La Caridad sin Verdad sería ciega, La Verdad sin Caridad sería como , “un címbalo que tintinea.” San Pablo 1 Cor.13.1
martes, enero 31, 2017
Los K también guardaban en el colchón: Los dólares escondidos en el sommier de Olivos
Cuentan que el dinero guardado en la cama del dormitorio de Olivos le
quitaba el sueño a la empleada que debía ordenarlo todos los días.
Por Urgente 24
Los K también guardaban en el colchón: Los dólares escondidos en el sommier de Olivos
A la vieja usanza, el matrimonio K también habría guardado plata bajo el colchón de su dormitorio.
“Montones de dólares, en fajos prolijamente parejos, estaban
escondidos entre el sommier y el colchón donde cada día dormían Néstor y
Cristina Kirchner”.
La anécdota la reconstruye Pablo de León en su columna de este lúnes
en el diario Clarín en base al testimonio de la mucama que solía ordenar
el dormitorio principal de la quinta de Olivos, en la que probablemente
hoy duerman Mauricio Macri y Juliana Awada.
La nota menciona la angustia de la empleada que temía que algún día
la pudieran culpar por un faltante. “‘Me pueden culpar a mí si les falta
algo’, repetía sin consuelo”, describe el autor.
A esta altura ya es legendaria la presunta devoción de los Kirchner
por el dinero en efectivo. Por los billetes. Y el episodio del colchón
es tan descriptivo de esa afición como aquellas imágenes de Néstor
Kirchner revelando su “éxtasis” ante una enorme caja fuerte.
Un dato curioso: la nota de de León, que incluye otras anécdotas
sobre los usos y costumbres de los Kirchner en Olivos, fue incluída en
la síntesis de Prensa Nacional de la Cancillería.
Rusia asegura que el Gobierno quiere comprar más de 15 aviones de guerra
Se trata del caza MiG-29, una aeronave integrada en las Fuerzas Aéreas de más de 30 países
Viernes 27 de enero de 2017 • 22:19
El
director adjunto del estatal Servicio Federal de Cooperación
Técnico-Militar (SFCTM) de Rusia, Anatoli Pinchuk, anunció que el
gobierno argentino tiene la intención de comprar más de 15 cazas MiG-29
de fabricación rusa.
"La Argentina nos ha remitido ofertas
comerciales para la compra de más de 15 cazas MiG-29. Estamos preparando
la respuesta", dijo Pinchuk a los periodistas durante la presentación a
la prensa de nuevo caza MiG-35 en las afueras de Moscú.
No es
primer país de la región que está interesado en adquirir este tipo de
aeronaves. Moscú también espera ganar el concurso público convocado por
el gobierno de Colombia para comprar cazas, al que ha presentado el
legendario MiG-29, un avión integrado en las Fuerzas Aéreas de más de 30
países de todo el mundo.
También
Perú, agregó Pinchuk, podría comprar otra partida de esos aparatos, un
avión de guerra de cuarta generación y uno de los cazas más eficientes y
seguros del mundo. La Fuerza Aérea de Perú ya cuenta con aviones de ese
modelo y "sobre la base de su experiencia en su explotación, están
tomando la decisión sobre la compra de otra partida", explicó el
funcionario ruso.
Durante una visita a Moscú realizada el pasado
mes de septiembre, el ministro de Defensa argentino, Julio Martínez,
manifestó el interés de la Argentina en la adquisición, con
transferencias de tecnologías, de rompehielos, lanchas, cazas y aviones
de instrucción. Agencia EFE
Las matanzas a obreros y el terror comunista: lo que Ahora Madrid parece ignorar sobre la Revolución Rusa
Las luchas de Febrero de 1917 alcanzaron
oficialmente los 1.382 fallecidos (869 eran soldados) a causa de
tiroteos con la policía, fuego cruzado y accidentes con armas y
explosivos. Pero aquello solo fue la antesala del auténtico horror y de
la posterior guerra civil, con millones de muertos, entre el «terror
rojo» y el «terror blanco»
Todas
las revoluciones acostumbran a ser violentas por definición. Porque una
revolución significa levantarse contra alguien que no quiere moverse
por las buenas. Y porque una revolución es el fracaso de las soluciones
pactadas, siendo el momento de que los extremos muevan sus piezas. De
ahí que sea tan fantasioso pensar –como dijo este lunes en una comisión
municipal el concejal de Economía de Manuela Carmena– que la Revolución rusa se resolvió con solo «cinco personas muertas, cinco». Sobre todo en un país tan excesivo como Rusia, a medio camino entre occidente y oriente; y a medio camino entre la modernidad y la brutalidad.
Ya
en 1905 se habían producido unos sucesos revolucionarios, con más de
500 personas asesinadas por las tropas del Zar ante el Palacio de
Invierno de San Petersburgo
Las postreras purgas que se sucederían con Joseph Stalin,
uno de los dictadores más sangrientos de la historia, convirtieron en
un juego de niños la brutalidad de la Revolución rusa y la represión
desencadenada con el ascenso bolchevique y la posterior Guerra Civil. Pero no lo fue ni mucho menos, porque en Rusia todo se hace a la tremenda. Las sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial,
el atraso de sus infraestructuras, la sangría de muertos (1.700.000
muertos), la hambruna y la caída en picado de la economía rusa abonaron
el terreno para la revolución contra el Zar Nicolás II.
De hecho, ya en 1905 se habían producido unos sucesos revolucionarios,
con más de 500 personas asesinadas por las tropas del Zar ante el
Palacio de Invierno de San Petersburgo, que iba a ser el preámbulo de la Revolución de 1917.
De aquellos polvos estos lodos. El invierno entre 1916 y 1917 fue el más duro de la guerra. Como explica Catherine Merridale en su libro «El tren de Lenin» (Crítica), al amanecer del primer día de 1917, la policía de Petrogrado halló en un río helado el cuerpo mutilado de Rasputín,
consejero privado del Zar y de la zarina Alejandra, odiada por el
pueblo a causa de su afinidades germánicas. «Se besaban unos a otros en
las calles, y muchos fueron encender cirios a Nuestra Señora de Kazán», narró entonces el noble y diplomático Paléologue sobre la reacción a la muerte de Rasputín.
El asesinato demostraba que la Familia Real y su entorno estaban más
aislados y desprotegidos de lo que a primera vista parecía.
Los obreros se echaron a la calle en esos días. 1916 se saldó con 234 huelgas políticas
en las ciudades rusas, mientras que en los dos primeros meses del
siguiente año se registraron un millar. El mes de febrero, una
manifestación de mujeres trabajadoras a la que le siguió una huelga
espontánea de los trabajadores de las fábricas de la capital, Petrogrado,
derivó en enfrentamientos con la policía. Se produjeron decenas de
muertos, muchos de ellos entre la propia policía. El peor enfrentamiento
tuvo lugar en la plaza Znamenskaya, donde al menos 40 personas fueron abatidas y se produjo un número similar de heridos.
La Revolución de Febrero fuerza la abdicación
El
27 de febrero las manifestaciones desembocaron en una insurreción
cuando estalló una rebelión en el seno del Ejército, harto de que se les obligara a abrir fuego contra civiles desarmados. Así, el primero en sublevarse fue el regimiento Volhynsky,
al que le siguieron la mayoría de las unidades acantonadas en la
ciudad. En su huida, muchos soldados debieron enfrentarse a sus
superiores e incluso abrir fuego contra ellos. Unos 25.000 se unieron
ese día al bando revolucionario, mientras eran asaltados varios
arsenales del Estado. Los manifestantes también se estaban armando.
