Benedictinos, la resistencia del Valle de los Caídos
"¿volverá el Martirio en España?...Tanto  José Antonio como " El Caudillo",desde el Cielo, volverán  con "banderas  victoriosas al paso alegre de la Paz"...; a los que no permitirán al masón de  Zapatero continuando con el odio a la Iglesia y a los que volverán a salvar la  Patria.¡Arriba Cristo Rey Y ¡Arriba España!.
EL DIRECTOR.
Sociedad
Benedictinos, la resistencia del Valle de los Caídos
El Gobierno prohíbe a los fieles ir a su Misa. Es el último ataque contra el templo de Cuelgamuros, donde 24 monjes resisten el acoso. ABC los acompañó en su viaje de vuelta a las catacumbas
Prohibido el paso, «por seguridad». Pero franqueo la  barrera gracias al salvoconducto que me ha proporcionado el abad mitrado  del Valle, que ha dado mi nombre a la guardia civil. Al otro lado, ya  dentro de Cuelgamuros, por la carretera que serpentea hasta la Cruz, las  dos únicas calzadas de acceso a la Basílica están vedadas por señales  sujetas al asfalto con piedras amontonadas en su base. Arriba, en la  Abadía, me espera el monje. Son las diez y veinte de la mañana y por la  subida a estos cerros que el otoño amarillea el viento sopla gélido y el  sol se agradece. He visto el arco iris coronando los riscos y caer  algunas gotas. Falta media hora para la misa conventual, hoy de  solemnidad por ser la Virgen de la Almudena. Cinco personas, dos de  ellas empleados de Patrimonio Nacional y una guardia de seguridad, se  resguardan bajo la arcada de la puerta que se abre a espaldas de la  cripta. Ser huésped de la hospedería o la nominación por algún monje ha  permitido al resto llegar hasta esta cancela que da paso a un ascensor.  Cuatro niños corretean por los jardines, pasto para caballos abandonados  que se cuelan en el recinto, vencidas las vallas, vencido el tiempo y  empujado a vencerse el monumento. Diez minutos antes de que empiece la  liturgia, los fieles, alrededor de la veintena, van descendiendo en el  ascensor los 60 metros que conducen hasta el vientre de la mastaba.  Luego, por un pasillo lúgubre se accede hasta el lateral del alta mayor.  Los que hemos podido entrar ocupamos los primeros bancos. La escolanía  de voces blancas se repliega tras el presbiterio. Entonces, por el mismo  camino, los benedictinos entran en procesión. Dan las once en el Valle  de los Caídos. Entre los huesos de más de 38.000 muertos de nuestra  guerra incivil, la santa misa, restringida, empieza en las catacumbas.
 IGNACIO GIL
 Silencio sepulcral. «Ni a la comunidad benedictina, ni a  mi como abad y ordenario del lugar de la Basílica, jamás nadie nos ha  comunicado directamente que se iba a proceder al cierre. Cuando me  enteré por terceros de que algo así podía pasar, a primeros de diciembre  del año pasado, pedí explicaciones y aún las espero». Anselmo Álvarez,  monje fundador de esta abadía cincuentenaria, repasa como en una letanía  el rosario de la guerra sucia contra el Valle: abandono, abandono y  abandono. Y dos bombas: una del GRAPO y otra de la ETA. Enjuto como una  vara, el cenobita, que antes de la Santa Cruz fue hermano de Silos,  licenciado en Ciencias Sociales y durante un tiempo profesor de Historia  de la Cultura Medieval en la Universidad de Comillas, me da la fórmula  magistral de su resistencia. «Paciencia benedictina, que es casi  infalible. Sabemos que situaciones como esta a lo largo de la historia  de quince siglos de los monjes se han producido constantemente en  cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Muchas veces por causas  políticas, sobre todo en tiempos recientes, del siglo XIX para acá,  muchos monasterios se han visto afectados, no solo por persecución, sino  también por abandono obligado, pero han vuelto a levantarse. Contra la  fuerza de la fe no se puede nada». ¿Se sienten perseguidos?, le  pregunto. «Esa palabra se emplea hoy, pero no por nosotros. Acosados,  sí. Pero es un acoso que no va tanto hacia los monjes como hacia el  lugar mismo, aunque el resultado es, no sé si de forma involuntaria o  deliberada, comprobar hasta qué punto llega la resistencia de los  monjes». Entonces hablamos de cómo Benedicto XVI dijo a los periodistas  en el avión con el que aterrizó en España que el laicismo que se vive en  nuestro país recuerda al de los años 30 del siglo pasado, y todos  sabemos cómo acabó aquello. Muy duro, digo. «Creo que el Papa meditó sus  palabras -contesta el sacerdote-. Las dijo en el aire, pero no al  aire».
 El luto infantil del abad
 El abad tiene 78 años y desde los 3 viste de negro.  «Cuando fusilaron a mi padre, mi madre me puso una camisita de luto.  Luego, mi hermana murió durante un bombardeo. Yo no recuerdo otro color  en mi infancia. Después, a los 13 años me preguntó si quería ir al  seminario y a mí me pareció bien. Y fíjate qué cosa: un día mi madre me  dijo “sabes, Pedrito, yo siempre supe que querías ser sacerdote porque  desde muy pequeño elegías la ropa oscura”. ¡Bendito sea Dios!». Y  Anselmo Álvarez esboza una sonrisa. Hoy ellos, sus muertos, también  estaban con nosotros en la cripta: su padre asesinado por los  republicanos, su hermana aniquilada por las bombas de los sublevados y  un tío del Frente Popular son parte del gigantesco osario que arma la  Basílica. 
