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 De acuerdo                                  con una decisión del actual Papa, Benedicto XVI,                                  entra en vigencia un rito que había dejado de                                  practicarse con la reforma del Concilio Vaticano                                  II. El decreto pontificio lo permite pero no lo                                  impone
 
 El antiguo rito                                  tridentino motorizado por Pío V en 1536,                                  reformado siglos después por Pío XII y 1962 por                                  Juan XXIII vuelve a las iglesias católicas por                                  decisión Joseph Ratzinger,                                  quien siempre amó la misa tradicional y fue                                  hostil a los cambios impuestos con la reforma                                  litúrgica conciliar.
 Por decreto,                                  Benedicto XVI liberalizó la misa en                                  latín, es decir, que los sacerdotes                                  pueden celebrarla sin pedir autorización                                  al obispo, y con ello da una                                  concesión específica a los seguidores                                  del ultraconservador obispo francés Marcel                                  Lefebvre, ya fallecido, para que pongan fin al                                  cisma que los separó de la                                  Iglesia.
 
 En realidad, es                                  una voluntad propia del actual                                  Papa, que ama la tradición y la música                                  sacra, según publica hoy un matutino porteño.                                  Sin embargo, no faltaron los detractores                                  de este nuevo permiso.
 
 La                                  asociación de los liturgistas italianos, la                                  orden de los dehonianos y figuras importantes                                  como el arzobispo de Milán se declararon                                  contrarios a esta reimplentación. Incluso,                                  el obispo italiano Luca Brandolini                                  consideró que hoy es “una jornada de luto para                                  la Iglesia porque cancela la reforma del                                  Concilio Vaticano II”, que incorporó                                  entre otras cosas el uso de las lenguas                                  nacionales.
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