El levantamiento dirigió sus objetivos contra la prisión de Kresty,
los tribunales de justicia y los arsenales de artillería. «La multitud
ofrecía un aspecto curioso, casi grotesco. Soldados, obreros,
estudiantes, vándalos y delincuentes liberales deambulaban sin rumbo
fijo formando grupos independientes, todos armados, pero con una
insólita variedad de armas», diría Stinton Jones, un
observador británico, sobre lo que se convirtió en una ciudad en llamas.
No llevar una bandera roja, aunque fuera un trozo de cinta en el
sombrero, equivalía a ser policía o espía, y a ser el objeto de las
balas sin que cupieran las preguntas
La insurrección desembocó en la disolución del gobierno imperial y en la creación del famoso Sóviet de Petrogrado, cuya sede en el palacio de Potemkin (ocupado en el otro ala por el Comité de la Duma)
sirvió de prisión para miles de soldados y funcionarios, muchos de
ellos temblorosos ancianos, todavía afines al Zar. Al gobierno
provisional le preocupaba en ese momento cómo iban a recibir estos
sucesos revolucionarios los soldados que seguían combatiendo en la
Primera Guerra Mundial y cómo ibana acontrolar a la masa de soldados
sublevados que seguían sembrando el caos por la ciudad. En tanto, los
últimos fieles al Zar Nicolás II preparaban un contraataque a cargo del general Ivanov, cuyas órdenes eran las de aplastar la rebelión a cualquier precio.
Frente a los movimientos dubitativos de la Duma (controlado por un Gobierno provisional), el Sóviet de Petrogrado
fue adquiriendo mayor poder cuando la abdicación del Zar dio paso a la
república. En un intento desesperado por salvar a su familia, Nicolás II
abdicó a favor de su hermano menor, el Gran Duque Miguel, quien a su vez rechazó el trono y dio el golpe de gracia a los Romanov.
Si bien la inesperada salida de Nicolás II
había evitado un baño de sangre mayor, la cifra de muertos alcanzó
oficialmente los 1.382 fallecidos (869 eran soldados) a causa de
tiroteos con la policía, fuego cruzado y accidentes con armas y
explosivos. La cifra no sería baja en ningún país, salvo en la Rusia
revolucionaria.
En abril de 1917, el líder exiliado de los bolcheviques, Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, viajó de regreso a Rusia en un tren, siendo parte de un arriesgado plan prusiano para que Rusia, al fin, se retirara de la Primera Guerra Mundial.
Solo un elemento tan extremista como Lenin –pensaban los servicios
exteriores alemanes– podía hacer cambiar de opinión al gobierno
provisional y al Sóviet de Petrogrado, partidarios de continuar la
guerra. «Pedir al Gobierno Provisional que concluya una paz democrática
es como predicar la virtud a la encargada de regentar un prostíbulo»,
afirmaría el líder bolchevique.
Hasta su llegada los bolcheviques
se habían mostrado incapaces de llevar la revolución a otro nivel y
compartían, resignados, el protagonismo obrero con otros grupos
socialistas igualmente respaldados a nivel social; si bien años después
las crónicas comunistas exagerarían el papel bolchevique en estas
primeras jornadas revolucionarias.
La llegada de Lenin no tardó
en radicalizar el movimiento bolchevique. El líder exiliado criticó que
su propio grupo hubiera permitido que los sucesos de febrero condujeran a
una revolución liberal y a un gobierno provisional de carácter burgués.
«No quiero una república parlamentaria.., sino una república de sóviets
de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo
arriba. Supresión de la policía, del Ejército y de la burocracia», anunciaría. Una segunda revolución todavía más sangrienta estaba en curso.
Durante
los tres días de luchas callejeras de los revolucionarios y la policía,
apoyada por matones de extrema derecha, perdieron la vida más de 700
manifestantes
El fracaso militar de la Ofensiva Kérenski, última campaña rusa en la Primera Guerra Mundial,
sembró el terreno para que Lenin y el ala radical de los bolcheviques
dieran un paso al frente. El Ejército entró en descomposición, las
deserciones se multiplicaron, las protestas en la retaguardia se
acrecentaron y en julio de 1917 los soldados situados en Petrogrado,
se negaron a regresar al frente. Reunidos con los obreros, se
manifestaron para exigir que los dirigentes del Sóviet de Petrogrado
tomaran el poder.
La gente se echó a las calles con banderas rojas, banderas negras, fusiles y cuchillos, narra Catherine Merridale en su libro «El tren de Lenin»
(Crítica). Durante los tres días de luchas callejeras de los
revolucionarios y la policía, apoyada por matones de extrema derecha,
perdieron la vida más de 700 manifestantes. Los bolcheviques no
pretendían derrocar en ese momento al Gobierno (de hecho, la cúpula
seguía desvinculandose de las posturas leninistas), pero sus líderes
fueron acusados de alta traición y de moverse siguiendo instrucciones
alemanas.
Las Checas, el camino hacia la Guerra Civil
Los planes del general Lavr Kornílov de instaurar una dictadura militar de corte conservador dieron lugar a una nueva revuelta abiertamente bolchevique en Petrogrado,
en el verano de 1917. Los obreros cavaron trincheras y los ferroviarios
enviaron los trenes a vías muertas, provocando el fracaso de un golpe
de Estado contrarrevolucionario. No obstante, la debilidad del Gobierno provisional
mostró el camino a Lenin y a sus radicales. Durante el verano de 1917,
los agricultores adoptaron medidas, tomando las tierras de los señores,
sin esperar a la prometida reforma agraria del Gobierno.
En
noviembre, se produjo definitivamente un levantamiento bolchevique
contra el Gobierno, con graves y sangriento enfrentamientos en algunas
zonas, como Moscú. Así y todo, la lucha en la capital
fue breve y se saldó con pocos muertos (probablemente el concejal Carlos
Sánchez Mato se refiera a esta jornada cuando dice que solo hubo «5
muertos»), dado que el Gobierno provisional careció de apoyo en el
Ejército allí acuartelado. No hay que olvidar que las fuerzas militares
se encontraban en proceso de descomposición.
Tras el exitoso golpe de Estado bolchevique,
Lenin prometió «la construcción de un orden socialista» para Rusia y
dio los primeros pasos para que el país se retirara del conflicto
internacional. También los dio para crear uno de los órganos de
represión política más famosos de la historia. El nuevo régimen
encabezado por Lenin y Trotsky
fundó a finales de 1917 la «Comisión extraordinaria de lucha contra el
sabotaje y la contrarrevolución», comúnmente conocida como Checa. Inspirados por el ejemplo jacobino de la Revolución francesa, los bolcheviques anunciaron el «terror rojo» para oponerse al «terror blanco». El primer anuncio oficial de esta campaña represiva, publicado con el título de «Llamamiento a la clase obrera», el 3 de septiembre de 1918, pedía a los trabajadores: (...)
Aplastad la hidra de la contrarrevolución con el terror masivo.
Cualquiera que se atreva a difundir el rumor más leve contra el régimen
soviético será detenido de inmediato y enviado a un campo de
concentración.
La represión contra los enemigos del régimen se
desplegó en su máxima expresión a partir del verano de 1918, tras la
insurrección de los socialrevolucionarios de izquierda de Moscú y una
serie de atentados contra los dirigentes bolcheviques, entre los que se
encontraban Moiséi Uritski, asesinado el 30 de agosto, y el propio Lenin, gravemente herido por Fanya Kaplan, ejecutada sumariamente poco después.
En
los seis primeros meses de 1918, hubo veintidós ejecuciones realizadas
por la Checa. Mientras que en los seis siguientes, la cifra aumentó
hasta 6.000. En la medianoche del 17 de julio de 1918 el Zar junto a los integrantes de la familia fueron llevados al sótano de la Casa Ipátiev para ser fusilados, junto a algunos sirvientes cercanos, e incluso un médico leal. Las
Checas se atrevían con nobles, reyes y cualquier sospechoso de no
apoyar a los bolcheviques, los cuales antes de la Revolución de Febrero
solo habían sido uno de los muchos grupos surgidos en la izquierda rusa. Pero aquel detalle ya daba igual: todo era contrarevolucionario a ojos de Lenin.
