad, gran señor que
posees el poder de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos,
caminan en ti hacia mí. Y ya no tengo un solo enemigo en el mundo”
(Terre des hommes, VII).
IV.-
También
nosotros en pleno verano, tuvimos la experiencia del buen
samaritano.
Era un día tórrido y entre San Miguel del Monte Gárgano y Las Flores, se
descompuso el auto en la Ruta 3, camino al campo al cual llevábamos hijos
chicos y algún amigo de ellos.
Hace
tiempo, pero ya comenzaba la inseguridad en los caminos. Estuvimos como
tres horas al rayo del sol pidiendo ayuda. Es posible que en ese tiempo
habrá pasado algún sacerdote, que nos bendijera desde su vehículo con aire
acondicionado; incluso tal vez pasó algún laico consagrado, que tampoco se
detuvo; estarían apurados para llegar con puntualidad a alguna reunión de
pastoral social o a alguna convivencia.
Hasta que
¡por fin! se detuvo un auto último modelo. Un samaritano, un psiquiatra
que se dirigía a Rauch y que por su apellido era judío, nos llevó al
taller mecánico más próximo, mientras los chicos esperaban en el auto.
Gozábamos del aire acondicionado y el médico, nos confesó: “Mire, señor,
paré porque me conmovieron las criaturas, veía la angustia en sus ojos.
Nuestra convivencia está arruinada y no se puede levantar a cualquiera”.
V.-
Pero ahora
viene lo importante que queremos compartir con socios y amigos. Algo a la
vez heroico, trágico, siniestro y ejemplar que sucedió en Bergamo, Italia,
hace pocos días, aquí silenciado por los diarios, las revistas y la TV,
que sólo muestran las basuras que habitan las almas de sus dueños y
periodistas.
En primer
lugar, lo heroico. Un hombre casi muerto, un indio, yacía tendido
en la calle; una joven médica, Eleonora Cantamessa, quien pasa al lado en
auto, lo ve, no se hace la distraída, y baja para asistir al herido.
En segundo
lugar, lo trágico: un auto ocupado por cuatro compatriotas del
herido, y del cual habían partido las primeras agresiones, avanza y mata a
la médica y a su asistido.
En tercer
lugar, lo siniestro. El conductor del auto es hermano del
malherido. La historia de Caín y Abel se repite una vez más.
En cuarto
lugar, lo ejemplar, lo paradigmático: la reacción de la madre de la
muerta, con la cual se solidariza el resto de la familia.
Iremos por
partes. Como reflexión general respecto al caso, que también sirve para
los argentinos, afirma la escritora Susana Tamaro: “Destruida la familia y
marginada la Iglesia, restan impotentes las fuerzas del orden y no queda
otra cosa que la ley de la selva” (Se il Bersaglio Diventa il Buon
Samaritano, Corriere della Sera, Milán, 10/9/2013).
Respecto a
la cuestión, destacamos en primer lugar, la respuesta de la madre
de la médica, Mariella Armati, mujer de fe robusta, a la requisitoria
periodística, que Fabio Finazzi califica con razón, de “estúpida e
impiadosa”: ¿perdona al asesino? No me siento para hablar de perdón. El
perdón espera al Padre Eterno”.
Pero la
madre fue más allá y se constituyó en continuadora del legado de su hija
muerta: “Nos han dicho que el indio socorrido por Eleonora tenía
cuatro hijos. No puedo no pensar en estos cuatro chicos Tal vez tengan
necesidad de ayuda. Queremos ayudarlos, incluso económicamente” (Dalla
Mamma della Samaritana un aiuto che vale più del perdono, Corriere
della Sera, Milán, 12/9/2013).
Generalmente son los hijos fieles
quienes siguen el legado de sus padres. Pero aquí son los padres quienes
continúan la obra de la hija muerta.
Ya
Saint-Exupéry había advertido la misteriosa permanencia de los muertos:
“Conocí hijos que me decían: ‘Mi padre murió sin terminar de construir el
ala izquierda de su morada. Yo la construyo. Sin terminar de plantar sus
árboles. Yo los planto. Mi padre, al morir, me legó el cuidado de
proseguir más lejos su obra. La prosigo. O de permanecer fiel a su rey. Yo
soy fiel’. Y en esas casas no sentí que el padre estuviese muerto”
(Citadelle, CCXIX).
