2007: el año de los mártires
El pasado 28 de octubre, se cumplía el quinto aniversario de la beatificación de 497 mártires de la persecución religiosa española (1931-1939):
eran elevados a la gloria de los altares, en el centro de la
Cristiandad, bajo la atenta mirada de nuestro querido Papa, Benedicto
XVI. Igualmente, hoy 6 de noviembre, celebramos el quinto aniversario de su fiesta litúrgica, aunque en muchos lugares han ido celebrando en el dies natalis (la fecha en que tuvo lugar su martirio) esta fiesta martirial y gozosa.
Fue una experiencia única el poder participar de los preparativos de la que fue la mayor beatificación de la Historia de la Iglesia:
¡Y era de nuestros mártires españoles! Luego, organizar la
peregrinación diocesana a Roma. Antes, haber tenido el privilegio de
exhumar los restos de tantos mártires de nuestra geografía diocesana: el
Beato Saturnino Ortega en Talavera; el Beato Libero González en
Torrijos; Toledo y sus santos canónigos de la Catedral; los Hermanos de
La Salle en Consuegra; Mora de Toledo con el protomártir del clero
toledano, Beato Agrícola Rodríguez… Poder tocar la santidad, mostrar al
pueblo de Dios las señales del martirio de aquellos que con su sangre
regaron nuestro suelo español.
El Beato Juan Pablo II nos había contado su experiencia directa de
los sufrimientos de los mártires y confesores de la fe de este siglo. Su
misma biografía contiene un episodio que meditó muchas veces: en abril
de 1944, la Gestapo detuvo y fusiló en Cracovia a un seminarista amigo
suyo (juntos ayudaban a misa al cardenal Sapieha), mientras que él se
salvaba.
La generación del Papa polaco ha conocido los campos de concentración y la persecución. “En
mi patria, sacerdotes y otros fieles fueron deportados a los campos de
exterminio: sólo en Dachau fueron internados casi tres mil sacerdotes”.
Según David Barrett, autor de la Enciclopedia del Mundo Cristiano, este
siglo ha producido más víctimas cristianas -el doble- que los
diecinueve siglos anteriores. Barrett ha contado 26,68 millones de
mártires en los últimos cien años.
Benedicto XVI nos mostraba, con los 497 beatos de 2007 y los casi
500 que serán, D.m., beatificados el 27 de octubre de 2013, el mismo
camino emprendido en 1987 con las beatas Carmelitas de Guadalajara:
mostrar al pueblo de Dios que peregrina en nuestra patria el gozo de
un testimonio que se recuerda y que debe imitarse, que se celebra en la
Sagrada liturgia, mientras se encomienda a su protección ante Cristo
Jesús.
¡Gloria a los mártires!
Ellos han sido y son una fuerza de la fe cristiana vivida hasta el
extremo del amor, testigos singulares de Dios vivo que es Amor en la
vida de los hombres, ellos son fuego, luz, renuncia a todos los
egoísmos, espléndida manifestación de vida de entrega a Dios por las
causas más nobles que puedan darse: la del triunfo de Cristo en la
sociedad, la del amor sobre el odio, la del perdón sobre la venganza, la
de la paz sobre la guerra. Conservar y vivir la memoria de los mártires es un deber del cristiano.
Ellos han sido los frutos o los retoños más insignes de la madre
Iglesia en el siglo XX, sus hijos más ilustres, las cimas más altas de
humanidad en nuestras tierras en muchos años, lo mejor de nuestros
pueblos. Cuando recordamos aquella jornada gloriosa en Roma por estas
beatificaciones el corazón se ensancha, y dice uno... “¡Qué
Iglesia es ésta! ¡Qué Madre tan fecunda, que, en cualquier momento de la
historia, engendra estos hijos! ¡Qué fuerza lleva dentro de sí la
Iglesia del Señor para ser tan perfectamente capaz de realizar esto: el
que tantos hijos suyos amen al Señor y al depósito de la fe que la
Iglesia custodia, hasta derramar su sangre!”(Cardenal Marcelo González Martín).
Instrumentos de paz
Hay un aspecto inolvidable en los mártires, en nuestros mártires,
bienaventurados porque trabajaron por la paz. Nuestros mártires, en
efecto, son insignes colaboradores de la paz. Porque, en todo momento,
ellos han servido, antes con su apostolado, y después con esa
generosidad con que se entregaron a la grandeza de la convivencia
humana: porque murieron perdonando, no odiando, sin que hubiese un solo caso de apostasía de su fe en Dios que es Amor, y de Jesucristo, Rey y Señor de todo y de todos.
Ellos han sido, y son, para todos ejemplos innegables y
conmovedores de personas con entrañas de amor y de misericordia, capaces
de perdonar y morir perdonando como su único Señor. Ellos son hoy y lo
serán siempre memoria viva, llamada y signo, garantía de una honda y
verdadera reconciliación, que nos marca definitivamente el futuro: un
futuro de paz, de solidaridad, de amor y de unidad inquebrantable entre
todos los españoles.
¡Gloria a los mártires!