Millares de presos y de sospechosos fueron masacrados a lo largo de toda Rusia, siendo el primer acto de una Guerra Civil entre los bolcheviques y el resto de fuerzas
que se cobró alrededor de nueve millones de vidas, entre muertes
directas y las provocadas por la ruina y la hambruna generalizada.
Un arquitecto descubre que una talla navarra del S.XIII perdida se va subastar en Nueva York
La Virgen de Salinas de Ibargoiti saldrá a
la venta el próximo 26 de enero por entre 10.600 y 16.000 euros. «No es
un precio desorbitado», dice Ricardo Heras, al que le gustaría que la
imagen volviera a Navarra
Ricardo Heras Mulero curioseaba el pasado domingo las piezas de la próxima subasta de arte antiguo de Sotheby's,
que se celebrará el próximo 26 de enero en Nueva York, cuando una
figura le llamó la atención. Era una talla española del siglo XIII, con
una Virgen y el Niño entronizados que, según especificaba la casa de
subastas, procedía de la iglesia de Salinas de Monreal, en Navarra. «Me
encanta el arte y suelo mirar los catálogos de subastas porque igual
encuentras una pieza buenísima que no vas a volver a ver en la vida. En
eso estaba cuando ví que la Virgen estaba mal catalogada»,
explica este joven arquitecto soriano muy vinculado a la Comunidad
Foral, donde estudió en la Universidad de Navarra y ha vivido una
década.
«Salinas de Monreal ya no existe, el pueblo se llama Salinas de Ibargoiti
desde principios de siglo», relata Heras Mulero, a quien este detalle
le hizo fijarse en la procedencia de la figura. La talla románica ha
pertenecido a la familia de Mina Merrill Prindle (1864-1963) desde 1929.
«Se ve que en el historial se quedó el nombre anterior del pueblo»,
constata el arquitecto.
Heras Mulero investigó esta talla de 90 cms de altura y de madera policromada con oro del primer tercio del siglo XIII, de tiempos de Sancho el Fuerte. «En paradero desconocido, de la Virgen de Salinas de Ibargoiti solo se conocían dos fotografías de principios del siglo XX.
Hasta ahora», relata. Graicas a estas fotografías la pieza fue
estudiada por Clara Fernández-Ladreda en la obra «Imaginería medieval
mariana» (Pamplona, 1990).
Se creía que había salido de Navarra en los años 50-60, pero «ahora
sabemos que apareció en el mercado del arte neoyorkino en 1929, y de
allí pasó a manos privadas que la han conservado en Minnesota y California hasta ahora».
Carlos
Martínez Álava, director del Servicio de patrimonio histórico del
Gobierno de Navarra, confirma a ABC que «la talla en cuestión coincide
con la desaparecida en los años 20 del siglo pasado de Salinas de
Ibargoiti».
Vendida para pagar la restauración de la iglesia
El arquitecto descubrió que en la iglesia de San Miguel de Salinas de Ibargoiti se realizaron unas obras en 1928 para restaurar el retablo y
otros elementos de su interior. Todo cuadraba. La imagen habría sido
vendida para hacer frente a los gastos. «Blanco y en botella. Ya sabemos
de dónde salió el dinero», especula Heras.
En su opinión, la Virgen debía haber llegado a Salinas de Ibargoiti procedente de Lizaberría, un despoblado cercano que conserva las ruinas de una antigua iglesia románica.
Coincidencias del destino, Heras Mulero la conocía por haber intentado
medirla durante la realización de la enciclopedia del románico navarro
en la que trabajó. «Digo intentar, porque fue imposible acercarse por la
cantidad de espinos que la envolvían», admite.
Al no ser la
imagen titular de San Miguel de Salinas de Ibargoiti, Heras cree que
pudo haberse conservado en esta iglesia «sin pena ni gloria» y que por
ello los vecinos del pueblo de entonces no se alarmaron por su
desaparición. Sin embargo, se trata de una talla «de gran calidad»,
a juicio de Heras, estilísticamente similar aunque superior a la Virgen
de Iriberri, que se encuentra en paradero desconocido y sin el Niño.
«Destaca la gran cantidad de oro de su policromía,
muy bien conservada además, lo que da idea de la importancia que tuvo
la talla en su día», continúa este experto que explica cómo las tallas
rurales «o no tienen oro o sólo en pequeños detalles», no como en la
Virgen de Salinas de Ibargoiti. A pesar de que resulta muy complicado
hallar datos documentales del siglo XIII, Heras Mulero investiga quién pudo encargar esta imagen que relaciona con «otras Vírgenes forradas de plata sobredorada del XII» que solo se podían permitir en Navarra «los grandes centros como la Catedral de Pamplona y el monasterio de Irache».
«Observando las fotografías antiguas, vemos que para aumentar su valor se restauraron las coronas (se retallaban en época moderna para colocarles coronas metálicas), todas las manos y también los pies del Niño
(que sufrían mucho al ponerles posteriormente vestimenta a las
imágenes)», detalla el arquitecto. En esas fotografías, añade, «destaca
la curvatura del Niño hacia delante» que «evoca los dramas litúrgicos
que se realizaban ante estas imágenes, especialmente en Navidad, con
Reyes y pastores, como parece que sucedía con la de Irache».
«No es un precio desorbitado»
Por el valor de esta talla románica, Ricardo Heras cree que el Gobierno foral «debería comprarla» para que volviera a formar parte del patrimonio de los navarros. «El precio por el que sale a la venta en subasta (entre 10.600 y 16.000 euros) no es desorbitado»,
afirma admitiendo, sin embargo, que la coyuntura económica actual es
complicada y queda poquísimo tiempo. «Estoy de los pensando en el día
26. Sería una pena que terminase decorando el salón de algún millonario
ruso», dice.
«Sería una pena que terminase decorando el salón de algún millonario ruso»Ricardo Heras Mulero
Los
habitantes de Salinas de Ibargoiti, a unos 20 kilómetros de Pamplona,
«están muy ilusionados con el hallazgo», según Heras. Quizá sea la
última oportunidad que tengan de ver esta Virgen que ninguno de ellos
conocía, pero que forma parte de su historia. «Quizá poniendo en marcha
un crowfounding se puedan alcanzar los 10.000 euros», aventura convencido de que «los navarros no dejarán pasar esta oportunidad».
Para
Ricardo Heras, la Virgen de Salinas de Ibargoiti siempre será especial.
La descubrió el mismo día que dejaba su trabajo como arquitecto
convencional para dedicarse por completo a la conservación y gestión del
patrimonio cultural, su «pasión». En plena transición, espera que este
hallazgo «sea una buena señal» para el futuro, en el que ojalá dé
también con el paradero de otras imágenes, como la Virgen de las Aguas Cálidas de su pueblo, Arancón (Soria), robada en su niñez.
Relaciones EE.UU.-México De la humillación en El Álamo al muro de Trump: historia de dos vecinos mal avenidos
La competencia por los puestos de trabajo y
la inmigración tensan en la actualidad una relación salpicada de
conflictos
La orden de Donald Trump de levantar el prometido muro en la frontera con México,
así como su visión restrictiva de la política migratoria, abren un
nuevo capítulo en la tortuosa historia de amor y odio entre ambos
países. Desde que los mexicanos lograran su independencia en 1821, las relaciones de estos dos vecinos han oscilado entre el conflicto y la colaboración, en función de las circunstancias.
La humillante derrota en El Álamo sufrida por los rebeldes texanos a manos de las tropas del presidente mexicano, Antonio López de Santa Anna,
es uno de los episodios más conocidos, pero la tensión a lo largo de la
frontera -con una guerra entre 1846 y 1848 y la participación
estadounidense en la Revolución mexicana incluidas- se ha mantenido a lo
largo de los siglos.