Esa madre
modelo tiene el valor de escribir una carta maravillosa en recuerdo de la
hija ausente: “para ella la medicina no era un trabajo, sino una
misión. Me lo hace pensar y más me convenzo que para ella Dios había hecho
un proyecto preciso que ella ha aceptado y que ha llevado adelante
cumpliéndolo hasta el sacrificio de la vida. Su enorme sensibilidad la
inclinaba naturalmente hacia los más humildes. Vivía la caridad… Ha
muerto mientras yo en casa, como todas las tardes, rezaba el rosario…
Quiero llevar adelante la misión y el sacrificio de Eleonora, para hacer
llegar a todos su ‘mensaje’, la herencia que nos deja. Pienso todavía en
los cuatro chicos huérfanos. La justicia debe seguir su curso. Creo, en
vez, que la Divina ya ha proveído con su misericordia”.
“Existe
una imagen que me quedará en la memoria. La imagen de ayer a la noche
cuando tres indios, quienes como los reyes magos, subieron por la escalera
de nuestra casa antes de la vigilia fúnebre. Llevaban un cirio encendido.
Bañados por la lluvia, turbados, habían preparado un discurso pidiendo
perdón para explicar que había indios buenos y malos. Los abracé
interrumpiendo el discurso, diciéndoles que no había necesidad, que mi
hija había bajado del auto no sólo por deber sino sobre todo por
amor”.
Aboga
por los marinos italianos presos en la India con la esperanza de que
alguien, en ese lejano país, lea la historia de su hija y reflexione.
Aparece aquí, el espíritu de solidaridad patriótica, “el recuerdo de los
familiares de nuestros queridos marinos que en sus casas lloran a la
espera de su retorno”.
Concluye
la carta: “Gracias Eleonora. Casualmente elegí para vos ese nombre.
Luego, el ginecólogo que te ha ayudado a venir al mundo, quien había
trabajado en Medio Oriente, me ha explicado su significado: deriva del
hebreo, ‘el’, ‘nur’. Luz de Dios” (Corriere della Sera, Milán,
13/9/2013).
VI.-
Hace años
y con relación al periodismo “una de las clases menos cultas de la
sociedad”, escribía José Ortega y Gasset: “Cuanto más importancia
sustantiva y perdurante tengan una cosa o una persona, menos hablarán de
ella los periódicos, y en cambio, destacarán en sus páginas lo que agota
su esencia por ser un suceso y dar lugar a una noticia” (Misión de la
Universidad, en Obras Completas, Revista de Occidente, Madrid, T. IV,
p. 352).
Este periodismo superficial, pero además basura,
reina entre nosotros. Una prueba es la carta de lectores, publicada por
Luis Lefèvre, en La Nación, del 8/8/2013, en la cual se refiere a
un programa de televisión conducido por Samuel “Chiche” Gelblung, quien
dirigía un panel que analizaba la agonía de Ángeles Rawson, otra víctima
de la “masacre por goteo”, señalada por Diana Cohen Agrest, con
aportes de la última autopsia. En el mismo, el conductor, pérfido y
canalla, sin el menor respeto por el dolor ajeno, sin importarle la
seriedad del asunto, hizo un chiste sobre el tema, festejado a carcajadas
por los panelistas. “Gelblung agregó otros comentarios en pos de
obtener más risas, lo que logró, y fue festejado ruidosamente… los
episodios hilarantes se reiteraron por lo menos en dos ocasiones. Y no sé
si hubo más porque cambié de canal asqueado”. Compartimos el asco.
Al matutino La Nación, que dedicó hace muy
poco tres páginas de su revista dominical al matrimonio “dink”,
monumento al egoísmo de a dos, junto a su socio Clarín y a toda la
televisión de uno y otro bando, y a la mayoría de las revistas y radios,
les molesta todo lo que aquí brilla, todo lo que es ejemplar y transmite
paz y admiración: el amor auténtico, la caridad, el heroísmo, la
solidaridad, la responsabilidad. Es por ello que es incapaz de dedicar
diez renglones a esta maravillosa historia de amor.
Vaya pues hoy nuestro homenaje a esta médica
hipocrática, cristiana ejemplar, a su madre, a toda su familia, extensivo
a todos los mártires que en estos días ofrecen su vida por Cristo en
Siria, en Irak, en Egipto, en Sudán, en Pakistán y en tantos otros lugares
del mundo ante muchos silencios incomprensibles.
Buenos Aires, septiembre 19 de 2013.
Juan Vergara del
Carril
Bernardino Montejano
Secretario
Presidente