AMIGOS DE LA LIBERTAD
La candidatura de Cristina, en julio
Eduardo van der Kooy
Hay sobre el escritorio un pan dulce rebosante de frutas secas    que los dedos de Néstor Kirchner escarban a cada rato. Entre bocado y migajas    pasa largos minutos hablando de su tema predilecto: el crecimiento económico,    la mejora social, el superávit fiscal, la recuperación de las reservas que, a    juicio suyo, deberán trepar hasta los 50 mil millones de pesos (están ahora en    $ 31 millones) para que la Argentina pueda respirar tranquila. Hace una pausa    antes de decir que aquellas seguirán siendo prioridades hasta el final de su    mandato. ¿Y las elecciones? "No me olvido de las elecciones. ¿Cómo me voy a    olvidar? Pero prefiero no anticipar la campaña ni las    candidaturas".
Se trata, por supuesto, de una verdad a medias.    Daniel Scioli ya ha sido ungido por él para pelear Buenos Aires. Llaman la    atención los elogios y la calidez con que habla del vicepresidente. El    día y la noche respecto de los tiempos ríspidos entre ambos. Acepta que Rafael    Bielsa será el candidato en Santa Fe y que la batalla contra Hermes Binner no    resultará nada sencilla. Los socialistas han perdido para él buena    parte de la consideración que alguna vez les tuvo, quizás porque no    quisieron acompañarlo en jugadas como la reforma de la Magistratura o la    incorporación de Héctor Polino al poder. Describe el rompecabezas político de    Córdoba que no sabe cómo armar y ensalza la gestión de José Manuel de la    Sota.
Kirchner insiste en que el año que viene no será    candidato. No es una novedad: se lo dijo hace semanas a Jorge Obeid y    también a Scioli y a De la Sota. La duda subsiste en todos ellos. También    en el periodismo. Quizás la novedad sea otra: el tono que utiliza el    Presidente en la conversación, haciendo referencias permanentes a lo que    piensa hacer cuando no tenga la sujeción cotidiana del poder. No apunta a    placeres sino a la política: "Me quiero dedicar a renovar al peronismo. A    integrarlo como pilar de una fuerza de centroizquierda, moderna. Eso es muy    difícil hacerlo cuando se debe gobernar y más en una situación de crisis como    la que me tocó a mí", señala.
Menciona como un gusto la posibilidad    de escribir un libro sobre sus cuatro años con un relato de momentos políticos    y anécdotas inconvenientes de ser revelados hoy mismo. Y hasta se anima a    ensayar un balance precoz: "Lo primero que me vino a la cabeza el día que    asumí fue cómo iba a hacer para llegar al 2007. Falta poco para lograrlo y    dejaré un país mejor que el que recibí. Ninguna maravilla, pero claramente    mejor", se conforma.
Sonríe cuando se le interroga si la candidata    puesta, entonces, será Cristina Fernández. Vale la pena contar la escena:    aquella pregunta surgió en un tramo ocasional en que la senadora participó del    diálogo donde siempre estuvo Alberto Fernández, el jefe de Gabinete, y de a    ráfagas Carlos Zanini, el secretario Legal y Técnico. Kirchner no dijo    taxativamente que su mujer será la heredera, pero existió entre ellos un    intercambio de mirada cómplice. Cristina sonrió y agachó la cabeza. Alguna    vez había desechado esa chance. Otras veces, como cuando presentó el proyecto    de reforma a la Corte Suprema, se había mostrado evasiva ante la    prensa.
Al Presidente le encanta entretenerse con la incógnita. "Esa    candidatura se definirá recién en julio. No antes. Hay mucho tiempo. Y la    oposición debe todavía jugar sus cartas. Que las juegue primero", desafía.    El apunte más intrigante quedó en la boca de Cristina un segundo antes de    abandonar la reunión: "Yo lancé mi candidatura a senadora por Buenos Aires    un 7 de julio", disparó como si se tratara del respeto a una    cábala.
¿Cómo está la oposición? Allí siguen descreyendo del    apartamiento de Kirchner y de la postulación de Cristina. La excepción es    Eduardo Duhalde, aunque tal vez resultaría arbitrario colocar al ex presidente    en ese bando. La posible alianza entre Roberto Lavagna y Mauricio Macri está    helada. El ex ministro oficializará su candidatura presidencial no bien    regrese de su descanso veraniego. El ingeniero sigue navegando las aguas de la    indefinición. Elisa Carrió se anotó en la grilla electoral antes que nadie. El    gobernador neuquino, Jorge Sobich, otea los pasos de Macri y de Lavagna.    Ricardo López Murphy comenta que antepondrá sus ideas y convicciones a    cualquier candidatura o alianza. Arriesga un diagnóstico: "La oposición    tendrá el año que viene como mínimo tres candidatos".
