 La Fiesta de María, en el camino a la Navidad,              nos une en el gozo de saber que Ella fue concebida de un modo              especial. Si bien nuestra Madre del Cielo es como nosotros, fruto de              la creación, Ella tuvo una misión extraordinaria, la de ser Madre              del mismo Dios. Por eso es que el Señor, en Su Sabiduría, le dio una              Gracia especial, la de ser concebida sin estar sujeta al pecado              original, como estamos todos los demás              humanos.
La Fiesta de María, en el camino a la Navidad,              nos une en el gozo de saber que Ella fue concebida de un modo              especial. Si bien nuestra Madre del Cielo es como nosotros, fruto de              la creación, Ella tuvo una misión extraordinaria, la de ser Madre              del mismo Dios. Por eso es que el Señor, en Su Sabiduría, le dio una              Gracia especial, la de ser concebida sin estar sujeta al pecado              original, como estamos todos los demás              humanos.               
Así lo confirmó              la Iglesia al proclamar el tercer Dogma de María,  por               intermedio del Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.               Dios puso Su sello de inmediato, al enviar a Su Madre a              Lourdes-Francia en 1858 para que se presente a la pequeña              e inocente Bernardita de Soubirous con estas palabras: “Yo soy la              Inmaculada Concepción”. Bernardita no comprendió estas extrañas              palabras, pero grande fue la sorpresa de la jerarquía de la Iglesia              al escucharlas de boca de una niña que desconocía totalmente este              reciente Dogma, y mucho mas aún en un pequeño pueblo perdido en los              Pirineos Franceses.
 
Hoy volvemos a              unirnos en el festejo de esta memorable fecha, y lo hacemos pidiendo              a nuestros lectores se consagren al Corazón de María con la fórmula              que les adjuntamos, y se deleiten leyendo la historia de la              aparición de María en Lourdes, un regalo para nuestros              tiempos.