Algunos, para consolarme, me dicen que el destino ha querido ahorrarle este trago amargo. Yo pienso distinto: estoy seguro de que él hubiese encontrado la forma de zafar. Hubiese manoteado alguna caja (es cierto que ya no quedan muchas) para pagarle al contado al Club de París, lo cual evitaba el escarnio de ver llegar a Buenos Aires a estos desalmados con sus horribles recetas de hambre y marginación.
Pensé en Cristina. ¿Por qué se dejó torcer el brazo? Esto lo había querido hacer Boudou en octubre de 2009 -hasta lo informó públicamente- y Néstor lo obligó a dar marcha atrás. Bueno, obligar es mucha palabra tratándose de Amado. Cuando vio en su celular que lo estaba llamando Néstor, antes de atenderlo ya había convocado a una conferencia de prensa para desmentir lo que acababa de anunciar. Eso es lo bueno del ministro: es hombre de una sola palabra. La palabra de sus jefes.
Pero volvamos a Cristina. No me conforma la explicación de que actuó llevada por el pragmatismo, ante el riesgo inminente de que el país fuera sancionado por sus groseros incumplimientos de las normas que está obligado a respetar. Tampoco me consuela saber que intentó el recurso desesperado de decir por la cadena nacional que se iba a negociar con el Club de París sin la intervención del FMI, sabiendo que después iba a mandarlo a Amado a anunciar exactamente lo contrario.
Nada de eso me alcanza. Ella estaba obligada a mantener en alto las banderas de la soberanía política y económica. Y tenía otra obligación, más personal e innegociable: si Néstor mandó truchar las cifras del Indec, no debería haber sido ella la que trajera al FMI a auditar esas cifras. Que me disculpen, pero eso no está bien. Pensemos, por un instante, si la propuesta de convocar al Fondo para contarle las costillas al Indec hubiese sido de Cobos. O de Macri...
También me perturbó la situación de Boudou. Imagínenselo al pobre llegando al FMI para pedir asistencia técnica en la medición de la inflación. No me cabe ninguna duda de que uno de esos burócratas sin corazón, ni Dios, ni bandera lo debe de haber esperado con esta pregunta: "Pero cómo, ministro, si usted acaba de declarar que en la Argentina no hay inflación".
En cuanto a Héctor Timerman, que también estuvo negociando en Washington, apenas me lamenté por el hecho de que esa gestión seguramente le había quitado tiempo para twittear.
Por cierto, mis tribulaciones me hicieron reparar en Hebe de Bonafini, que se jugó el todo por el todo por esta causa y le responden así. La Plaza de Mayo, que ella hizo célebre en todo el mundo, probablemente va a ser pisada -está a metros del Ministerio de Economía- por esa misión infame de un organismo que es la quintaesencia del capitalismo salvaje, del imperialismo más atroz. Alguien tiene que apiadarse. Alguien tiene que decirle que en realidad se busca ganar tiempo (y las elecciones), que ni por asomo se va a hacer lo que esa misión proponga, que esto es para la gilada, que no se va a deshonrar la memoria de Néstor.
Finalmente pensé en la cadena oficial de diarios, revistas, agencias, radio y televisión. Tampoco a ellos se les puede pedir que informen sobre la llegada del FMI como si se tratara de una delegación de carmelitas descalzas. Ya que decir la verdad no es algo que les quite el sueño, podrían reinterpretar las siglas y publicar que visita el país el Fondo Mundial de Inversión.
En cuanto a mí, lo tengo decidido: el día que llegue la misión del FMI no pensaré en que es un mal necesario sino que estaré en Ezeiza esperando con pancartas inflamadas de odio y sarcasmo, por convicción y para reivindicar a Néstor. Y allí estarán conmigo Hebe, D'Elía, Moyano, los de Carta Abierta, los de La Cámpora... Seremos millones. Bueno, también puede ocurrir que esté yo solo. En ese caso, guardo las pancartas y me vuelvo.
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