SOBRE  EL  
NEO-REVISIONISMO
El 
término “Revisionismo”, tan claro en sus orígenes entre nosotros, ha venido 
sufriendo una serie de tergiversaciones que difícilmente puedan calificarse de 
inocentes. De hecho, ha variado desde lo prohibido –cuando se trata de hacer 
“revisionismo” del “Holocausto”- hasta lo grotesco, como parece va a ser este 
que se anuncia con pompa a través de un instituto “ad hoc” programado por el 
gobierno kirschnerista.
El 
preciso artículo que firma Alvaro José Aurane en La Gaceta de Tucumán el 4 del 
corriente deja ver cómo el objetivo de este Instituto Nacional de Revisionismo 
Histórico Argentino e Iberoamericano, que lleva el nombre de Manuel Dorrego, va 
más allá de la reivindicación de figuras del pasado reunidas bajo el nunca bien 
definido campo de lo “nacional y popular”. Se huele con claridad que, bajo la 
mirada distraída de un Pacho O’Donnell que parece recién caído del nido cuando 
se refiere a su nueva función, los “intelectuales K” van a cobrar sueldo para 
reinventar una nueva “historia oficial”, a la medida de sus necesidades 
setentistas.
Todo 
lo contrario del Revisionismo Histórico cuyo nombre intentan utilizar. Porque 
aquél nació sin subsidios para enderezar la historia oficial, escrita según 
necesidad del liberalismo que ganó con Caseros e inyectada en la conciencia de 
por lo menos tres generaciones de argentinos hasta que el Nacionalismo la 
desterró tras la lucha intelectual más desigual y más noble que planteó el saber 
argentino de nuestro siglo XX. Ni el proto-revisionista Saldías, ni los que 
vinieron a partir del año treinta pretendieron construir masacote ideológico 
alguno. Bajo los mil matices de sus personalidades libres, produjeron un enorme 
monumento a la investigación sobre nuestro pasado que, eso sí, por ser libre y 
verdadero, no pudo sino terminar afirmando nuestra tradición hispánica y 
católica, antes combatida o sencillamente ocultada por los liberales desde el 
Estado. Así investigaron y escribieron los Irazusta, los Ibarguren, Vicente 
Sierra, Ernesto Palacio, Busaniche, Scalabrini…, sin sueldos ni diplomas 
oficiales, sin cobrar horas extra ni aguinaldo. Abrieron los ojos patrióticos de 
los que habían sido literalmente adoctrinados para acomodarse a las necesidades 
de la Argentina asociada al imperio británico. Quienes vienen de familias con 
cierto arraigo tienen claro que no otro fue el papel de las escuelas, los 
colegios y la Universidad hasta, inclusive, la época de Perón, cuando se seguía 
enseñando más de lo mismo. Y aunque aquella educación fuera en muchos aspectos 
infinitamente mejor que la actual, no dejaba de apartar a los estudiantes de las 
que eran las tradiciones de su tierra y de su sangre.
Ganada 
la calle por el revisionismo, la izquierda no tardó en intentar sumarse con su 
propio bagaje. Con la excepción de Jorge Abelardo Ramos, que se fue acercando 
con honesta intención espiritual –y por eso el “progresismo” lo ha pateado-, la 
maniobra falló porque no pudo sino ser ideológica a la manera del 
socio-comunismo del momento: la historia argentina no se explica por la lucha de 
clases.
Pero 
algo logró carcomer esa mentalidad que amuebló la azotea de tanto guerrillero y 
acompañantes. Lo cierto es que, una vez derrotados y expulsados, encontraron el 
campo orégano no sólo en Europa sino en Estados Unidos y, sobre todo, en sus 
organismos de Inteligencia, que arreciaron con la Doctrina de los Derechos 
Humanos, llovida a cántaros sobre gente que debería atenerse a cumplir con sus 
deberes. El resultado, hoy esparcido por nuestra América española pero también 
por buena parte del mundo, es este neo-revisionismo, que necesita contar una 
historia cambiada y parcial para justificar cómo va a cercenar toda libertad 
posible de los espíritus.
La 
Universidad de las Madres de Plaza de Mayo ha sido un ejemplo. Allí enseñan que 
la historia argentina arranca en los años “de plomo” y culmina en los logros 
actuales de las “madres” (exceptuando a Shocklender, se me ocurre). Pero la cosa 
habrá requerido ser más sutiles, por lo que el recién creado instituto va a 
escribir todo un texto a la medida del “progresismo”, nuevo nombre de la 
esclavitud. Son ellos mismos quienes nos han dado la pista, con esto de hablar 
de la importancia del “relato”. Que no es otra cosa que un cuento, y uno que 
huele a cuento chino.
Repiten 
la técnica de los viejos liberales. No nos olvidemos de que son sus sucesores en 
el materialismo. Sin embargo, ya les va a tocar a ellos ser a su vez revisados. 
Y, como siempre, no van a poder con la Verdad.
 
 
 
