Adolf Hitler calificó a los divisionarios de «banda de andrajosos», hombres impávidos que desafiaban a la muerte, valientes, duros para las privaciones e indisciplinados. Reconociendo que sus hombres se alegraban de tenerlos cerca
La División Azul fue una unidad de voluntarios españoles, en total formada por cerca de 47.000 hombres, que combatió junto al Tercer Reich en el Frente Oriental. Pese a que las exigencias alemanas pasaban porque el contingente estuviera formado íntegramente por soldados profesionales, se acordó finalmente que el grueso estuviera alimentado por voluntarios civiles –muchos de ellos opositores al régimen que se alistaron ante la posibilidad de limpiar sus antecedentes, como en el caso del director de cine Luis García Berlanga, con familia republicana–, pero comandados por oficiales experimentados del Ejército español como Agustín Muñoz Grandes o Emilio Esteban-Infantes. La buena disposición al combate y la sobriedad española no tardaron en atraer los elogios de los oficiales nazis.
Muchos se alistaron para limpiar sus antecedentes, como García Berlanga
45.000 rusos caen sobre Krasni Bor
Envueltos en cierta aureola de inexpugnabilidad a ojos de la Wehrmacht –lo que casaba difícilmente con los postulados racistas del nazismo–, la División Azul alcanzó en 1943 su tercer y último año de existencia. De la defensa en la región de Voljov pasaron al asedio de Leningrado. Allí, las tropas españolas fueron desplegadas al sur del lago Ladoga, desde donde hicieron frente a «la Operación Iskra», enésima ofensiva para liberar Leningrado del cerco nazi. El sábado 16 de enero, 550 divisionarios al mando del capitán Manuel Patiño Montes acudieron a una región boscosa al sureste de Posselok para frenar la acometida ordenada por Stalin.Según explica el historiador Xavier Moreno Juliá en su libro «La División Azul: Sangre española en Rusia», los españoles se distribuyeron en forma de abanico y se parapetaron con troncos, ramas y nieve. Bajo el fuego de los morteros y los organillos de Stalin, brilló la actuación del capitán Salvador Massip que, tras ser sucesivamente herido en una ceja, en un ojo y en una pierna, murió con su fusil ametrallador todavía agarrado a sus manos sin haber cedido un centímetro de terreno. En total, la lucha en los bosques de Posselok causó la muerte de cerca del 70% de los miembros del batallón, lo que forzó a Esteban-Infantes a solicitar el regreso de sus hombres a posiciones menos expuestas. Una petición que tardó semanas en aprobarse.
Mientras los españoles se lamían sus graves heridas les aconteció su día más negro, el 10 de febrero de 1943. En Krasni Bor, situado en un arrabal de Leningrado (hoy, San Petersburgo), 5.900 españoles equipados con armamento ligero hicieron frente durante varias horas a la sacudida imparable de 38 batallones del Ejército Rojo, repartidos en 4 divisiones, y apoyados por una gran cantidad de artillería y tanques. No era, sin embargo, una acción inesperada. Los españoles sospechaban que los rusos planeaban tomar Krasni Bor desde hace diez días y concentraron todas sus fuerzas en esta posición. No en vano, saber el lugar de un ataque solo es el primer paso para rechazarlo.
A las 6:45 cayó la mole soviética sobre los españoles. «La línea primera estaba casi machacada; los carros rusos, primero rechazados, habían vuelto a dirigirse a Krasni Bor, abriendo una brecha en el Ferrocarril de Octubre; nada se sabía del Primer Batallón al mando del comandante Rubio; y se desconocía la situación del Batallón 250, aunque se suponía muy delicada», describe en clave de catástrofe uno de los combatientes de la batalla. Sin el armamento necesario para frenar a los tanques rusos –salvo por un puñado de minas magnéticas–, la situación delicada era, en realidad, desesperada. En pocas horas, un millar de españoles resultaron muertos en una embestida como nunca antes había sufrido la División. El Ejército Rojo dispararó ese día decenas de miles de obuses, con una cadencia aproximada de un disparo cada diez segundos por cada pieza.
Varios oficiales reclamaron que bombardearan sus propias posiciones a riesgo de su vida
El Ejército ruso había desalojado el sector de Krasni Bor y extendido su frente cerca de seis kilómetros. Las bajas divisionarias contaban, al final de la jornada: 1.125 muertos, 1.036 heridos y 91 desaparecidos. No obstante, el botín cosechado por Stalin era demasiado escaso como para estimarlo un triunfo. Había perdido entre 7.000 y 9.000 hombres a consecuencia de la numantina resistencia de los divisionarios. La ambiciosa «Operación Estrella Polar» había fracasado por el elevado coste de arrebatar Krasni Bor a los españoles. Ignorando la letra pequeña de la victoria rusa, la BBC inglesa presentó al mundo la batalla como la tumba de la División Azul.
En las siguientes semanas, la velada lucha por hacerse con el control de la orilla occidental del río Ishora –objetivo que consiguió finalmente el Ejército alemán– costó a la División Azul un goteo diario de 30 bajas. El 19 de marzo, la unidad de voluntarios sufrió un asalto directo que le valió 80 bajas más. Y pese a tal sangría, el verdadero golpe final a la División Azul se lo iba endosar el contexto político. La orden de Francisco Franco de retirar la División Azul, fechada el 12 de octubre de 1943, coincidió con el cambio de la posición española en la II Guerra Mundial.