Por eso la firma en 1992 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(Nafta, por sus siglas en inglés), por el que México, EE.UU. y Canadá
eliminaban las tarifas arencelarias, fue un hito sin precedentes, que
propición la integración económica de la región.
Gracias a este acuerdo, que ha permitido a México acceder sin trabas
al mercado estadounidense, el mayor del mundo, el país azteca ha
experimentado una transformación radical de su economía, ahora más orientada al exterior y a la venta de productos manufacturados, en lugar de bienes primarios.
Tras
la entrada en vigor del Nafta en 1994, las exportaciones pasaron en
solo seis años de suponer el 16% del PIB real mexicano al 35,1%. En
concreto, las ventas a EE.UU. se han multiplicado por seis con el libre
comercio, una transformación que ha llevado a reorientar el empleo hacia
el comercio exterior. El cambio se ha dejado notar en el PIB mexicano,
que en dos décadas aumentó más del doble.
En EE.UU. el tratado
también ha tenido un impacto claro, aunque menor, dado el tamaño de su
economía. Las exportaciones a México se han cuadruplicado desde 1994 y
este país es el segundo destino de sus productos, solo detrás de Canadá.
En el lado negativo, hay estudios que indican que con el Nafta la industria automovilística estadounidense ha perdido 350.000 empleos desde 1994, mientras que en el sector en México se han disparado de 120.000 a 550.000.
Tierra prometida para los mexicanos
Con
todo, EE.UU. continúa siendo para muchos mexicanos una tierra prometida
de oportunidades de prosperidad y México es el principal país de origen
de la población inmigrante. En 2015, casi 106.000 mexicanos se
naturalizaron como ciudadanos estadounidenses, según los datos del
Departamento de Seguridad Interior.
Sin embargo, el flujo de
inmigrantes hacia su vecino del norte se ha ido frenando. Mientras que
entre 1995 y 2000 emigraron a EE.UU. tres millones de mexicanos, de 2005
a 2010 lo hicieron 1.4 millones y de 2009 a 2014 solo 870.000. Es más,
en ese último quinquenio, fueron más los mexicanos que regresaron a su país,
en torno a un millón, que los que salieron a EE.UU., según un estudio
del centro Pew. En consecuencia, el número total de inmigrantes
mexicanos se redujo de 12,8 millones en 2007 a 11,7 en 2014. En el caso
de los irregulares, cayó en esos años desde 6,9 a 5,6 millones.
La política migratoria de EE.UU. ha sufrido vaivenes a lo largo de la historia. Obama anunció en 2014 una regularización de indocumentados masiva, que dos años después el Tribunal Supremo tumbó.
Sin embargo, la suya no fue la primera medida de este tipo. El
republicano Ronald Reagan, lejos de erigir una muralla, regularizó en
1986 a tres millones de inmigrantes.
Cavalcanti, el héroe español que humilló a 1.500 rifeños con 65 jinetes para evitar una gigantesca masacre
El 20 de septiembre de 1909, el teniente
coronel arriesgó su vida para salvar la de los soldados de los
batallones de Tarifa y de Cataluña en Marruecos
Con la mente en su amada España y el empuje en sus sables de toda la Península. De esta guisa cargaron, el 20 de septiembre de 1909, los 65 jinetes del Regimiento de Cazadores de Caballería Alfonso XII. Estos hombres atacaron aquella triste jornada una formación de más de 1.500 marroquíes en las afueras de Taxdirt (cerca
de Melilla) con el objetivo de evitar que sus compañeros fueran
masacrados por los rifeños. Y lo hicieron a las órdenes de José de Cavalcanti y Alburquerque,
quien sabía que bajo las herraduras de sus jamelgos estaba la salvación
de varios batallones que habían quedado aislados en el campo de batalla
de aquellas tierras melillenses. El resultado de la llamada «carga de Taxdirt» fue una ingente cantidad de bajas, pero también la gloria y la inmortalidad.
Hoy hemos querido recordar esta épica lucha aprovechando que Augusto Ferrer-Dalmau
(el pintor de escenas bélicas más famoso de España) la inmortalizó en
su día en uno de sus lienzos. Un cuadro por el que, probablemente, será
preguntado el próximo 2 de febrero en la entrevista que Arturo Pérez-Reverte le realizará en la sala Auditorio 400 del Museo Reina Sofía.
El acto (que empezará a las 19:00 horas y será de acceso libre hasta
completar aforo) ha sido organizado por el diario ABC y apadrinado por
la Fundación Mutua Madrileña. Además, será presentado por el director
del diario, Bieito Rubido. [Inscríbete para estar en el acto a través de este enlace]
El protectorado de la muerte
El origen de esta batalla hay que buscarlo en la formación del protectorado español en Marruecos.
El
protectorado, el que fuera un regalo envenenado a nuestro país, fue un
caramelo que la comunidad internacional ofreció a España como premio de
consolación ante la creciente expansión colonial de otras potencias por
el norte de África. Como explicaba la investigadora María Rosa de Madariaga a ABC en «Luis Noval, el sacrificio del militar que murió heroicamente por sus compañeros», España consiguió la cesión de este territorio (una «franja del Marruecos septentrional que iba desde la frontera con Argelia al Océano Atlántico», según la autora) gracias a las diferencias que por entonces existían entre Inglaterra y Francia.
«La
rivalidad colonial entre las potencias europeas terminaría cuando
comprendieron que en vez de pelearse sería más provechoso un reparto de
zonas de influencia»
«La rivalidad colonial entre estas
potencias europeas a lo largo del SXIX terminaría cuando ambas
comprendieron que en vez de pelearse sería más provechoso un reparto de
zonas de influencia, particularmente en África. Así, en virtud del
acuerdo franco-británico de abril de 1904, Francia dejaba a Inglaterra
las manos libres en Egipto, a cambio de que ésta se las dejara libres en Marruecos»,
añadía la experta. El problema (siempre hay uno cuando hablamos de
política internacional) radicaba en que a los británicos no les gustaba
ni un pelo del pelucón que los galos se establecieran al otro lado del Estrecho de Gibraltar, pues lo consideraban una ventaja que, llegado el momento, les sería insalvable.
Por
ello, los «british» empezaron a darle a mollera y llegaron a la
conclusión de que meterían por medio a la «Spain». Así pues, hicieron
prevalecer los derechos históricos del país en el norte
de Marruecos para que les cedieran el territorio. Y los nuestros, que
poco más podían hacer que sonreír ante el mísero y peligroso presente
(pues en aquella región había más revoluciones que en la Francia de
1789) se limitaron a aceptar de buen grado lo que se les ofrecía. «Menos que da una piedra», que debieron cavilar los de la bandera rojiualda.
Hostildiades
Años
después se materializó que aquel territorio no iba a dar precisamente
alegrías a los españoles. Esta suposición quedó clara el 9 de julio de 1909 cuando los operarios que construían una línea de ferrocarril entre la cabila de Beni Bu Ifrur y
Melilla fueron atacados por un grupo de rifeños. El contingente, según
se dijo después, estaba en contra de que los extranjeros unieran estas
dos regiones, pues suponían que la finalidad de ello era extraer las
materias primas que había en la región y trasladarlas hasta la
Península. Lo cierto es que no andaban desencaminados. El asalto se
sucedió a las siete de la mañana, mientras 13 obreros cimentaban un puente a seis kilómetros de Melilla.
