Actualizado 23 agosto 2012 La Cruzada (2) |
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Continuamos con los últimos capítulos de la obra “Apuntes para el estudio de la persecución religiosa en España” de Josep Gassiot Magret que hemos venido ofreciendo a los lectores del blog durante los últimos meses. Pío XI, en su alocución a los prófugos españoles, el 14 de septiembre de 1936, decía: “Cuanto hay de más humanamente humano y de más divinamente divino; personas sagradas, cosas e instituciones sagradas; tesoros inestimables e insustituibles de fe y de piedad cristiana al mismo tiempo que de civilización y de arte: objetos preciosísimos, reliquias santísimas: dignidad, santidad, actividad benéfica de vidas enteramente consagradas a la piedad, a la ciencia y a la caridad; altísimos Jerarcas sagrados, Obispos y Sacerdotes, Vírgenes consagradas a Dios, seglares de toda clase y condición, venerables ancianos, jóvenes en la flor de la vida, y aun el mismo sagrado y solemne silencio de los sepulcros, todo ha sido asaltado, arruinado, destruido con los modos más villanos y bárbaros, con el desenfreno más libertino, jamás visto, de fuerzas salvajes y crueles que pueden creerse imposibles, no digamos a la dignidad humana, sino hasta a la misma naturaleza humana, aun la más miserable y la caída en lo más bajo…” El padre Enrico Rosa, en la “Civiltà Cattolica” (septiembre de 1937, pág. 486) dice: “Se trata de algo más que de una Cruzada, semejante a las antiguas; se trata de una campaña contra subvertidores extranjeros y malhechores, hombres asaz peores que los musulmanes y los moros, como los invasores actuales, en quienes la perversión del apóstata y el genio del hombre moderno se juntan al odio y a la pujanza”. En la Pastoral Colectiva del Episcopado de Bélgica, en diciembre de 1936, se consignaba: “… la guerra civil, en sí misma tan funesta, se ha agravado con una horrible guerra religiosa. En todo el territorio en que reina el comunista, se extendió un orgía infernal de incendios de iglesias y conventos, de asesinatos de obispos, sacerdotes y religiosos, exterminando sin piedad a las personas y a las cosas que representan la Religión Católica. Inclinémonos respetuosamente ante las nobles víctimas de un odio satánico al nombre cristiano, porque tenemos derecho a pensar que han ganado la palma del martirio en el sentido propio y elevado de la palabra. Esta guerra ha tomado, por tanto, el carácter de una lucha a muerte con el comunismo materialista y ateo y la civilización cristiana de nuestros antiguos países occidentales”. El cardenal Hinsley, arzobispo de Westminster, en su Respuesta al cardenal Gomá, exponía: “Las fuerzas anti-Dios están resueltas a hacer de España el centro estratégico de una revolución mundial contra las bases mismas de la sociedad civilizada de Europa. De lo que se trata es de una lucha entre la civilización cristiana y la pretendida civilización soviética”. Y el cardenal Verdier, en igual fecha (septiembre de 1937), al contestar también al cardenal Gomá, decía: “Lo que se ventila en esta guerra es el porvenir de la Iglesia Católica y la civilización por ella fundada. Si España ofrece hoy el ejemplo de un sacrificio único en la historia, es porque los enemigos de Dios la eligieron para primera etapa de su destrucción”. En iguales términos se expresaron eminentes escritores como el embajador Conde de Saint-Aulaire, con La Renaissance d’Espagne; Jean Descolá, Histoire d’Espagne Chrétienne; Jean Estelrich, la Persécution Religieuse en Espagne ; el Abate Carlier, Impressions de voyage nationaliste; François Mirandet, L’Espagne de Franco; Pierre Héricourt, Les Soviets et la France fournisseurs de la Revolution espagnole ; el vicealmirante H.Jouvert, La Guerre de Espagne et le Catholicisme ; el Manifiesto de los intelectuales franceses, diciembre de 1937, y en otras obras publicadas en el extranjero y cuyos eminentes autores hacen justicia a la causa de España. Bajo estas líneas Bandera de voluntarios franceses en la Cruzada Española. |