El autor, que es historiador y crítico de arte avanza sobre esta etapa llevando un doble regristro de la personalidad por un lado y de los logros artísticos por otro. Por momentos nos abruma, a los que no tenemos formación musical, con consideraciones técnicas, las que se volverán particularmente eruditas en la parte final de la obra, cuando analiza los hitos fundamentales del músico, menos reconocido en su tiempo que por la posteridad.
Libros:
Mozart, de Marcel Brion, Ed. Vergara
Buenos Aires, 2006
368 páginas.
Del hijo de Leopold Mozart no sabíamos mucho, ni siquiera su nombre real: Johannes Chrysostomus Wolfgang Gottlieb. Todos solemos creer que se llamaba Wolfgang Amadeus. En realidad, Amadeus es una version latinizada de Gottlieb, y fuera de los estudios secundarios, al menos los de otros tiempos, o de la famosa película, o de la melomanía de algunos, Mozart es más célebre que conocido.
Por eso, al dar casualmente con una serie de biografías de músicos, natualmente, no pudimos evitar la búsqueda de datos con los que llenar el vacío de nuestra cultura, por un lado, y vaciar la basura informativa que nos dejó ese filme estupendo y perverso que se llama Amadeus.
Y porque descubrimos en grado de certeza moral y sospecha técnica por razones de oficio que el libro que comentamos fue una de las fuentes de la película, vamos a citar ambos simultáneamente, el uno excelente instrumento para interiorizarse en la vida del genial músico austríaco, la segunda para señalar la malicia con que se han usado datos reales y el descaro con que se han inventado otros, presuntos sucesos de su vida allí representados.
Nos anoticiamos de que Wolferl, como le decían sus familiares y amigos por cariño, junto con su hermana Nannerl fueron ejecutantes prodigios desde la más tierna niñez, sumando el niño la virtud de componer muy precozmente obras de una complejidad absolutamente desproporcionada con su edad, con resultados admirables.
Leopold, músico él mismo con aspiraciones, renuncia a toda gloria para dedicarse a la educación musical de sus hijos, y a labrarles una carrera acorde a sus talentos. Los niños prodigios eran muy requeridos en esos días como pasatiempo de la buena sociedad. De ahí la rápida fama, que llevo al pequeño Wolfgang a tocar con apenas seis años ante el emperador –episodio del que se repite distorsionadamente una anécdota que anticipa el carácter bondadoso de la archiduquesa María Antonieta, futura reina de Francia y mártir de la Revolución Francesa- Dicha fama podía llegar a constituirse en un lastre pesado en cuanto los niños dejasen de serlo. De hecho, pasada la admiración y la curiosidad, solo quedaba el recuerdo comparativo, casi nunca favorable al ex prodigio y ahora deslucido adolescente o joven de poco atractivo.
Wolfgang fue sometido a una educación y a un régimen de viajes y presentaciones públicas despiadados, muchas veces poco rentables si se los analiza en función del costo-beneficio económico. Poco rentables también para la salud del pequeño, de constitución algo frágil, y para la más frágil aún economía de los Mozart.
El autor, que es historiador y crítico de arte avanza sobre esta etapa llevando un doble registro de la personalidad por un lado y de los logros artísticos por otro. Por momentos nos abruma, a los que no tenemos formación musical, con consideraciones técnicas, las que se volverán particularmente eruditas en la parte final de la obra, cuando analiza los hitos fundamentales del músico, menos reconocido en su tiempo que por la posteridad.
Lo cierto es que ese personaje vulgar y estúpido que nos presenta la película “Amadeus” no tiene correlato alguno con la realidad. Lo niños Mozart eran gentiles, bien educados, y Wolgang particularmente encantador, sumado esto a su crianza católica devota, y a la severa vigilancia paterna, se le conocen más castos enamoramientos que amoríos en su etapa juvenil.
Esta época histórica, sorprendente, admirable en muchos aspectos, e irremediablemente tonta en tantos otros, producía músicos, orquestas, instrumentistas, maestros, compositores... a raudales. Ningún noble, ningún burgués de cierta condición se daba por contento si no tenia su propia orquesta de cámara, su teatro privado y, según la fortuna de cada cual, su compositor a sueldo.
La música era en Austria, Alemania, Italia, las ciudades balcánicas (Praga principalmente), Polonia, y naturalmente las grandes capitales de la cultura, como París, Madrid y Londres, la principal afición de todos, pobres, ricos, nobles y plebeyos. Pero particularmente en Austria casi no había quien no pudiera ejecutar algún instrumento, llámase clavecín, el novedoso pianoforte, todavía en pañales, u otros, distinguidos o populares, cuerdas o vientos. Y cantar con buena entonación y con no poca frecuencia con buena voz arias de óperas, lieder, o canciones populares. Era el esplendor de la música, y bajo Mozart el esplendor del clacisismo, con algunos barruntos románticos que nuestro compositor anticipará, aunque perdiendo por ellos el favor del público a la moda, nunca el fervor de los entendidos.
