Una proeza silenciada – Por Nicolás Kasanzew
Una proeza silenciada – Por Nicolás Kasanzew
En la noche del 10 al 11 de junio,
estuve observando desde Puerto Argentino el espectáculo fantasmagórico
que ofrecía la ofensiva británica.
De todos los suboficiales de Ejército que estuvieron en Malvinas,
solo dos recibieron la máxima distinción a que puede aspirar un hombre
de armas argentino: la Cruz al Heróico Valor en Combate.
Uno, el sargento primero Mateo Sbert, muerto en el combate de Top
Malo House. El jefe de su sección, capitán José Vercesi, se ha encargado
de que su historia se haya publicado en la revista “Soldados” y en
general tuviera cierta divulgación. (Aunque, claro, muy por debajo de la
que amerita a nivel nacional).
El otro, sigue siendo un perfecto desconocido, aún para muchos
estudiosos del tema Malvinas. Se trata del cabo Roberto Baruzzo del
Regimiento 12 de Infantería de Mercedes. Y vaya si su historia, de
ribetes cinematográficos, vale la pena ser contada!
Tuve el honor de conocer a Baruzzo, oriundo del pueblo de Riachuelo,
Corrientes, en el 2009, cuando el Centro de Ex-Combatientes de esa
provincia me invitó a dar allí una charla. Descubrí a un hombre de
rostro aniñado, sin ínfula alguna, de perfil muy bajo, puro y
transparente hasta rayar en la ingenuidad.
Su unidad había sido ubicada primero en el Monte Kent, para después
ser enviada a Darwin. Pero una sección compuesta mayormente de personal
de cuadros, con Baruzzo incluido, se quedó en la zona, al mando del
teniente primero Gorriti.
En los dias previos al ataque contra Monte Longdon, los bombardeos
ingleses sobre esa área se habian intensificado. El mismo Baruzzo fue
herido en la mano por una esquirla. En una de las noches, el cabo oyó
gritos desgarradores. A pesar del cañoneo, salió de su pozo de zorro y
encontró a un soldado con la pierna destrozada por el fuego naval
enemigo. Sin titubear, dejó su fusil y cargó al herido hasta el puesto
de enfermería, tratando de evitar que se desangrara. Lo peor aún estaba
por venir.
En la noche del 10 al 11 de junio, estuve observando desde Puerto
Argentino el espectáculo fantasmagórico que ofrecía la ofensiva
británica. En medio de un estruendo ensordecedor, los montes aledaños
eran cruzados por una miríada de proyectiles trazantes e
intermitentemente iluminados por bengalas. Se me estremecía el alma de
imaginar que allí, en esos momentos, estaban matando y muriendo muchos
bravos soldados argentinos.
Allí, en medio del fragor, la secciòn de Baruzzo ya se había
replegado hacia el Monte Harriet, sobre el cual los ingleses estaban
realizando una acción envolvente. Varios grupos de soldados del 12 y del
Regimiento 4 quedaron aislados. El teniente primero Jorge Echeverría,
un oficial de Inteligencia de esta última unidad, los agrupa y encabeza
la resistencia, Baruzzo se suma a ellos y ve a al oficial parapetado
detras de una roca, disparando su FAL.
Baruzzo despoja a uno de los caídos británicos de su visor nocturno.
“Ahora la diferencia en recursos ya no será tan despareja”, piensa. Con
el visor va ubicando las cabezas de los ingleses que asoman detras de
las rocas, y tanto Baruzzo, como su jefe afinan la puntería. Los
soldados de Su Majestad, por su parte, los rocían de plomo e insultos.
Las trazantes pegan a centimetros del cuerpo del oficial, hasta que
finalmente este es herido en la pierna y cae en un claro, ya fuera de la
protección de la roca. Cuando Baruzzo se le quiere acercar, un inglés
surge de la oscuridad y le tira al cabo. Yerra el primer disparo, aunque
la bala pega muy cerca, pero antes de que pueda efectuar el segundo,
Echeverría, disparando desde el suelo, lo abate. Otro inglés le tira a
Echeverría, pero Baruzzo lo mata de un certero disparo. Cerca de ellos,
el conscripto Gorosito pelea como un león. Los adversarios están a
apenas siete u ocho metros uno del otro y sólo pueden verse las siluetas
en los breves momentos en que alguna bengala ilumina la zona.
Echeverria está sangrando profusamente: tiene tres balazos en la
pierna. El joven cabo – de apenas 22 años – con el cordón de la
chaquetilla del oficial, le hace un torniquete en el muslo. La pierna de
Echeverria parece teñida de negro y tambien luce negra la nieve a su
alrededor. El teniente primero dice empero que no siente nada, solo
frío. Baruzzo trata de moverlo. Echeverria se levanta y empiezan a
caminar por un desfiladero, mientras a su alrededor siguen impactando
las trazantes. De repente, de atrás de un peñasco, entre la neblina y
las bengalas, surge la silueta de un inglés, quien dispara, y le da de
lleno a Echeverria. Baruzzo contesta el fuego y el atacante se desploma
muerto.
