El cardenal guerrero que dirigió a los Tercios españoles en la victoria de Nördlingen
«No es creíble cuan llenos y cuan sembrados estaban los campos de armas, banderas, cadáveres y caballos muertos, con horridíssimas heridas», escribió sobre la victoria católica el oficial español Aedo y Gallart. En 1636, el hermano de Felipe IV conquistó Corbie, a pocos kilómetros de París, donde la familia Real fue evacuada de la ciudad a casa de la amenaza española
Nacido hijo de reyes, Fernando de Austria alcanzó a ser uno de los militares más brillantes de Europa, pese a su aparente condición de pacífico eclesiástico, cuando las fuerzas del Imperio español empezaban precisamente a mostrar signos de flaqueza. Junto a una alianza de católicos, el Cardenal-Infante dirigió a los tercios en la victoria sobre el todopoderoso ejército sueco y los Príncipes protestantes alemanes que combatían en la Guerra de los 30 años. Pero si la batalla de Nördlingen ha quedado como una de las últimas hazañas de los tercios, el cardenal guerrero lo ha hecho como un héroe crepuscular fallecido cuando más iba a necesitar el Imperio de hombres con su talento para la guerra.
Don Fernando de Austria fue el tercer hijo varón del Rey Felipe III, quien, al contrario que su padre y de su abuelo, no tuvo ningún problema en asegurar una amplia descendencia. Por esta razón, se decidió que el Infante Fernando ingresara en el clero y dejara vía libre para que su hermano Felipe IV reinara sin la alargada sombra de un hermano que desde muy pequeño demostró gran inteligencia y una buena salud. Con solo 10 años, el Infante fue nombrado arzobispo de Toledo, la principal sede eclesiástica de España, y poco tiempo después fue designado cardenal. No en vano, ejerció de cardenal sin estar ordenado sacerdote, puesto que la Guerra de los 30 años limitó su vida exclusivamente a la faceta militar.
Un héroe de la Guerra de los 30 años
Felipe IV envió a su hermano a Flandes al fallecer Isabel Clara Eugenia, que había gobernado en nombre de España los Países Bajos meridionales hasta 1633. Apartado del mando el que hasta entonces había sido el mayor activo militar del Imperio durante el siglo XVII, Ambrosio Spínola, quien se encontraba enfrentado al Conde-Duque de Olivares, el Rey se vio obligado a recurrir a su hermano Fernando, un inexperto en tareas militares y políticas pero cuya sangre real bastaba para sosegar al revoltoso Flandes. No obstante, la apuesta de Felipe IV se reveló desde el principio un gran acierto.Antes de asumir su cargo de gobernador de Flandes, el Cardenal-Infante se vio obligado a intervenir en la ofensiva más importante de las fuerzas españolas durante la Guerra de los 30 años. En 1633, el Conde-Duque de Olivares puso en marcha un plan para intervenir directamente en Alemania, pues, aunque España había asistido de forma intermitente al Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en su contienda contra los Príncipes protestantes, su intervención en la interminable guerra se había centrado sobre todo en su rivalidad con Holanda. La decisión de enfrentarse en territorio alemán obligaba a los Tercios españoles a demostrar que, frente a la irrupción del revolucionario Ejército sueco, todavía seguían ostentando la consideración de mejor infantería de su tiempo.
El plan acordado desde Madrid consistía en enviar al gobernador de Milán, el Duque de Feria, con el grueso del ejército –unos 12.500 hombres– hacia Alemania con las órdenes de unirse a las tropas del Duque de Baviera para librar Renania de la amenaza de los franceses. Mientras tanto, el Cardenal-Infante asumiría momentáneamente el control político de Milán y organizaría un segundo ejército para reforzar el de Feria más adelante. La brillante actuación del Duque de Feria consiguió su objetivo en Alemania y mantuvo abierto el célebre Camino español, pero las condiciones extremas del invierno europeo causaron la muerte del general español y la desintegración de sus tropas a principios de 1634. Solo cuando reunió un nuevo ejército casi desde cero, con muy pocas compañías de españoles, el Cardenal-Infante pudo partir hacia Alemania a continuar la campaña donde el Duque de Feria la había dejado.
