El fuego a distancia de los arcabuceros castellanos y su resistencia numantina, con Figueroa, Don Juan de Austria, Alejandro Farnesio y otros ilustres soldados combatiendo en primera fila, forzó la derrota otomana en Lepanto
No es que Figueroa evitara pasar por la Guerra de Flandes, de hecho destacó en numerosas batallas allí –Maatrich, Jemingen, Mons–, pero, quizá motivado por su vinculación con la Orden de Santiago o por el espíritu de cruzada que todavía resonaba por su Granada natal, su auténtica vocación fue combatir al turco por mar y por tierra. De hecho, se doctoró en ello.
No en vano, su primera gran confrontación con los turcos empezó de la peor forma. En 1560, Felipe II había ordenado al duque de Medinaceli acometer la conquista de Trípoli, un nido de corsarios berberiscos. Después de un fracaso naval a las puertas de Trípoli, auspiciado por la timidez de Andrea Doria, Medinaceli arremetió la conquista de la isla de Gelves, al sudeste de Túnez, donde ordenó levantar un fuerte. Advertida la flota otomana, ésta se presentó en un plazo de 20 días, sorprendiendo a los españoles en los preparativos. Figueroa, ascendido a capitán por petición del virrey de Milán, participó del desastre de Gelves (con 10.000 muertos entre las filas cristianas) y fue llevado cautivo a Estambul junto a 5.000 prisioneros cristianos.
El capitán granadino participó del heroico rescate de Malta
La heroica defensa orquestada por el gran maestre de la orden, Jean Parrisot de La Valette, retrasó la conquista lo suficiente como para que el virrey de Sicilia, García de Toledo, pudiera preparar una fuerza de socorro. Así, los tres meses que duró el sitio llevaron a la extenuación al mastodóntico ejército otomano. Solo en la toma del castillo de San Telmo, construido en roca viva, los turcos invirtieron un mes de asedio. Y con la isla cerca de claudicar, una escuadra de galeras a cargo de Álvaro de Bazán rompió el bloqueo marítimo y consiguió desembarcar a 10.000 españoles, dirigidos por Álvaro de Sande. Los castellanos cayeron sobre las filas musulmanas antes de que estas pudieran percatarse de su superioridad numérica. Lope de Figueroa se distinguió en el ataque a la torre Falca.
La imbatibilidad turca en el Mediterráneo empezaba a ponerse en cuestión pero, por el momento, las prioridades del Imperio español no pasaban por descubrir cuánto de profunda era la herida otomana. Las tropas españolas, con Lope de Figueroa a la cabeza de una compañía del tercio de Sicilia, tomaron camino a Flandes en 1568, donde el Duque de Alba planeaba lanzarlas con furia contra los rebeldes.
Aunque intensa, la primera estancia del capitán Figueroa en Flandes fue muy breve. Destacado en la victoria del Duque de Alba en Jemmingen, en su caso por capturar la artillería enemiga, el granadino fue mandado a Madrid a dar al Rey cuenta de la victoria. Hinchado de alegría por la noticia, Felipe II le recompensó con una pensión vitalicia de 400 ducados anuales. Con el favor real, Lope de Figueroa pidió un destino que le resultaba doblemente predilecto: la guerra de Granada.
Tiempos de cruzada Real
Desde 1567, Felipe II se había propuesto eliminar los resquicios musulmanes de «la diócesis menos cristiana de toda la cristiandad». Carlos I había otorgado una prórroga de 40 años a los moriscos de Granada para abandonar sus prácticas islámicas. Pero cerca de vencer el plazo, seguía predominando la costumbre árabe en ciertas regiones granadinas, y la connivencia con los turcos abría la posibilidad de un ataque en suelo patrio.Las amenazas desde Madrid prendieron el levantamiento de los moriscos el día de Navidad de 1568, que se extendió por las escarpadas montañas granadinas. Además de prodiga en episodios de extrema violencia, la Rebelión de las Alpujarras tuvo una duración, dos años, mucho mayor de la prevista por el Monarca. El motivo estuvo en la descoordinación entre los marqueses de Vélez y de Mondéjar, así como en la escasa calidad de las tropas que residían en la península —las unidades de élite estaban en Flandes—. Precisamente para remediar estas carencias, Don Juan de Austria, junto a Luis de Requesens, fueron puestos al mando de tropas llegadas de Italia. Lope de Figueroa, «atendiendo a la experiencia que tiene de las cosas de la guerra», solicitó el mando de uno de esos tercios.
En enero de 1570, se puso al frente del asedio a Galera, en la Alpujarra. Al mes siguiente en Serón, el capitán granadino fue herido —un arcabuzazo en una pierna que le haría cojear el resto de su vida— mientras trataba de reagrupar las tropas. También Don Juan de Austria fue herido en esta refriega, y solo gracias al sacrificio de Luis de Quijada —su antiguo ayo— pudo salvar la vida. Pese a las complicaciones, en marzo el Tercio de Figueroa tomó Tíjola, y para agosto la guerra vivía sus últimos latidos. A la espera de un nuevo destino, Figueroa fue nombrado jefe de los presidios de la Costa de Granada con la misión de capturar y evitar la huida de los moriscos hacia África.
No obstante, un destino mayúsculo exigía su inmediata presencia en Italia. Tras el éxito en las Alpujarras, Don Juan de Austria fue puesto a la cabeza de la Santa Liga (formada por España, Venecia y el Papa), que se proponía hacer frente a la flota otomana. Un enfrentamiento directo, impensable 20 años antes, para el que Lope llevaba preparándose toda su vida militar. Su heroica actuación dejaría profundo recuerdo en la bahía de Lepanto.
Figueroa viajó a Madrid a anunciar la victoria a Felipe II
Tras vencer en la batalla de Gembloux a las tropas de Guillermo de Orange, el capitán se pasó los siguientes tres años combatiendo a los holandeses. Pero lo hizo bajo el mando de Alejandro Farnesio, ante la muerte el 1 de octubre de 1578 del hijo de Carlos I. Lope portó el féretro de su amigo Juan de Austria con los demás jefes militares, entre ellos el capitán Sancho Dávila, mientras que sus soldados encabezaron el cortejo fúnebre arrastrando sus picas por el suelo flamenco en señal de respeto.
A estas alturas de su vida, el maestre de Campo granadino era una auténtica leyenda, vinculado a la victoria de Lepanto y al difícil arte de combatir sobre galeras. Su dominio de las operaciones anfibias y de los combates navales no encontraba igual en el planeta.