El
resultado fue catastrófico (4 muertos y tres heridos) y fue recogido en
el periódico ABC el día 10: «Las noticias de Melilla que llegaron
anoche a Madrid produjeron, y producirán hoy en España, honda
impresión». No le faltaba razón al diario, que narró así lo sucedido:
«Bruscamente sonó una descarga cerrada y tres obreros españoles cayeron al suelo. Los demás suspendieron el trabajo, alzaron la cabeza, y como a 100 metros de distancia vieron un grupo de 400 moros y 30 jinetes. […] Los moros hicieron fuego sobre ellos. Uno de ellos, español también, cayó muerto de un balazo en la espalda».
Poco
más necesitó España para responder. Instantáneamente se envió una
fuerza de castigo contra los enemigos y se declaró el inicio de las
hostilidades contra las cabilas. Estos hechos se consideran a día de hoy
el comienzo de la «Campaña de Melilla de 1909» y
provocó que se empezara a movilizar un considerable continente desde la
Península. Acababa de comenzar una guerra que provocaría que miles de
soldados hispanos regresasen en una caja a su hogar.
Y así quedó
demostrado tras las cruentas matanzas de españoles perpetradas por los
marroquíes. Algunas como los sucesos acaecidos en el Barranco del Lobo (donde más de un centenar de combatientes se dejaron el alma y seis veces más hombres quedaron severamente heridos).
Hacia el desastre
Entre
el odio hacia los marroquíes, y el ansia de conquista, fueron llegando
miles y miles de militares hispanos a Marruecos. Así fue como, allá por septiembre de ese mismo año (apenas tres meses después) el ejército logró reunir en Melilla nada menos que 44.000 hombres.
Para
entonces, y a pesar de las grandes derrotas acaecidas, desde el
gobierno se seguía creyendo que sería mera cuestión de tiempo que la
victoria se consiguiese. De hecho, Antonio Maura (presidente
del Consejo de Ministros por aquel entonces) solicitó a los militares
que no fueran demasiado bárbaros cuando, irremediablemente, tomaran las
diferentes cabilas.
Fuera
como fuese, en septiembre el ejército se decidió a llevar a cabo un
plan que llevaba pergeñándose desde hacía tiempo: la construcción de un
faro que guiara a los barcos en el cabo de Tres Forcas (al norte de Melilla).
El general José Marina (mandamás
de las fuerzas de la región) no se anduvo con chiquitas. Si iban a
atacar, lo mejor era hacerlo a lo grande y tomar por las armas toda la
región. Y es que, según consideró, así podría tener a la población
controlada y evitar molestas revueltas. «Eso permitiría por un lado pacificar la comarca y, además, aislar el Gurugú por la cabila de Beni Sicar», explica Antonio Antienza Peñarrocha en su tesis «Africanistas y junteros: el ejército español en África y el oficial José Enrique Varela Iglesias».
El plan de acción
El plan de acción que se estableció fue sencillo. Se formarían dos columnas que deberían tomar el territorio (ubicado al norte de Melilla). La primera de ellas recorrería la región de sur a norte a través de una zona ocupada por tribus pacíficas. La segunda, por su parte, atravesaría la zona de este a oeste. Lo haría con el objetivo de llegar hacia Taxdirt (al
oeste de Melilla). Esta última sería la misión más sangrienta, pues
había que cruzar zonas tomadas por enemigos. Se avecinaban tiempos
difíciles. 1-Primera columna (4.020 soldados; ochenta caballos y ocho cañones)
Estaba al mando del general Alfau. Sus tropas eran las siguientes:
-Batallón de Barbastro.
-Batallón de Figueras.
-Batallón de Amposta.
-Batallón de Las Navas.
-Escuadrón del Lusitania (caballería).
-Dos baterías de Montaña (artillería).
-Compañía de Zapadores.
-Compañía de Telégrafos.
-Ambulancia.
-Tren de combate e impedimenta.
En
palabras de Peñarrocha, «los dos escuadrones de caballería de la
División, del Alfonso XII y del Lusitania, iban al mando del ayudante
del general Tovar, el teniente coronel José de Cavalcanti y Alburquerque». Este decidió integrarse en la Segunda columna, por ser esta en la que se encontraba Tovar. 2-Segunda columna (3.479 soldados, 80 caballos y 8 cañones).
Estaba contaba como mandos principales al general Morales y al también general Tovar. Sus tropas eran las siguientes:
A-Vanguardia.
-Sección de jinetes del Regimiento de Cazadores de Caballería Alfonso XII.
-Batallón de Cataluña.
-Primera Batería de Montaña (artillería).
-Compañía de Zapadores.
B-Cuerpo central.
-Batallón de Tarifa.
-Batallón de Chiclana.
-Segunda Batería de Montaña (artillería).
-Compañía de Telégrafos.
-Ambulancia.
-Tren de combate e impedimenta.
C-Retaguardia.
-Batallón de Talavera.
-Sección de jinetes del Regimiento de Cazadores de Caballería Alfonso XII. 3-Segunda División Expedicionaria (a las órdenes del general Sotomayor).
Un apoyo a las dos columnas. Su objetivo era ubicarse al sur del río Oro y permanecer en alerta por si se les necesitaba. 4-Primera División Expedicionaria
Un
apoyo a las dos columnas. Formada por la Tercera Brigada de Cazadores y
los Húsares de la Princesa. Sus órdenes eran ubicarse en un zoco
cercano (el de Arbaa) y dirigirse hacia Zeluán (en
dirección contraria a la zona en la que se sucedería la misión
principal). De esta forma, se pretendía que los rifeños les siguieran
(y, de esta forma, reducir el número de defensores de la zona
principal).
Comienza el combate
La Segunda columna, en la que iba nuestro héroe Cavalcanti, partió del fuerte Reina Regente hacia el sur el 20 de septiembre y, tras dos horas de marcha, llegó a Dar el Hach (a 5 kilómetros de Melilla), Una vez allí, dirigió sus pasos hacia Taxdirt,
su objetivo final. Para desgracia de los militares que la formaban, los
rifeños decidieron no dividirse y se movilizaron también hacia Taxdirt,
olvidándose de la Primer columna.
A las ocho de la mañana comenzaron
los disparos cuando la sección de jinetes que se ubicaba en vanguardia
recibió fuego por parte de un grupo de rifeños situados en las
inmediaciones de Taxdirt. Los españoles contestaron avanzando hacia las
defensas en las que, según creían, estaría el enemigo... pero al llegar
no encontraron a nadie. La razón era sencilla: los marroquíes se habían
retirado a la carrera hasta un pequeño monte cercano (el de Tamsuyt), más fácil de defender.
Desde
allí, desataron el infierno haciendo un nutrido fuego sobre los
españoles. Como respuesta, la columna se puso en alerta y se dispuso a
presentar batalla al enemigo, formado por unos 1.500 combatientes. La Primera Batería bombardeó
la zona para apoyar a los jinetes enfrascados en el ataque y, cuando el
último proyectil cayó, uno de los batallones del contingente (el de Cataluña, junto con la compañía de zapadores) cargó a bayoneta contra los enemigos. Ellos serían la vanguardia de la ofensiva.
La
batalla fue cruenta, pero los españoles lograron conquistar la posición
a sangre y fuego. A continuación, se dio órdenes a la Primera Batería de que avanzara para consolidar la zona conquistada. Como apoyo a esta (y mientras el Cataluña seguía avanzando) se mandó también al batallón de Tarifa.
El Cataluña y el Tarifa se vieron aislados en la loma ante 1.500 rifeños
Este se dividió en tres grupos o compañías. La primera se
ubicó a la derecha de la artillería y comenzó a devolver el fuego al
enemigo con la rodilla en tierra para garantizar la precisión de sus
disparos. La segunda se posicionó en el flanco izquierdo de los cañones y, para terminar, la tercera avanzó para desalojar a la bayoneta a un molesto grupo de marroquíes que soltaba plomo desde el flanco izquierdo.