Uno de los más grandes admiradores de Mozart era el veterano músico italiano Antonio Salieri, que ocupaba el cargo de compositor de la corte imperial. Reinaban los italianos doquier, y reinaban en la ópera, cuyo estilo, modo y lengua imponen a toda Europa. Mozart será quien de a la ópera en lengua alemana el despegue que llegará a su vuelo más alto con Wagner. El alemán era una lengua que los italianos consideraban impropia del bel canto. Mozart hará maravillas, las cuales los italianos tratarán de minimizar en aras de mantener su prebenda, o por razones simplemente “nacionales”, siendo aún muchas décadas después los reyes indiscutidos del género.
Si algo enfrentó a Salieri con Mozart fue que el viejo músico italiano no quería ver su puesto en peligro a causa del triunfo de un mozo que hacía milagros dentro de los cánones clásicos, y se salía de ellos sin salirse, dando a su música una sonoridad que rompía con lo previsible del género establecido.
Varios emperadores pasaron a lo largo de la breve vida de Mozart. Algunos más tolerantes y generosos, como Leopoldo, otros insufriblemente avaros como José, el hermano mayor de María Antonieta. Ajustes por razones bélicas, por sordera congénita, o a causa de los larguísimos duelos de la corte que prohibían toda actividad musical por seis meses al menos tras la muerte de algún miembro de la inmensa familia imperial... eran la plaga de los compositores independientes.
Los celos ajenos y las urgencias económicas propias de un Mozart que en lugar de dedicarse a la lucrativa actividad de enseñar (en una época en que todos requerían maestros) se obstinaba en la mal pagada actividad de componer... se sumaron a las dichas vicisitudes y lo pusieron en necesidad permanente.
La muerte de su padre, el previsor Leopold, ya malquistado con él por su casamiento con la encantadora y algo tonta Constance, que gustaba de un tren de vida por encima de sus medios... su incapacidad para administrar, siendo este quizás el rasgo más infantil de su personalidad... todo esto hizo de la vidad de Mozart un tembladeral permanente.
Solo Praga le fue fiel, lo amó y le retribuyó siempre, pero Mozart no se animaba a dejar Viena, donde era casi uno más en medio de una pléyade de nombres ilustres. Su paso por Londres, París e Italia le dejó más enseñanza que dineros. Total, Mozart al morir estaba casi en la miseria.
Recibió un encargo, una misa de Requiem. La gestión fue hecha por un abogado que nunca reveló el nombre de su mandante y que no era ni Salieri disfrazado ni ningún enemigo masónico, sino un noble petulante e incapaz que presumía de componer las obras que hacía ejecutar a su orquesta privada.
La sospecha de que la Masonería, a la cual Mozart dio su nombre con más ligereza que malicia, como muchos en la época, incluyendo miembros de la alta nobleza, lo asesinó por revelar secretos en su ópera “La Flauta Mágica” parece descabellada.
La simbología y el carácter masónico de esta bellísima obra fue más bien un tributo que una traición a la orden, la cual había sufrido algún tiempo de persecución y pretendía recuperar renombre por medio del arte, cifrando un mensaje de presencia por medio de la historia relatada.
Lo que volvió casi loco a Mozart fue su requiem, del cual tuvo la certeza que al acabarlo, acabaría con su propia vida. Sumido en una profunda depresión, mal atendido y mal nutrido, haciendo esfuerzos enormes por volcar al papel la música que ya tenía concluída en su cabeza, he aquí el mayor logro del filme Amadeus, mostrar la psicología creativa del genio, que muchas veces tocaba partes de sus composiciones personalmente, porque no había tenido tiempo de pasar al papel lo que ya estaba perfectamente terminado en su mente prodigiosa.
Hemos dicho al principio que Amadeus nos parece un filme estupendo y perverso. Profundamente anticatólico, principalmente en la figura de Salieri, el verdadero protagonista de la historia, fantasea sin embargo genialmente escenas que muestran con acierto el proceso creativo y la psicología de este hombre único. Más tarde “La Pasión de Beethoven” saqueará estos recursos cinematográficos sin vergüenza alguna, logrando un filme mediocre, apenas si con alguna escena digna de mención.
Único como su música, frágil, incomprendido aún por su propia esposa en la hondura de su genio, Mozart muere cristianamente, muy joven, dejando inconcluso su requiem. La torpe Constanza en ese horrible día lluvioso de su entierro se dejó convencer de que sería más conveniente para sus finanzas darle una sepultura de indigentes sin riesgos de que se pierda el cuerpo. Nadie, sino los enterradores amoscados por la bebida supieron donde lo colocaron, pero después de ese día ni siquiera ellos lo recordaban. Así sus restos se perdieron hasta la actualidad.
Paradoja extraordinaria de un alma dotada para proveer de música a los coros angélicos, en un cuerpo decrépito, y con una psicología incapaz de malicia alguna, totalmente volcada a sacar de su cabeza la efusión de una música que Dios le dictaba permanentemente.
Posdata: si realmente le gustan las biografías y tiene paciencia para aprender algo sobre la técnica musical, léala. No espere conocer demasiado sobre el lado masónico de Mozart. Tampoco tiene mayor importancia.