La batalla de San Quintín fue célebre por muchos motivos.
Fue uno de los más grandes enfrentamientos españoles contra el ejército
de Francia que dio al entonces bisoño Rey Felipe II una victoria
decisiva. Tan decisiva como la posterior de Lepanto.
Como es sabido, la batalla se decantó del lado español el 10 de agosto
de 1557, día de san Lorenzo, por lo que el joven Rey mandó construir su
palacio de El Escorial con forma de Parrilla, en honor al santo del día de aquella gran victoria.
Pero incluso las grandes victorias tienen flecos. Y San Quintín los tuvo, igual que había tenido un complicado prólogo con la alianza del Papa Pablo IV y el Rey francés Enrique II. Nada había sido fácil, y menos lo fue la toma de la ciudad después de la batalla. San Quintín dominaba desde una colina una zona de más de dos leguas, y su parte sur suroeste estaba inundada aquellos días por algunos pantanos y el río Somme.
El sitio que los españoles plantaron a la guarnición francesa se dilató aún 17 largos días, en los que la artillería no dejó de castigar y quebrar sus muros. Hasta el día 27 de agosto no fue debelada.
Felipe II acudió a Bruselas a principios de agosto, adónde llegó un ejército enorme de 60.000 soldados españoles, flamencos e ingleses, que además recibía apoyo de 17.000 jinetes y la atronadora voz de 80 piezas de artillería. Lo mandaba el duque de Saboya, que se había pasado al servicio de la Corona española tras ser despojado del ducado saboyano por el francés.
Las añagazas puestas en marcha por los españoles resultaron más efectivas. Un movimiento de distracción hizo pensar a los mandos franceses que el objetivo era Champaña y luego Guisa. Llegó a amenazar dicha plaza con un asedio y los franceses se tragaron el farol, enviando un gran contingente de tropas. Solo entonces, los españoles desviaron la lucha a San Quintin, capital de Picardía y llave estratégica del norte de Francia. Desde luego el duque de Saboya hizo con sus planes honor al nombre de esta región francesa.
En San Quintín solo había unos centenares de soldados, pero entre el río, la laguna y los muros aún tenía una poderosa defensa. El 2 de agosto las compañías españolas comandados por Julián Romero y Candolenet se apoderaron del arrabal de la isla con gran determinación, salvando los fosos y baterías defensivos. La respuesta francesa fue enviar con prontitud extrema al almirante Gaspar de Coligny al mando de un contingente de socorro formado por apenas 500 hombres que logró introducirse en la ciudad durante la noche del 3 de agosto.
Detrás venía el ejército francés al completo, con unos 22.000 infantes, 8.000 jinetes y 18 cañones, bajo las órdenes del condestable De Montmorency (tío de Coligny) y su hermano Andelot. Este trató de entrar también en la ciudad junto a 4.500 soldados, pero no lo consiguió, sino que cayó en una emboscada.
Rodeado por los cuatro costados, Montmorency poco pudo hacer contra los españoles que destrozaron sus filas con ráfagas de arcabuz mientras las alas caían con ímpetu imparable sobre el ejército francés. Fue una carnicería y ni siquiera Montmorency pudo evitar ser capturado por un soldado de caballería, apellidado Sedano, de la compañía de don Enrique Manrique, que recibió 10.000 ducados en premio de su acción. Aunque tuvo que repartirlos con el capitán Valenzuela, que fue quien dio el grito de "Cautivo"·
Solo resistieron hasta el 27 de agosto, cuando se produjo un asalto general desde el sur, este y norte. Columnas española, flamenca e inglesa aprovecharon varias brechas abiertas por la artillería en la muralla. No tiene tanto mérito para la historia militar, pero fue la acción que cerró la operación. La batalla se había ganado por la inteligencia y el genio militar del duque de Saboya. La toma fue un epílogo sangriento.
La mayor parte de los sitiados acabaron pasados a cuchilllo y el almirante Coligny fue capturado junto con varios nobles. Felipe II dejó una guarnición de cuatro mil hombres bajo el mando del conde de Abresfem.
Al año siguiente, el 13 de julio, las tropas españolas volvieron a vencer a las francesas en la batalla de Gravelinas, lo que apresuró al Rey francés a firmar una paz honrosa, la de Cateau-Cambrésis en 1559.
Pero incluso las grandes victorias tienen flecos. Y San Quintín los tuvo, igual que había tenido un complicado prólogo con la alianza del Papa Pablo IV y el Rey francés Enrique II. Nada había sido fácil, y menos lo fue la toma de la ciudad después de la batalla. San Quintín dominaba desde una colina una zona de más de dos leguas, y su parte sur suroeste estaba inundada aquellos días por algunos pantanos y el río Somme.
El sitio que los españoles plantaron a la guarnición francesa se dilató aún 17 largos días, en los que la artillería no dejó de castigar y quebrar sus muros. Hasta el día 27 de agosto no fue debelada.