A ellos les fue bien. Todo lo contrario que al Cataluña y a los zapadores, ubicados en primerísima línea. «Mientras, el batallón de Cataluña estaba
sufriendo el fuego y la presión de los harqueños, empeñados en retomar
las alturas», añade el experto en su dossier. El tiroteo al que se
vieron sometidas estas dos unidades era más que intenso. Ambas no
pararon de disparar ni un minuto para defenderse de los,
aproximadamente, 1.500 enemigos que les cercaban. Las siguientes cuatro horas se desarrollaron entre sangre y una gran cantidad de bajas.
El fatídico relevo
La
gran cantidad de bajas provocó que, poco después del medio día, se
ordenara a las dos unidades presentes en el montículo (el batallón de Cataluña y la compañía de zapadores) retirarse y ser relevadas por el batallón Tarifa, que estaba ubicado a sus espaldas y defendía todavía a la Primera Batería. «Tres compañías del Talavera, hasta ahora en reserva, serían las encargadas de ocupar las posiciones anteriormente tomadas por el Tarifa», completa el autor.
La
teoría era impecable, pero fue pobremente llevada a la práctica. Y es
que, cuando los rifeños observaron que se estaba produciendo el relevo,
se lanzaron contra los españoles aprovechando el desconcierto. Más
concretamente, se arrojaron como si la vida les dependiera de ello al
hueco existente entre el Tarifa y el Cataluña para cortar el avance del primero, y la retirada del segundo.
El movimiento les salió a pedir de boca. En primer lugar, porque impidieron que el batallón Tarifa avanzase y completase el revelo. Este, quedó además expuesto a los disparos marroquíes. «El fuego rifeño se concentró sobre el Tarifa, estorbando su maniobra»,
señala el experto. Y, en segundo término, porque la suerte quiso que su
ataque cortase también la retirada de la última compañía del Cataluña. Una unidad que ya carecía de municiones y estaba más que extenuada. Pintaban bastos.
En esta situación, el general ordenó a Cavalcanti y a sus hombres que apoyaran, en una carga desesperada, al Tarifa. El objetivo no era otro que lograr que los soldados completaran el relevo antes de que, tanto ellos como los hombres del Cataluña, fuesen destruidos. Había que ganar tiempo, y el encargado de ello serían los jinetes del Alfonso XII.
A la carga
La
respuesta de Cavalcanti a la llamada de su general fue hacer aquello
para lo que sus jinetes habían sido entrenados: combatir cuerpo a
cuerpo. Así pues, tanto él como sus 65 valientes del Regimiento de Cazadores de Caballería Alfonso XII se
lanzaron en una heroica carga contra el enemigo. En sus mentes, España y
sus compañeros. En sus manos, los sables hambrientos de sangre. Aquel
ataque debió llevar consigo todo el empuje de la Península, pues hizo
cundir el pánico entre los harqueños, que empezaron a retroceder.
A pesar de ello, la batalla estaba lejos de haberse ganado. Tras el primer choque, Cavalcanti ordenó en dos ocasiones a sus jinetes retirarse hasta un cañaveral cercano con el objetivo de reagruparse y volver a atacar. La segunda carga la hizo con apenas 40 caballeros. La tercera, con una veintena.
Después de esta heroicidad, los escasos hombres que todavía tenía a su
cargo se retiraron de nuevo hasta el cañaveral, dejaron sus monturas a
un lado, clavaron rodilla en tierra, y comenzaron una épica defensa
contra el enemigo, ahora ávido de venganza.
«Al ver la apurada situación de los del Alfonso XII, el teniente coronel Moreira ordenó a sus hombres del Tarifa que apoyaran a los jinetes. El propio teniente coronel quedó gravemente herido, pero los harqueños se terminaron replegando»,
añade el experto. La batalla había llegado a su fin, pues se había
conquistado el territorio. Y todos, gracias a la valerosa actuación de
unos pocos jinetes españoles.
A las tres de la tarde, arribaron a
la zona dos batallones más para asegurar la posición. Aunque eso no
valió para mantener la loma. Al final, y ante la inminente caída de la
noche, el ejército se retiró a Taxdirt y tuvo que ver como los rifeños tomaban de nuevo Tamsuyt.
Una derrota en lo que se refiere a la pérdida del terreno, pero una
victoria al fin y al cabo, pues se logró salvar a los últimos hombres
del Cataluña y al Tarifa.
Al final de la contienda el teniente coronel contó 25 bajas.
Una sangría para una unidad de menos de 70. Pero todos ellos fueron
héroes, pues no solo lograron que sus compañeros pudiesen salvarse, sino
que hicieron huir a aquel gigantesco contingente y sirvieron la
victoria en bandeja a la infantería. Aquella actuación le valió a
Cavalcanti (que acabó herido de gravedad) la preciada Cruz Laureada de San Fernando, además de un ascenso.
La verdad sobre las últimas palabras de Luis XVI antes de ser ejecutado durante la Revolución francesa
El 21 de enero el ciudadano Luis fue
trasladado en un carruaje verde tirado por un caballo desde la prisión
del Temple hasta la plaza de la Concordia, donde le esperaba la
guillotina
Las últimas palabras del Rey Luis XVI
han emanado en litros de literatura. Son muchas las leyendas que han
puesto en su boca citas falsas como la de «¡Estoy perdido!» . No hubo
luz sobre lo que realmente dijo hasta que fue redescubierta hace una
década una carta de su verdugo, Charles Henri Sanson,
fechada en París el 20 de febrero de 1793 con toda clase de detalles
sobre la muerte del Monarca. «¡Pueblo, muero inocente!», afirmó el
soberano antes de que la guillotina cayera sobre él.
Tal día como hoy de 1793, Luis XVI fue ejecutado por orden de la Convención Nacional. Tras huir del Palacio de las Tullerías,
asaltada por la masa radical, la suerte del monarca quedó sellada en
1792 cuando se acogió a la protección de la Asamblea Legislativa. Sus
repetidos intentos de fuga y peticiones de ayuda a potencias extranjeras
le habían situado como un hombre impopular incluso entre quienes
pretendían una monarquía constitucional. En manos de una asamblea cada
vez más radicalizada, el monarca fue suspendido de sus funciones constitucionales y se le remitió a un tribunal extraordinario para que juzgase sus crímenes.
El Rey, la Reina y sus hijos fueron encarcelados en la Torre del Temple, si bien contaron con ciertos lujos y concesiones. Mientras Luis XVI
esperaba conocer su suerte, que todos pensaban ya que sería la
ejecución; se produjo una purga administrativa más profunda que la que
se había emprendido en 1789 (el inicio de la revolución) en la administración central y provincial, buscando a los últimos monárquicos infiltrados.
El 17 de agosto de 1792 el general Lafayette hizo un último intento por liberar a la familia real pero al verse sin aliados optó por huir a las líneas austriacas. Los Borbones tenían en las fuerzas prusianas y austriacas que avanzaban hacia el corazón de Francia su última esperanza. Y precisamente el empuje de las fuerzas exteriores contra la Francia revolucionaria provocó, como en una reacción física, la radicalización en sus decisiones.
La hora de la guillotina
El 11 de diciembre, el ciudadano Luis (ya suspendida la Monarquía) asistió en la Convención
a la lectura de los 42 cargos contra él: «Luis, la nación francesa os
acusa». Entre las acusaciones estaban la de conspirar contra la libertad
pública y la de atentar contra la seguridad general del Estado. No
obstante, de los 726 diputados presentes en la sesión definitiva 387
votaron la ejecución inmediata y 290 se pronunciaron por otras penas,
siendo minoría los que votaron por exculparlo. Y desde luego no se contó
entre ellos el Duque de Orleans, tío del Rey, que detestaba a Luis XVI y sobre todo a María Antonieta:
«Preocupado únicamente por mi deber, convencido de que los que han
atentado o atentaren en el futuro contra la soberanía del pueblo merecen
la muerte, yo voto la muerte».