No parecería    esa la mejor radiografía para la oposición. Sería, por el contrario, una buena    noticia para la postulación de Cristina. Aunque la mirada de Macri y de    Lavagna es, en ese sentido, más optimista. Ambos suponen que la senadora —con    o sin unión opositora— abriría una puerta al ballottage que sería    difícil, quizás imposible, con un Kirchner enancado sobre el brío del despegue    económico.
El Presidente cita mucho a Lavagna y, por instantes,    transmite la sensación de haber sufrido una pérdida política. Aunque se    muestra escéptico sobre su apuesta electoral. Evita hablar de las diferencias    personales con el ex ministro y enumera dos cuestiones que habrían causado la    ruptura. Una, política: cuando Lavagna se declaró neutro en el combate suyo    contra Duhalde. Otra, económica: Lavagna sugirió un enfriamiento de la    economía a fin del año pasado no bien la inflación asomó como amenaza. "Lo    único que yo no quería y que no quiero es que la economía se enfríe",    asegura.
Sube el tono cuando recuerda que Duhalde lo metió en la    encrucijada de pelear. Pierde adrenalina en el recuerdo de Raúl Alfonsín. "Es    el ex presidente que más virtudes tuvo. Que luchó por cosas que creía. El    juicio a las Juntas Militares fue un hito en la historia mundial. Le reprocho    las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Pero la política obliga muchas    veces a esos retrocesos". Kirchner no opinaba de ese modo tiempo atrás del    líder radical. Era más severo y era también mucho menos comprensivo. La    realidad del poder pudo haberlo domesticado.
Un latigazo fue la derrota    en Misiones. Y lo admite. Jura que desde aquel domingo funesto para él nunca    más habló con el gobernador Carlos Rovira. No desea involucrarse en el    escándalo político que sacude a La Rioja por la reelección indefinida que    defiende Angel Maza, heredada de los tiempos de Carlos Menem. Luis Beder    Herrera, el vicegobernador, y sectores de la oposición quieren eliminarla.    En suelo riojano estuvo hace pocas semanas Joaquín Piña, el jesuita que    enterró los sueños de Rovira. Se le presenta al Presidente una    contradicción similar a la que sufrió con Misiones: Maza fue uno de los    primeros mandatarios en archivar años de pertenencia menemista para saltar al    kirchnerismo. Aquel problema de lealtades incondicionales fue al final el que    le hizo cometer un serio error político.
Otro azote es el enigma que    rodea la desaparición del albañil Jorge Julio López. Kirchner está casi seguro    —al parecer por intuición, no por pruebas— que en el episodio han    estado involucrados policías fuera de servicio ligados al ex comisario Miguel    Etchecolatz, que recibió por el testimonio de López la condena a prisión    perpetua. Se niega a admitir la posibilidad de un desenlace trágico aunque sus    cavilaciones en silencio trasunten lo contrario.
Nunca en un diálogo    con el Presidente puede estar ausente algún reproche al periodismo. Kirchner    cree que muchos periodistas subestimaron su política sobre los derechos    humanos. Cristina comparte esa percepción. La describieron, recrimina, como    una decisión sin costos y sin riesgos. "López es una demostración de los    peligros que existen. Hay resabios de la dictadura que todavía no se    disolvieron. Pero en ese campo nada me va a hacer retroceder",    dice.
Supone momentos de tensión cuando    empiecen a desarrollarse los juicios contra los ex represores. Aunque apunta,    sobre todo, a uno de ellos: el que tendrá como protagonista al sacerdote    Cristian Von Wernich, capellán de la Policía bonaerense cuando la jefatura de    esa fuerza estaba a cargo del general Ramón Camps. Se lo acusa de haber sido    partícipe en 45 casos de secuestros y torturas, tres homicidios y la    apropiación de un menor. "Sería una buena ocasión para    que la Iglesia me acompañe", reflexiona.
Vuelve de    repente al comienzo de la charla. A la economía. La economía lo impulsa a    lanzar opiniones sobre la región. Sostiene sin temor a errar que Lula da Silva    es el mejor presidente de la historia de Brasil. No acepta ningún reparo con    la figura de Fernando Henrique Cardoso. Imagina que la alianza estratégica de    la Argentina y Brasil será vital en los años venideros. Añade a Venezuela más    allá de las exuberancias de Hugo Chávez que lo crispan. Y hace un hincapié    sorpresivo en Ecuador: "Rafael Correa me impresiona muy bien. Ecuador es un    país con una riqueza energética muy valiosa. Lo que no sé es cómo Correa    resolverá el problema de la dolarización de la economía",    manifiesta.
Habla bien de Michelle Bachelet, de Felipe Calderón, el    presidente de México, y —pese a las preguntas— deja recién para el final una    frase sobre Uruguay: "A la planta pastera habrá que encontrarle alguna    solución técnica. Pero lo que debemos es negociar con Tabaré. El conflicto    no puede seguir así", concluye.
Las últimas palabras fueron casi    simultáneas con su despedida. Su figura desgarbada se perdió rápido detrás de    las luces y los globos de un árbol de Navidad.
Copyright Clarín    2006
 
 
 
