|  Actualizado 24 agosto 2012 La Eucaristía en el centro de la Iglesia  |                
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|                  La  vida eucarística es un Don, y esto  significa, ante todo, que la vida  de la Iglesia misma es un "recibir" de  Cristo, como María es receptora  libre y da su asentimiento, y no un  "tomar" o un "fabricar" por nuestra  parte. No. A la Iglesia no la  fabricamos nosotros, ni tomamos de ella  lo que queramos desechando lo  que nos incomode. Es un Don que  recibimos, Don que proviene de Cristo.  "A la Iglesia le pertenece esencialmente el elemento del "recibir",   del mismo modo que la fe proviene de la escucha y no es fruto de   decisiones o reflexiones propias. La fe es, en realidad, encuentro con   lo que yo no puedo excogitar o producir con mis solas fuerzas, sino que,   al contrario, debe salir a mi encuentro. Llamamos "Sacramento" a esta estructura del recibir, del encontrar. Y   es precisamente por esta razón, que pertenece a la forma fundamental   del Sacramento, el hecho de que haya de ser recibido y que nadie pueda   conferírselo a sí mismo. Nadie se puede bautizar a sí mismo; nadie puede   administrarse la ordenación sacerdotal; nadie puede perdonarse sus   propios pecados. De esta estructura de encuentro depende también el   hecho de que un arrepentimiento perfecto, por su misma esencia, no puede   limitarse a ser interior, sino que impulsa hacia el encuentro del   Sacramento. De aquí que no sea simplemente una infracción de   determinadas prescripciones exteriores del derecho canónico ofrecerse a   sí mismo la Eucaristía y administrársela sin más, sino que con ello se   vulnera la más íntima estructura del Sacramento. El hecho de que   únicamente en este Sacramento pueda el sacerdote administrarse él mismo   el Sagrado Don nos remite al mysterium tremendum al que se halla expuesto en la Eucaristía: actúa in persona Christi, de modo que, al mismo tiempo, lo representa y es hombre pecador que vive enteramente de ese acoger su Don. No  puede el hombre  hacer la Iglesia; sólo puede recibirla, y recibirla de  allí donde ella  existe ya, de allí donde ella está realmente presente: de  la  comunidad sacramental de su Cuerpo, que atraviesa la historia. Pero   todavía es preciso añadir algo que nos ayude a comprender esta difícil   expresión: "comunidad legítima". Cristo está entero en todas partes. Esta   es la primera cosa importantísima que el Concilio ha expresado, es   unión con los hermanos ortodoxos. Pero en todas partes Él es también uno   y el mismo, y por eso sólo puedo tener al único Señor en la unidad que   Él mismo es, en unión con los otros que son también Cuerpo suyo y que, en la Eucaristía, deben siempre hacerse de nuevo su Cuerpo.  Por esta razón, la   unidad recíproca de las comunidades que celebran la Eucaristía no es un   añadido exterior a la eclesiología eucarística, sino su condición   interna: sólo en la unidad existe el uno. De aquí que el Concilio   exija la responsabilidad propia de las comunidades, pero excluya de   ellas toda autosuficiencia. Propone una eclesiología para la cual el ser   católico, es decir, la comunión de los creyentes de todo lugar y   tiempo, no es un elemento exterior de tipo organizativo, sino gracia   que proviene del interior y, a la vez, signo visible de la gracia del   Señor, el cual es el único que puede dar unidad por encima de tantas fronteras" (Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, pp. 13-14).  | 