El 21 de enero el ciudadano Luis
fue trasladado en un carruaje verde tirado por un caballo desde la
prisión del Temple hasta la plaza de la Concordia, entonces llamada «de la Revolución». Previniendo una posible fuga, 80.000 efectivos de la Guardia Nacional fueron desplegados en la capital y 3.600 legionarios ocuparon posiciones estratégicas a lo largo del país.
En este sentido la versión de Charles Henri Sanson, el verdugo, contradice la clásica creencia de que el Rey fue llevado a la guillotina con una pistola en la sien, y que su cuerpo quedó terriblemente mutilado porque la cuchilla golpeó la cabeza y no el cuello.
Si bien el otrora Rey de Francia
se negó inicialmente a ser maniatado y a que se le cortara el pelo,
finalmente cooperó «cuando la persona que lo acompañaba le dijo que ése
era el sacrificio final». «El Rey afrontó toda aquella situación con una
compostura y un temple que nos dejó atónitos a cuantos allí nos
encontrábamos. Sigo convencido de que aquella firmeza suya la había
extraído de los principios de la religión», dejó escrito el verdugo. Se
mostró así tranquilo y firme durante todo el acto final de su vida.
A
continuación, el monarca preguntó «si los tambores redoblarían» durante
su ejecución. Tras esta pregunta macabra, Luis XVI trató sin éxito de
dirigirse al pueblo de Francia. No era ya el momento
para discursos. «Señores, soy inocente de todo lo que se me acusa. Deseo
que mi sangre pueda cimentar la felicidad de los franceses», acertó a
decir únicamente ante los que se encontraban sobre el patíbulo.
A las 10.20 horas del 21 de enero de 1793, la guillotina cayó sobre el cuello del «ciudadano Luis Capet», cuya muerte, anunciada con salvas de cañón, marcó la transición de la Monarquía a la República en Francia. En un país donde los Reyes habían sido sagrados, la guillotina había acabado con la penúltima divinidad:
«En
un instante el Rey fue ajustado bajo la plancha fatal. Y en el momento
en que la cuchilla iba a caer sobre su cabeza, tuvo tiempo de escuchar
la voz del sacerdote que le había asistido en el cadalso. Le decía:
"Hijo de San Luis, mirad al cielo"».
Mons. Aguer advirtió sobre el “vicio ancestral del acomodo”
El
arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, dedicó su reflexión
semanal en el programa “Claves para un mundo mejor”, al que consideró el
“vicio ancestral del acomodo”.
“Se acabó otro año y yo quisiera hablar de un vicio ancestral de
la Argentina. A ustedes, quizás, les parezca inoportuno, pero considero
que corresponde porque uno suele hacer un balance y piensa para el
próximo año a ver si puede mejorar un poco. Sólo que quizá no se piensa
en las cuestiones de base, atrapados como estamos por las del momento.
Los vicios ancestrales tienen raíces muy profundas y ¿qué podemos hacer
nosotros? Pero yo se los presento, por las dudas. Elijo uno de esos
vicios, que es el ‘acomodo’”, subrayó.
El prelado recordó que el término “acomodo” en su novena
acepción en el Diccionario de la Real Academia Española dice;
“Argentinismo: enchufar. Colocar a alguien en un puesto por influencia”,
y agregó: “El ‘acomodo’ es una expresión castiza, pero como hecho, si
la Academia dice que es un argentinismo, como hecho podemos asumir que
se trata de un vicio ancestral de la Argentina”.
“Todos sabemos que es así, y no hay gobierno que se salve, me
parece a mí. Los gobiernos suelen hacer esto; cuando cambian aparecen
los nuevos con su gente y los que estaban quedan medio desubicados;
depende de en qué nivel de la administración se encuentren. Por
supuesto, estoy pensando en la estructura del Estado, que es
elefantiásica en la Argentina”, advirtió.
Mons. Aguer puso algún ejemplo que “no de un país inexistente
sino que ocurre acá” y citó: “En una oficina indeterminada, de cualquier
repartición, existe un muchacho que tiene estudios universitarios, una
licenciatura o un doctorado, que trabaja muy bien, que ha hecho todo lo
que tenía que hacer allí, es el conoce muy bien el manejo de las cosas y
gana, pongamos, 16.000 pesos por mes. Pero resulta que cambia el
gobierno y ponen a otro para que el primero le enseñe porque él no sabe y
ese nuevo gana 40.000 pesos. Esto se llama acomodo”.
“Ustedes pueden decir que el ejemplo es excesivo, pero no lo es,
porque estas cosas pasan frecuentísimamente. Quizás, alguno de los
televidentes se estará preguntando si los obispos no intervendrán, no
tendrán influencia para esto o aquello. Yo, algunas veces, sinceramente
les digo, he tenido que intervenir para poner las cosas en su lugar para
ver si se podía remediar alguna injusticia. He visto injusticias
flagrantes, y no es fácil superarlas”, agregó.
“Nosotros nos hemos acostumbrado a esto –lamentó-. No sé desde
cuándo rige este vicio ancestral del ‘acomodo'. Pero así no va, porque
la democracia pide otra conducta que yo llamaría meritocracia. El que
tiene que gobernar, así como el que debe obtener un puesto bien
remunerado es el que sabe, el que tiene méritos y así debería ser
siempre. Ese tendría que ser el criterio para tomar personal. Los
empresarios suelen hacerlo así y http://www.aica.org/images/26860.jpg?t=1485356708me parece que lo hacen porque les
conviene, ¿no podría ser así en el Estado? Los méritos tendrían que ser
reconocidos, y no se deben postergar o ignorar para privilegiar los
acomodos”.
El prelado sostuvo que el Diccionario de la Real Academia “pone
como sinónimo de acomodar la palabra enchufar. Acá hacemos eso
enchufamos a uno en tal lugar y el tipo gana fantásticamente bien y el
otro se queda mirando o llorando. Así no van las cosas y, quizás, estas
cosas que parecen secundarias, que parecen que no merecerían tanta
atención, resultan fundamentales para el futuro de la Argentina, para el
destino de una sociedad” y se preguntó:. ¿Cómo es posible que funcionen
siempre las cosas de esa manera espantosamente acomodada?”.
“Por eso, al comenzar el año, diría yo, no tenemos que
resignarnos a que el próximo sea igual, a que todo siga igual. El
cambio, ahora que se usa mucho la palabra cambiar, según decían los
filósofos como Aristóteles, por ejemplo se determina por la meta, por el
fin. Todo cambio se determina por el fin, su orientación y valor
depende del fin. Cambiar sí, pero cambiar por cambiar no. ¿Hacia dónde
vamos? Hay que saber hacia dónde vamos y este vicio al cual yo me
refería es uno de los que hay que cambiar como tantos otros. Entonces,
yo diría, en el orden personal hagamos una pequeña lista de qué cosas
tendría que cambiar cada uno para el año que comienza y, por lo menos,
hacer el propósito. Es verdad que los propósitos son muy difíciles de
cumplir, de sostener en el tiempo, pero el esfuerzo vale la pena”,
alentó.