 Y no solo: la bruñida piedra del hipogeo oculta un  sismógrafo; la monumental cruz, estaciones de mareas terrestres y  meteorológica. Al fondo del valle también hay un pozo de las nieves que  podría volver a dar el hielo que antaño se bajaba en camiones hasta  Madrid. Y está la presa, fuente para la Abadía y hospedería, que en el  estío suaviza la sed de la Jarosa, a donde cada año vierte su sobrante.
 Y allí, en el claustro abierto a la sierra, el viejo  ascensor sigue vomitando gente. Es la misma caja que desde hace meses  baja novias hasta la bóveda y que, en las entrañas, corren como  chiquillas hasta el pasillo principal para simular que hacen la entrada  en el templo de su boda por la gran puerta. «Yo soy responsable de este  acceso provisional -explica el padre abad-. La idea surgió el mismo día  en que supe que la Basílica iba a ser cerrada de nuevo, totalmente, que  no habría ninguna clase de culto para el exterior. Pensé “nos queda  todavía una puerta”, sin imaginar que esta solución circunstancial, más  peligrosa, se iba a prolongar tanto tiempo. ¿Por qué no se hace como en  Compostela, donde el Pórtico de la Gloria está bajo un armazón y sin  embargo las tres puertas están permanentemente abiertas? ¿O como en la  catedral de Barcelona, al menos dos años y medio con una restauración  del conjunto, y en ningún momento se ha cerrado una sola puerta? También  en la Basílica del Valle hubo obras, de mucho más alcance que una pieza  puntual como ahora, la escultura de La Piedad (con presupuesto para  trasladarla pero no para repararla), y siempre se procuró dejar expedita  una vía de acceso. Porque esta cuestión de seguridad que se ha alzado  de una manera exhaustiva para cerrar el templo es un pretexto  absolutamente ficticio». ¿Hablamos entonces de una cuestión política?  «Por lo menos hacen todo lo posible para hacernos creer que es así».
 Relata Anselmo Álvarez cómo en diciembre del año pasado,  el entonces subsecretario de Presidencia del Gobierno, Juan José Puerta,  a las órdenes de María Teresa Fernández de la Vega, subió hasta la  Abadía y que él pensó ingenuamente que lo hacía para notificarle «que se  había desecho el equívoco del cierre y que las cosas volvían a la  normalidad, que es lo único que queremos; pero dijo que se mantendría  cerrada porque el Gobierno tenía el proyecto de reconstruir íntegramente  el Valle». Vaya sorpresa. «Según dijo, venía a trasladarme que  reconocían que se había generado un gran descuido en el mantenimiento y  comprendían la necesidad de una reconstrucción integral. De lejos, nos  mostró un informe en el que se hablaba de la situación del conjunto,  según la cual la basílica amenazaba ruina y nosotros, los celebrantes,  corríamos el riesgo de que se nos cayera encima la cúpula. Con ese  informe, que no nos dejó ver, el Gobierno podía decidir en cualquier  momento el cierre total. Pero nosotros también tenemos informes técnicos  al menos igual de válidos. «Querido señor subsecretario -respondimos-,  lo que dice nos suena a pura imaginación».
 Tal vez el monje pensara que tras la inspección de los  osarios, de la que fue testigo, por parte de una comisión gubernamental  con miembros de asociaciones que piden la exhumación de los enterrados, y  que vieron con sus propios ojos la imposibilidad de hacer  identificaciones, las acometidas amainarían. «Pero el Valle -apunta el  abad-tiene muchos flancos, aunque te aseguro que todos igualmente  sólidos».
 La próxima prueba, el 20-N, aniversario de las muertes de  Franco y José Antonio, enterrados en la Basílica, y su homilía.  «Volveré a exaltar la reconciliación, síntesis de este lugar. Pero las  cosas están tan patas arriba que hoy son los políticos los que se  dedican a manejar los asuntos religiosos y cuando los religiosos  abordamos los temas de la vida nos acusan de meternos en política. Pues  qué le vamos a hacer. Aquí está en juego la Verdad».
 La noche se echa sobre Abantos. Toca a vísperas en la  Abadía. Cuelgamuros parece boca de lobo. ¿El Gobierno permitirá a los  fieles volver a rezar o a los deudos visitar a sus muertos? ¿Volverán a  entrar los miles de visitantes que acudían al monumento? «No sabemos  siquiera cuánto tiempo podremos continuar aquí. Lo hemos preguntado,  pero quien tiene la respuesta prefiere no darla o atenerse a la política  de hechos consumados. La seguridad jurídica que ampara a todos los  españoles, a nosotros se nos discute y se nos niega. Por eso vivimos al  día: amanecemos, no sabemos qué puede pasarnos durante la jornada y  menos qué ocurrirá mañana». Dan las siete y media. El abad desaparece  tras la clausura. Y el hermano de la portería me pide que al salir vaya  apagando las luces.
  
 
 
