El rey Pedro II «el Católico» murió hace 800 años en la contienda, combatiendo junto a los cátaros contra los cruzados
Un año después de volver victorioso de Las Navas de Tolosa, el
rey Pedro II de Aragón encabezaba en el año 1213 un poderoso ejército
de aragoneses, catalanes y occitanos en otra gran batalla campal en la
localidad francesa de Muret.
El monarca apodado «el Católico», coronado por el Papa Inocencio III,
se enfrentaba en esta ocasión a las huestes de la Santa Cruzada, la
primera convocada en suelo cristiano. ¿Qué obligó a Pedro II a luchar junto a los cátaros contra los cruzados?
Luis Zueco, autor de la novela histórica «Tierra sin rey»
(Nowtilus, 2013) ambientada en estos hechos, destaca que el monarca
aragonés «no cruzó los Pirineos para socorrer a los herejes, sino para
defender a sus vasallos».
Un extenso territorio del Midi francés que
llegaba hasta Niza rendía vasallaje en los inicios del siglo XIII a
Pedro II de Aragón. Era una zona muy rica económica y culturalmente, ansiada por el rey de Francia, donde había prendido con fuerza la herejía de los cátaros o albigenses , logrando la protección de algunos señores feudales.
Tras varios intentos diplomáticos por reconducir la situación, el
asesinato de un legado papal, del que sería acusado el conde Raimundo VI
de Toulouse, precipitaría en 1208 la primera cruzada de cristianos
contra cristianos.
«Altos nobles francos respondieron a la llamada papal los 40 días reglamentarios», relata Zueco. Capitaneados por Simón de Montfort
quedaron nobles de segunda fila, aventureros experimentados en la
guerra, que en su avance fueron apoderándose de ciudades y títulos.
A juicio del escritor e historiador,
vicepresidente de Amigos de los Castillos de Aragón, «Pedro II tenía el
objetivo de entrar como salvador desde el principio, pero esperó a que
el conde de Toulouse, su cuñado, le pidiera ayuda». Las localidades le aclamaron a su paso hacia Muret, cerca de Toulouse.
Su supremacía militar auguraba una gran victoria. «Si hubiera ganado,
habría asentado esos territorios en la Gran Corona de Aragón», considera
Zueco.
Objetivo: asesinar al rey
«Pedro II preparó su ofensiva más
inteligentemente de lo que la leyenda negra le atribuye (dice que pasó
la noche anterior a la batalla con una mujer, que no rezó...), añade el autor de «Tierra sin rey» que explica cómo el monarca aragonés quiso evitar una guerra larga contra la Iglesia.
«Dejó entrar a Montfort en el castillo de Muret para que todo se
decidiera en una batalla campal», algo que no era usual en aquellos
tiempos, según Zueco.
La victoria en Las Navas a buen seguro que
influyó en esta decisión, pero en Muret no pudo aplicar la misma
estrategia que empleara con Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII El
Fuerte de Navarra frente a los musulmanes ya que no contaba con el apoyo
de las órdenes militares , la élite de la época.
En lugar de colocarse en última línea de batalla, Pedro II decidió
combatir en segundo lugar tras el Conde de Foix y soldados catalanes,
dejando a Raimundo VI de Toulouse y las tropas occitanas a su espalda.
Cierto es que su estrategia pudo no ser la
adecuada, que no esperó a las tropas catalanas que llegaban en su apoyo
desde Perpiñán y que en una batalla campal así de poco sirvió su
superioridad en infantería, pero su derrota también estuvo motivada por
otro factor importante a juicio de Zueco: «Los cruzados rompieron en
Muret las reglas de caballería enviando a dos asesinos a matar a Pedro
II».
«No se podía matar a un rey en la Edad Media, era un alto deshonor, y menos a un rey que encima era católico», añade el escritor. Algo se debía intuir el monarca aragonés cuando cambió su armadura a otro caballero. Sin embargo, al ver morir a éste, el rey, que era muy orgulloso, se expuso a que lo mataran gritando: «Aquí está el rey». Su muerte declinó la balanza a favor de Simón de Montfort. Las tropas comandadas por el conde de Toulouse huyeron sin llegar a atacar, ante el avance de los cruzados. Se cree que hubo 15.000 bajas aquel jueves 13 de septiembre de 1213.
Con Pedro II fallecería en Muret la alta nobleza aragonesa y se abriría una grave crisis política en la corona.
A la pérdida del monarca y el fin del sueño de la expansión por
territorio francés se unía el hecho de que su único heredero, el futuro Jaime I que contaba entonces con solo 5 años, se encontraba en aquel momento en manos de Simón de Monfort. Una bula papal obligaría a éste a entregar al pequeño a los templarios, que le educarían en el castillo de Monzón . Con Jaime I el Conquistador, Aragón centraría su mirada en el Mediterráneo.
Los restos de Pedro II fueron entregados a los caballeros hospitalarios y hoy reposan en el Real Monasterio de Santa María de Sijena , en Huesca.
«Como buen perdedor, la historia lo margina», se lamenta Zueco, que con
la trama de ficción que presenta en el castillo de Monzón el próximo
día 15 ha tratado de poner en valor esta decisiva batalla que marcó la
Edad Media.