“Ahora imagínense ustedes qué país distinto tendríamos si desde
hace décadas y décadas, no quiero decir desde el 25 de Mayo de 1810
porque me parece una exageración, hubiéramos hecho esto de ir cambiando
poco a poco nuestros vicios, nos hubiéramos ido liberando de nuestros
vicios y hubiéramos ido adquiriendo virtudes. Eso es lo que creo que
tenemos que hacer”, subrayó, agregó: “Entonces, ante al comenzar el año
ya sabemos que alguito podemos mejorar cada uno en su vida personal y
también en el influjo que puede ejercer alrededor. Yo les deseo un buen
año, un felicísimo año 2017 a todos ustedes”.+
Luis I «El Breve», la desgracia del Rey borbón que reinó solo siete meses
Mientras Luis se afanaba en comprender qué
ocurría en la cabeza de su extraña esposa; otro loco, su padre, arrojó
inesperadamente su Corona sobre él en enero de 1724
La locura forzó a Felipe V
a abdicar a favor de su hijo mayor, Luis, en 1724. El Rey tomó aquella
decisión porque veía que los estragos de su enfermedad, probablemente un
trastorno bipolar, no le permitían seguir en el trono más tiempo o
porque, tal vez, el Monarca albergaba la ambición secreta de reinar en Francia si fallecía prematuramente Luis XV.
La locura nunca estuvo reñida con la ambición. No obstante, la brevedad
y las complicaciones del reinado de Luis echaron al traste los planes
del Rey padre, cuya enfermedad entró en caída libre tras aquella
abdicación en falso.
Luis I, llamado «el Bien Amado» o «el Breve», fue el primer Borbón nacido en España y uno de los frutos del primer matrimonio de Felipe V con María Luisa Gabriela de Saboya.
Huérfano de madre desde la tierna infancia, el Príncipe de Asturias
creció bajo la rígida tutela de la princesa de Ursinos y la alargada
sombra de su madrastra, Isabel de Farnesio. Y es que la segunda esposa
del Rey era de carácter fuerte y nunca mantuvo buenas relaciones con
Luis y Fernando, a la postre Reyes de España.
Con
diecisiete años, el Príncipe de Asturias era un inexperto, carecía de
los conocimientos para reinar y tenía ya bastantes preocupaciones con
contener a su extravagante esposa
En 1709, Luis fue proclamado Príncipe de Asturias y en 1722 se casó con Luisa Isabel de Orleans, hija de Felipe de Orleans, regente de Francia.
Y aquí aparece la primera pata de la desgracia del joven. La esposa de
Luis apenas recibió educación, siendo el único interés de sus padres el
que se casara lo más pronto posible. Como consecuencia del desapego
paterno, su personalidad era la de una niña caprichosa y extravagante.
Escribiría el embajador inglés Stanphone: «No hay nada
que justifique la conducta inconveniente de Luisa Isabel. A sus
extravagancias, como jugar desnuda en los jardines de palacio; a su
pereza, desaseo y afición al mosto; a sus demostraciones de ignorar al
joven monarca, responde el alejamiento cada vez más patente de Luis
hacia ella».
Un reinado adolescente
Mientras Luis se afanaba en comprender qué ocurría en la cabeza de su
esposa; otro loco, su padre, arrojó inesperadamente su Corona sobre él
en enero de 1724. Con diecisiete años, el Príncipe de Asturias
era un inexperto, carecía de los conocimientos para reinar y tenía ya
bastantes preocupaciones con contener a su extravagante esposa. Así y
todo, el 9 de febrero de 1724 Luis I fue proclamado Rey, cuatro semanas
después de la renuncia de Felipe V a la Corona, dando pistoletazo de salida al reinado más corto en la historia del Reino de España.
El
pueblo, no en vano, dio la bienvenida con estusiasmo a este joven que
las crónicas presentan como alguien «con cierta gracia y un donarie en
sus modales y en su porte; siendo afectuoso y franco en su trato,
sin amenguar por esto su continente grave y digno; y se le reconocía
capacidad y aplicación en el estudio de las ciencias y las artes». Sus
talentos y popularidad dieron lugar al apelativo del «Bien Amado».
En
cualquier caso, el mayor obstáculo que se encontró Luis a su llegada al
trono fue descubrir que, si bien Felipe V había abdicado de buena gana,
no era de la misma opinión Isabel Farnesio (Felipe V tenía 40 años y la
Reina 32), que mantuvo una oreja en el Palacio Real y la otra en el Palacio de la Granja de San Ildefonso,
donde se había retirado el Rey padre buscando tranquilidad. Tampoco
Felipe V terminó de soltar el cetro. Tras visitar al Monarca en San Ildefonso, el Mariscal Tessé
alardeó de que «el Rey no ha muerto, ni yo tampoco», en referencia a
que seguía siendo él el que realmente mandaba y sus hombres de confianza
no estaban dispuestos a dar un paso atrás.
Buscando reivindicar
su poder, Luis se rodeó de una serie de tutores alejados de la
influencia de los anterior Reyes, dando un giro a la política exterior
del reino, lo que se tradujo en más medios para América y el Atlántico y
menos para la recuperación de las posesiones italianas perdidas en la Guerra de Sucesión. Además, se vivió un descenso en la influencia francesa en la Corte.
Pero
tuviera o no grandes planes para el Imperio español, las políticas de
Luis I quedaron inéditas. Su reinado estuvo marcado, casi
exclusivamente, por la creciente locura de Luisa Isabel. La actitud de
su esposa llevó a Luis I a buscar consuelo en numerosas correrías
nocturnas por Madrid y en la caza. De hecho, la imagen
que ha trascendido hoy es la de un Rey juerguista de vida relajada. «En
cuanto ha almorzado se va a jugar a la pelota; el resto del día, bajo un
gran calor, se va de caza y camina como un montero; por la noche, sin
trabajar eficazmente, creemos que se excede y, sin embargo, no le gusta
su mujer ni a su mujer él», escribía en esas fechas el Mariscal Tessé sobre las rutinas y aventuras de Luis I.
Finalmente, el Rey ordenó el encierro de su esposa en el Palacio Real. Como relata Alejandra Vallejo-Nágera en «Locos de la Historia»
(La Esfera de los Libros, 2006), el hartazgo tuvo lugar tras una
recepción pública en la que la soberana se desnudó y empleó su vestido
para limpiar los cristales del salón. «No veo otro remedio que
encerrarla lo más pronto posible, pues su desarreglo va en aumento»,
escribió el joven Rey a su padre.
La viruela termina con el joven Rey
El
encierro de casi dos semanas hizo recapacitar a la joven, que envió
varias cartas a Luis pidiéndole perdón. Su arrepentimiento quedó patente
cuando la pareja real enfermó de viruela, a mediados
de agosto. Luisa Isabel de Orleans sobrevivió a la enfermedad y
permaneció al lado de su marido hasta su último suspiro. Siete meses
después, con su repentina muerte el 31 de agosto, terminó el reinado de
Luis I.
A pesar de que parecía haber corregido su comportamiento, la Corona reservaba pocas expectativas para las reinas viudas. Felipe V devolvió a Francia a la joven, como quien descambia un aparato defectuoso en la tienda de electrodomésticos.
El punto más polémico del testamento
de Luis fue el nombramiento de su padre como heredero universal, lo cual
contravenía los términos de la abdicación de Felipe V, que especificaba que de morir sin herederos la Corona pasaría a su siguiente hijo, Fernando, de once años. Frente a aquella incertidumbre legal, la rápida actuación de Isabel de Farnesio
devolvió las riendas del reino a Felipe V. La Reina convenció a su
marido de que siguiera el criterio del Papa, quien respaldaba que el
juramento de abdicación no le obligaba a renunciar a la Corona ahora.
Todo ello haciendo frente a las críticas de ciertos sectores de la
nobleza castellana, que argumentaba que no cabía la marcha atrás en la
abdicación de un Rey.
Si bien su locura iría en aumento en los
siguientes años, fue Isabel de Farnesio quien se hizo realmente cargo de
las responsabilidades de la Corona.
En cuanto a reyes breves. Luis I es superado por Felipe I de Castilla,
conocido popularmente como «el Hermoso», que estuvo en el trono apenas
dos meses antes de sufrir una enfermedad súbita. Por su parte, Amadeo de
Saboya reinó tres años, siendo que su suerte estaba sellada incluso
antes de desembarcar en España en 1870.