La demostración de que los suecos sangraban
El 2 de septiembre de 1634, el Cardenal-Infante y su primo Fernando de Hungría, futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, desmontaron y se dieron un abrazo a pocos kilómetros de Donawörth. Sabedores de la importancia de los 18.000 soldados, por su número y calidad, que traía consigo el Infante español, los católicos recibieron la llegada de refuerzos con vítores de «¡Viva España!». Ahora sí, los imperiales podían enfrentarse a las fuerzas suecas del duque Bernardo de Sajonia-Weimar y Gustaf Horn, que habían acudido a Nördlingen a romper el bloqueo católico. Los protestantes eran menos en número, pero sus temidas y revolucionarias tácticas ofensivas les convertían en unos enemigos muy difíciles de derrotar. Fue, por tanto, necesaria la más rocosa resistencia de las fuerzas católicas, sobre todo la protagonizada por los Tercios españoles en la colina de Allbuch, rechazando 15 cargas de los regimientos suecos, para contrarrestar las revolucionarias tácticas que había establecido en Suecia el Rey Gustavo Adolfo II, fallecido dos años antes de la batalla.«No es creíble cuan llenos y cuan sembrados estaban los campos de armas, banderas, cadáveres y caballos muertos, con horridíssimas heridas», escribió el oficial español Diego de Aedo y Gallart sobre la victoria, que dejó sobre los campos de Nördlingen 8.000 muertos del ejército protestante. El triunfo católico, además, hizo enormemente popular al Cardenal-Infante, que el 4 de noviembre entró entre vítores en Bruselas y el 17 de abril hizo lo propio, con igual lustre, en Amberes. Los festejos culminaron con varias incursiones sobre el territorio holandés, las cuales convencieron al otro cardenal más famoso de Europa, el francés Richelieu, de que la única forma de frenar a España era con la intervención directa de su país.
Tras declarar la guerra a España, el Cardenal Richelieu ordenó a su ejército que descendiera el valle del Mosa para unir sus fuerzas a las holandesas con el propósito de poner bajo cerco la estratégica provincia de Brabante. Sin embargo, cuando el Cardenal-Infante parecía dispuesto a contestar con todas sus fuerzas contra la frontera holandesa, tomó una sorprendente decisión: inició una maniobra de diversión en la frontera con Francia. La ocurrencia del Infante Fernando permitió poner bajo asedio la plaza fuerte de Corbie, a pocos kilómetros de París, donde el pánico se extendió por sus calles y la familia Real, excepto el Rey, fue evacuada de la ciudad. Y pese a que la capital fue finalmente salvada, los franceses recordarían siempre 1636 como «el año de Corbie», la última humillación a manos del Imperio español antes de su derrumbe.
«El año de Corbie», no obstante, fue seguido por una serie de derrotas españolas que cavaron la tumba definitiva de la hegemonía militar del Imperio español. Además de la pérdida de ciudades tan importantes como Breda o Arras, fue la grave disminución de poder naval en el norte de Europa (entre 1638 y 1639, la armada española perdió alrededor de 100 buques de guerra, según estimaciones de Henry Kamen en su libro «Poder y gloria: Héroes de la España Imperial») la que endosó el golpe mortal a las aspiraciones del hermano del Rey de recuperar la iniciativa en la guerra de Flandes.
En medio de malintencionadas acusaciones lanzadas en la Corte contra él y de la peligrosa rebelión de Portugal, Fernando cayó enfermo durante una batalla y falleció en Bruselas el 9 de noviembre de 1641. Se cree que su muerte fue provocada por una úlcera de estómago, pero hubo rumores que apuntaban a un posible envenenamiento como causa de un fallecimiento que dejó huérfano al Imperio español de su mejor general.