| Repasemos el caso: En Entre Ríos, una joven                                discapacitada concibió, como resultado de una                                violación. La abuela de la criatura solicitó la                                realización de un aborto, que finalmente fue                                autorizado por el Supremo Tribunal de Justicia.                                ¿Tendremos que acostumbrarnos a que los encargados                                de administrar justicia la violen, ignorando                                derechos fundamentales que gozan de tutela                                constitucional? Los médicos del Hospital San                                Roque, de Paraná, en una decisión que los honra,                                se negaron por razones de conciencia a suprimir                                una vida inocente; estimaron, además,                                razonablemente, que la salud de la joven mamá –que                                merece todo nuestro respeto y nuestro afecto–                                corría riesgos con la operación, y no con el                                avance de su embarazo y con el parto.
 El                                ministro de Salud de la Nación, añadiendo un nuevo                                mérito a su currículo de promotor de la cultura de                                la muerte, consiguió que la joven fuera derivada                                al Hospital Interzonal Especializado Materno                                Infantil de Mar del Plata. Le ayudó en su                                propósito el ministro de Salud bonaerense, el                                mismo que ha dado permiso para practicar abortos                                mediante un insólito acto administrativo. Con                                cobertura “legal” y con medios oficiales se privó                                del derecho a nacer a un niño que llevaba varios                                meses de vida.
 
 Deliberadamente lo                                llamo niño, porque así corresponde según el                                ordenamiento jurídico argentino. Al adherir a la                                Convención de los Derechos del Niño, nuestro país                                estableció que debe considerarse tal “a todo ser                                humano desde el momento de la concepción y hasta                                los 18 años de edad”. Esta declaración tiene valor                                constitucional. Vale la pena subrayar que el                                reconocimiento del embrión humano como sujeto de                                derechos se apoya en certezas científicas y no en                                creencias religiosas. Causa admiración que el                                gobernador de la provincia de Buenos Aires                                incurra, sobre este punto, en un grueso error. En                                efecto, acaba de afirmar, respecto del caso que                                comentamos: “creo que cada uno tiene derecho a                                tener su creencia religiosa, pero no obligarle a                                los demás a tener las conductas que su religión le                                indica”; así ha dicho al avalar a los médicos que                                –según él– “han cumplido con su responsabilidad”.                                Ahora bien, ¡no se trata de creencias religiosas,                                sino de certezas proporcionadas por la biología,                                la genética, la embriología y el derecho!
 La                                confusión y los prejuicios ideológicos impiden                                aceptar una verdad que es de orden meramente                                racional, no de fe; natural, científica, no                                religiosa. Un periodista, al informar sobre el                                caso desliza su opinión y habla del “interminable                                calvario judicial” que habría sufrido la joven                                discapacitada hasta que el Tribunal Superior                                autorizara la operación abortiva. ¡Calvario es el                                que le impusieron al pobre niño, y no judicial                                sino sangriento, mortal! Un corresponsal en Mar                                del Plata anuncia: “se le practicó aquí un aborto                                terapéutico”, y repite “se concretó el aborto                                terapéutico”. ¡Terapéutico! ¿A quién se curó con                                el aborto, y de qué enfermedad? ¡Eugenésico,                                habría que decir en todo caso, y discriminatorio!                                ¿Se trata de ignorancia o de mala fe?
 Pero la                                ideología abortista va mucho más allá; no acepta                                límites a su intolerancia y a su prepotencia,                                sobre todo cuando se apoya en el poder político.                                Una diputada de Entre Ríos, que dice identificarse                                “con las organizaciones de mujeres y de derechos                                humanos”, está analizando la posibilidad de pedir                                un jury por mal desempeño a la defensora de Pobres                                y Menores y a la jueza de Familia, simplemente                                porque intervinieron cumpliendo con su deber de                                tutelar el derecho a la vida del niño por nacer.                                Insiste la legisladora: “vamos a analizar cada                                hecho de este caso, porque hubo violaciones a los                                derechos humanos sobre esta joven y su                                familia”.
 Del niño no se habla. Claro, no hemos                                visto su rostro; no hubo tiempo de llamarlo con su                                nombre. No mereció la protección del INADI. Como                                si no hubiera existido. Pero lo cierto es que                                vivía, y lo han matado.
 El totalitarismo de los                                abortistas se cierne sobre la Argentina como una                                siniestra amenaza. Como la sombra de Herodes.                                ¿Recuerda el lector a Herodes el Grande, aquel                                tirano que en su obsesión de eliminar al Mesías                                masacró a los inocentes de Belén y sus                                alrededores?
 + Héctor Aguer, Arzobispo de                                La Plata
 
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