[Red de Catequistas] UN TEMA DE BIOÉTICA Y BIODERECHO
LA REVISTA DEL FORO |
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COLUMNISTA
DR. JORGE H. SARMIENTO
GARCÍA
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UN TEMA DE BIOÉTICA Y
BIODERECHO
UN TEMA DE BIOÉTICA Y
BIODERECHO
UN TEMA DE BIOÉTICA Y BIODERECHO
UN
TEMA DE BIOÉTICA Y BIODERECHO
El anteproyecto de nuevo Código Civil entregado a la Presidente de
la República Cristina Fernández de Kirchner por el Presidente de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti, integrante de
la comisión redactora conjuntamente con la Vicepresidente del mismo
Tribunal, Elena Highton de Nolasco, y Aída Kemelmajer de Carlucci,
contiene –entre otros– los siguientes contenidos:
Con respecto a la vida humana, para el anteproyecto la existencia
de la persona humana comienza con la concepción en el cuerpo de la mujer o
la implantación en ella del embrión formado mediante técnicas de
reproducción humana asistida, institucionalizando así una discriminación
injusta entre los embriones fruto de una relación natural y los obtenidos
por técnicas de fecundación extracorpórea, lo que da pie a cualquier
experimentación y otros atentados contra los “embriones de
laboratorio”.
A la vez, parece situar el comienzo de la persona en la
implantación del embrión, dando vía libre al aborto por medios químicos y
mecánicos, que actúan antes de la implantación del embrión en el
útero.
Además, legaliza la fecundación artificial, incluyendo la donación
de gametos (óvulos y/o espermatozoides), el alquiler de vientres o
maternidad subrogada y la inseminación “post mortem”.
Introduce asimismo lo que llama la "voluntad procreacional" como
elemento determinante para obtener un hijo por cualquier modo de
fecundación “asistida”. La “voluntad procreacional” es ajena a la realidad
genética, lo cual contradice el derecho del niño a la identidad. El niño
se convierte en una “cosa”, adquirible por cualquier técnica de
laboratorio, incluidas las más aberrantes.
Si el reconocimiento del valor intrínseco de todo ser humano
constituye el principio eminente de la bioética y del bioderecho, las
reformas propuestas al Código Civil aquí tratadas son violatorias de tal
principio, nutriéndose hasta ahora aquel cuerpo legal del mismo, que con
jerarquía constitucional y consenso internacional representa un eficaz
resguardo de la vida humana, desde su concepción y hasta su muerte
natural.
Juan Pablo II, para quien la Iglesia no es minimalista, invisible,
silenciosa, sino que experimenta tener una misión en el mundo
contemporáneo, hablando del Evangelio y por ende defendiendo al hombre y
la paz entre los pueblos, decía el 8 de octubre del año 2000: “La
humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita. Puede hacer de este
mundo un jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros. Ha logrado una
extraordinaria capacidad de intervenir en las fuentes mismas de la vida:
puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral, o ceder al
orgullo miope de una ciencia que no acepta límites, llegando incluso a
pisotear el respeto debido a cada ser humano. Hoy, como nunca en el
pasado, la humanidad está en una encrucijada”.
Es que para el entonces Papa la opción de la Iglesia no es la
adecuación, en un Occidente que le pide sea más “moderna” adaptándose,
sino que estaba convencido que es necesario vivir en el mundo
contemporáneo con simpatía pero, al mismo tiempo, sin renunciar a una
identidad que le viene de lejos.
Y como escribiera el –en aquellos
tiempos– Cardenal Ratzinger, “La ´inactualidad` de la
Iglesia… puede ser su fortaleza. Los hombres tal vez piensen que, para
luchar con ideologías tan banales como las que ahora predominan en el
mundo, es necesaria una oposición, y que la Iglesia puede ser moderna,
precisamente siendo antimoderna, oponiéndose a aquello que todos afirman.
La Iglesia necesita ejercer un profético papel de oposición profética.
Aunque al principio parezca lo
contrario, su mayor fuerza está, precisamente, en el coraje de la verdad,
a pesar que esto le quite popularidad y pueda parecer que la Iglesia se
está encerrando en un ´ghetto`”.
Pues bien, para la Iglesia siempre ha sido principio fundamental
de la bioética –y de lo que actualmente se ha dado en denominar
“bioderecho”– que a cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte
natural, se le debe reconocer la dignidad de persona.
Ello explica que también haya expresado Juan Pablo II: “En
realidad, desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una
nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo
ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si
no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre la genética
moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer
instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una
persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la
fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales
capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar. Por lo
demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de
la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una
persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier
intervención destinada a eliminar un embrión humano. Precisamente por
esto, más allá de los debates científicos y de las mismas afirmaciones
filosóficas en las que el Magisterio no se ha comprometido expresamente,
la Iglesia siempre ha enseñado, y sigue enseñando, que al fruto de la
generación humana, desde el primer momento de su existencia, se ha de
garantizar el respeto incondicional que moralmente se le debe al ser
humano”.
Y más recientemente, el ahora Benedicto XVI dijo que el hombre
“tiene derecho a no ser tratado como un objeto que se posee o como una
cosa que se puede manipular a placer, a no ser reducido a un puro
instrumento en beneficio de otros y de sus intereses. La persona es un
bien en sí misma y siempre es necesario buscar su desarrollo integral. El
amor hacia todos, y más si es sincero, tiende espontáneamente a
convertirse en una atención preferencial por los más débiles y los más
pobres… Sobre estas bases se coloca la preocupación de la Iglesia por la
vida naciente, la más frágil, la más amenazada por el egoísmo de los
adultos y por el oscurecimiento de las conciencias. La Iglesia
continuamente reafirma cuanto ha declarado el Concilio Vaticano II contra
el aborto y toda forma de violación de la vida naciente: ‘La vida, una vez
concebida, debe ser protegida con la máxima atención’”.
El Papa Benedicto ha destacado asimismo que actualmente existen
tendencias culturales que “buscan anestesiar las conciencias con
pretextos. Sobre el embrión en el vientre materno, la ciencia misma pone
en evidencia la autonomía que lo hace capaz de interactuar con la madre,
la coordinación de los procesos biológicos, la continuidad del desarrollo,
la creciente complejidad del organismo. No se trata de un cúmulo de
material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente
ordenado, un nuevo individuo de la especie humana. Así… lo ha sido cada
uno de nosotros en el vientre de la madre”.
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