miércoles, agosto 09, 2006

ARTICULO: LA CLASE DIRIGENTE TELEDIRIGIDA

LA CLASE DIRIGENTE TELEDIRIGIDA

Hugo Esteva

Entiéndase que lo que sigue va dicho sin ningún afán retórico. Sin esa retórica que con frecuencia, desviando las buenas intenciones, complica y vacía hasta lo mejor que pueda expresarse bajo la óptica del Nacionalismo. Esas grandes expresiones huecas que nos han contaminado por parecidas razones a las que trataremos de comentar en estas líneas: inacción que abunda en palabras porque no produce hechos capaces de reemplazarlas.

Los dirigentes históricos de la Argentina surgieron del riesgo. Del que corrieron durante la Conquista, durante la Independencia, durante las Guerras Civiles. Cuando sobrevino la paz que siguió a la definitiva derrota federal, ese riesgo atenuado se transformó en esfuerzo. El que presidió la producción agropecuaria, la primera industria, el comercio civilizador y el ejercicio sembrador de las profesiones liberales. No me voy a extender en los ejemplos porque deberían ser lo suficientemente conocidos. Por otra parte, gran número de argentinos puede encontrarlos todavía frescos en su sangre.

Pero, es cierto, el desvío empezó pronto. No en vano se popularizó aquella observación de los más lúcidos entre la generación de 1880: “Nuestros padres fueron sabios, guerreros y artistas. Nosotros somos comerciantes, usureros y agiotistas”. En efecto, tras la destrucción de la patria federal con la caída de Rosas, se inició un cambio que poco a poco, pero inexorablemente, fue dejando sin cabeza a la sociedad argentina. Y digo sin cabeza porque lo primero que se perdió fue la orientación acerca de cuáles son los verdaderos intereses de la patria. Dicho de otro modo, la inteligencia argentina perdió el instinto de conservación a manos de una ideología que nos era profundamente extraña, ante la cual no podíamos ser sino repetidores llenos de vulgaridad. Vulgares repetidores que desconocíamos, negábamos u ocultábamos, según las circunstancias, lo que teníamos dentro.

Esta realidad colectiva es el equivalente a la negación individual de los padres. Y ahí está todo el fracaso terapéutico del freudismo para enseñar dónde van a parar los espíritus tras esas negaciones.

El cambio que va desde el natural sentido de emancipación al resentimiento anti-español adoptó como propia a la “leyenda negra” inventada por los ingleses para terminar de destruir al Imperio fundador. Eso explica sin necesidad de más razones por qué nuestra independencia fue siempre ficticia, a pesar de la sangre que nos costara. La actitud de Rosas –adolescente arrojado contra las Invasiones Inglesas, pero hombre conservador ante el proceso de Mayo- es el ejemplo claro de la posición que terminó perdiendo aunque, al mismo tiempo y a despecho de la intriga anglo-unitaria que hubiera creado muchas más pequeñas repúblicas, alcanzara a ser la bendición que nos mantuvo todo lo unidos posible como nación.

La Organización Nacional plasmó su espíritu masónico en la Universidad. Las ideas que se enseñaron como dogma eran la antítesis de las que nos dieron origen. El utilitarismo positivista venía como anillo al dedo al empuje progresista que surgía del buen intercambio agrícola-ganadero con Europa, mediado por los buenos negocios ingleses. Y ese mismo utilitarismo era la negación de lo que cada estudiante había aprendido en su casa, modesta y naturalmente construida sobre la tradición católica de los patricios y los primeros inmigrantes. Buena parte de la confusa intelectualidad, oscura y resentida, que testimonian la literatura y la ensayística de la primera mitad del siglo XX –límite con el ridículo en personajes como José Ingenieros- arranca de ahí.