Añagazas
Aquel primer periodo del reinado de Felipe II estuvo lleno de añagazas. Por un lado, el Papa facilitó la entrada de las tropas francesas en sus territorios de Italia en cuanto tuvo noticia de la alianza con Enrique II, que ansiaba conquistar el Milanesado y por encima de todo expulsar a los españoles de Nápoles. Pero el duque de Alba rechazó la operación francesa con tal eficacia que el Sumo Pontífice quedó aislado. Como al Papa guerrero no le gustara esa nueva situación, decidió excomulgar al Rey Católico.Felipe II acudió a Bruselas a principios de agosto, adónde llegó un ejército enorme de 60.000 soldados españoles, flamencos e ingleses, que además recibía apoyo de 17.000 jinetes y la atronadora voz de 80 piezas de artillería. Lo mandaba el duque de Saboya, que se había pasado al servicio de la Corona española tras ser despojado del ducado saboyano por el francés.
Las añagazas puestas en marcha por los españoles resultaron más efectivas. Un movimiento de distracción hizo pensar a los mandos franceses que el objetivo era Champaña y luego Guisa. Llegó a amenazar dicha plaza con un asedio y los franceses se tragaron el farol, enviando un gran contingente de tropas. Solo entonces, los españoles desviaron la lucha a San Quintin, capital de Picardía y llave estratégica del norte de Francia. Desde luego el duque de Saboya hizo con sus planes honor al nombre de esta región francesa.
En San Quintín solo había unos centenares de soldados, pero entre el río, la laguna y los muros aún tenía una poderosa defensa. El 2 de agosto las compañías españolas comandados por Julián Romero y Candolenet se apoderaron del arrabal de la isla con gran determinación, salvando los fosos y baterías defensivos. La respuesta francesa fue enviar con prontitud extrema al almirante Gaspar de Coligny al mando de un contingente de socorro formado por apenas 500 hombres que logró introducirse en la ciudad durante la noche del 3 de agosto.
Detrás venía el ejército francés al completo, con unos 22.000 infantes, 8.000 jinetes y 18 cañones, bajo las órdenes del condestable De Montmorency (tío de Coligny) y su hermano Andelot. Este trató de entrar también en la ciudad junto a 4.500 soldados, pero no lo consiguió, sino que cayó en una emboscada.
Del desprecio a la imprudencia y la derrota
Es sabido lo que ocurrió el 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo. Montmorency expuso su avance a la posibilidad de una maniobra envolvente, en parte porque despreciaba tanto al duque de Saboya que nunca pensó que le tomase la delantera de ese modo. No hizo caso de quien le advirtió del peligro y gracias a su ciega soberbia los españoles pudieran cruzar el río por el puente de Rouvroy y sorprender a su ejército en mitad de la maniobra de despliegue.Rodeado por los cuatro costados, Montmorency poco pudo hacer contra los españoles que destrozaron sus filas con ráfagas de arcabuz mientras las alas caían con ímpetu imparable sobre el ejército francés. Fue una carnicería y ni siquiera Montmorency pudo evitar ser capturado por un soldado de caballería, apellidado Sedano, de la compañía de don Enrique Manrique, que recibió 10.000 ducados en premio de su acción. Aunque tuvo que repartirlos con el capitán Valenzuela, que fue quien dio el grito de "Cautivo"·
Las noticias vuelan
Felipe II recibe la noticia el día 11 en Cambray y el 13 acude al campamento a felicitar al duque de Saboya. Pero aquel día se ganó a pulso el calificativo de Rey Prudente. Era la primera victoria desde que empuñaba el cetro y el entusiasmo de sus fieles le impulsaban a marchar sobre París. Pero él no quiso manchar la victoria con una campaña dudosa ni, por supuesto, dejar San Quintín en retaguardia aún en manos de franceses. Así que se centró en celebrar la fortuna de su reinado con la construcción de El Escorial en honor a San Lorenzo y ordenó que se tomase la plaza.Brechas en la muralla
Durante los días previos a la batalla se había llegado a abrir una gran brecha tras la explosión de un polvorín adosado a la muralla, pero el fuego y el humo habían sido tales que no dejaron a los sitiadores ver las posibilidades que la explosión les abría. Además, los sitiados repararon y mejoraron la muralla por aquel punto. Pero de nada les iba a servir.Solo resistieron hasta el 27 de agosto, cuando se produjo un asalto general desde el sur, este y norte. Columnas española, flamenca e inglesa aprovecharon varias brechas abiertas por la artillería en la muralla. No tiene tanto mérito para la historia militar, pero fue la acción que cerró la operación. La batalla se había ganado por la inteligencia y el genio militar del duque de Saboya. La toma fue un epílogo sangriento.
La mayor parte de los sitiados acabaron pasados a cuchilllo y el almirante Coligny fue capturado junto con varios nobles. Felipe II dejó una guarnición de cuatro mil hombres bajo el mando del conde de Abresfem.
Al año siguiente, el 13 de julio, las tropas españolas volvieron a vencer a las francesas en la batalla de Gravelinas, lo que apresuró al Rey francés a firmar una paz honrosa, la de Cateau-Cambrésis en 1559.