La Reforma Universitaria, cuyo final autodestructivo vivimos con bochorno en estos días, terminó de plasmar ese espíritu ajeno. En nombre de la autonomía se instaló la intangibilidad de cualquier aberración nacida de los claustros, y el resultado es que dos minorías equivalentemente no representativas aún dentro de la comunidad universitaria, pero profesionalizadas para la pequeña política, fagocitan hoy un gobierno que no deja más margen que el del manejo de sueldos y negocios, sin el menor atisbo de estudio ni la menor capacidad de investigación. La Universidad pública se suicida ante el regodeo de las universidades privadas que tampoco han sido capaces de estar a su altura después de medio siglo. Nada bueno para el desarrollo intelectual de la patria puede salir de todo esto.

Así caen los profesionales liberales, atosigados de palabras que intentan en vano esconder una muy extendida ignorancia. Pero a su lado yacen los productores, víctimas y responsables de su propia avaricia y de la avaricia del Estado insaciable organizado por los políticos. Y los industriales que, carente la nación de líneas e ideas que pudieran alentarlos, se han transformado en sumisos gerentes de lo que “se puede” hacer. Y los gremialistas, que ya no logran desprenderse de la dádiva política y se someten. Y los militares: “sin plata y sin fe”.

Quedan los políticos. Último de lo último para esta enumeración. Fruto de lo más afilado de la selección al revés. Individualmente despreciables por lo pequeño de sus trayectorias, traidores, hipócritas de profesión, que no creen sino en las prebendas que logran agachándose y no pugnan sino por su permanencia. Vengan de donde vengan, usen la camiseta temporaria que usen, son “inaptos” para todo servicio que no sea la mini-política de la falsa democracia y, hasta por instinto de conservación, deben dedicarse con exclusividad a acumular y ser reelegidos.

Como ejemplo de esta clase falta de clase, baste el del Presidente de la República, un tipo que no cree en el sistema que representa pero miente defenderlo. Que tampoco cree, sino para tender trampas, en los ideales que supuestamente sostuvo en su mediocre juventud universitaria y que –según Beatriz Sarlo (La Nación, 22/VII/06, pág. 1), para citar una fuente muy lejana a mi pensamiento- “formó parte, después del golpe de Estado de 1976, de aquellos jóvenes militantes de tercera línea que, amenazados, cambiaron de lugar de residencia. Muchos fueron a la Patagonia. Kirchner sólo tuvo que volver a sus pagos, convertirse en un profesional exitoso y reinsertarse en la política con la democracia, dando vuelta la página”. Profesional “exitoso” que medró –y todo lo que sigue es mío- con la necesidad de muchos ahorcados de la cual hizo una fortuna inmobiliaria, con la usura frente a los empleados públicos, y que no me extrañaría hubiera deslizado algún nombre a la hora de los aprietes porque no otro pagaré espiritual puede explicar su interminable resentimiento, su obstinada oposición a la imprescindible paz interior.

Se trata de políticos reducidos, incapaces de poner el interés común por delante de sus confusas ideologías. Tan confusas como para provocar permanente enfrentamiento, mismo entre ellos. Y, si no, véase cómo, en nombre de una Patria Grande cuya verdadera naturaleza no conocen porque no cabe en su formación socio-materialista, todos estos enanos latinoamericanos de la izquierda hoy gobernante, se pelean lastimosamente entre sí sin lograr otra cosa que eternizar el atraso con que el verdadero Imperio postmoderno, el del Dinero, nos tiene sometidos. No entienden pero, además, todo por el contrario de nuestros fundadores, no quieren arriesgar ni siquiera sus cuentas bancarias, que engordan en las centrales financieras del mundo.

Son insensibles a la historia y a la sangre. Han perdido el esencial sentido caballeresco que sintetiza la canción popular colombiana:

“La capa del viejo hidalgo se rompe para hacer ruanas,

Y cuatro rayas confunden el castillo y la cabaña…

………………………………………………………….

Porque soy de noble ancestro, de don Quijote y Quimbaya,

Hice una ruana antioqueña de una capa castellana.

Por eso cuando sus pliegues abrazo y ellos me abrazan,

Siento que mi ruana altiva está abrigándome el alma.”

Y como de esto no entienden ni pueden entender nada, son la clase más fácilmente teledirigida por el único señor al que sirven sumisamente: el Señor del Dinero. A él dirigen sus rezos y sus sangrientos sacrificios. Hasta que vuelva.