Esta vez Echeverría había sido herido en el hombro y el brazo: una
sola bala le causo dos orificios de entrada y dos de salida. EL teniente
primero cae boca abajo y Baruzzo ve que le está brotando sangre por el
cuello. “Se me está desangrando!”, se desespera el cabo.
Aún hoy, el suboficial no puede hablar de su jefe sin emocionarse:
“El es uno de mis más grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí, con cinco heridas de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increible, una gran paz. Con total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo dejara morir allí, que salvara mi vida. Me eché a llorar. Como iba a hacer eso? Yo no soy de abandonar! Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de valentía! Tenía conmigo intacta la petaquita de whisky que la superioridad nos había dado junto a un cigarillo; es que yo no bebo ni fumo. Y le di de tomar. “Eso si que está bueno¨, me comentó. En cierto momento, no me hablaba más, había perdido el conocimiento. La forma en que sangraba, era una guarangada. Lo cubrí, lo agarré de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo”,
Súbitamente, Baruzzo se vió rodeado por una sección de Royal Marines del Batallón 42. Sin amilanarse, desenvainó su cuchillo de combate, pero uno de los ingleses con el caño de su fusil le pegó un ligero golpe en la mano, como señalandole que ya todo había terminado. Baruzzo, cubierto de pies a cabeza con la sangre de Echeverría, dejó caer el arma, Y el mismo soldado enemigo lo abrazó con fuerza, fraternalmente. “Eran unos señores”, me comenta el cabo.
“El es uno de mis más grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí, con cinco heridas de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increible, una gran paz. Con total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo dejara morir allí, que salvara mi vida. Me eché a llorar. Como iba a hacer eso? Yo no soy de abandonar! Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de valentía! Tenía conmigo intacta la petaquita de whisky que la superioridad nos había dado junto a un cigarillo; es que yo no bebo ni fumo. Y le di de tomar. “Eso si que está bueno¨, me comentó. En cierto momento, no me hablaba más, había perdido el conocimiento. La forma en que sangraba, era una guarangada. Lo cubrí, lo agarré de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo”,
Súbitamente, Baruzzo se vió rodeado por una sección de Royal Marines del Batallón 42. Sin amilanarse, desenvainó su cuchillo de combate, pero uno de los ingleses con el caño de su fusil le pegó un ligero golpe en la mano, como señalandole que ya todo había terminado. Baruzzo, cubierto de pies a cabeza con la sangre de Echeverría, dejó caer el arma, Y el mismo soldado enemigo lo abrazó con fuerza, fraternalmente. “Eran unos señores”, me comenta el cabo.
Al amanecer, al ver que no tenía heridas graves, sus captores le
ordenaron que, con otros argentinos, se dedicara a recoger heridos y
muertos. “Yo personalmente junté 5 ó 6 cadaveres enemigos”, me cuenta
Baruzzo. “Pero en internet los ingleses dicen que en ese combate sólo
tuvieron una baja!”
Echeverría fue helitransportado por los británicos al buque hospital
“Uganda”, sobrevivió, recibió del Ejército Argentino la medalla al Valor
en Combate y hoy vive con su mujer y dos hijas en Tucumán (la menor
tenía dos añitos en el 82).
Baruzzo tambien tiene dos hijas, a las que bautizó Malvina Soledad y
Mariana Noemí, y vive en su Corrientes natal. En su pago chico ha tenido
un par de halagos que merecía: hay una calle con su nombre y hasta le
fue erigido un busto en vida. Pero aún así, nadie repara en su
existencia, ni conoce su proeza.
Poco después de la guerra, el 15 de noviembre del 82, Baruzzo recibió
una carta del teniente primero, donde este le agradece su “resolución
generosa y desinteresada, su sentido del deber hasta el final, cuando
otros pensaron en su seguridad personal. Toda esa valentía de los
“changos”, son suficiente motivo para encontrar a Dios y agradecerle
esos últimos momentos. Pero, así Él lo decidió, guardándome esta vida
que Usted supo alentar con sus auxilios”.
El oficial le cuenta que lo ha propuesto para la máxima condecoración
al valor y le manifiesta su “alegría de haber encontrado un joven
suboficial que definió el carácter y el temple de aquellos que forman
Nuestro Glorioso Ejercito, y de los cuales tanto necesitamos”.
Personalmente, Baruzzo volvió a encontrarse con Echeverria recién 24
años después de aquella terrible noche, cuando ambos se habían salvado
mutuamente sus vidas. Ambos lloraron, el oficial le mostró sus heridas,
dijo que el cabo había sido su ángel de la guardia, y le regaló una
plaquetita, con la inscripción: “Estos últimos 24 años de mi vida
testimonian tu valentía”.
También le contó que en el buque-hospital los médicos británicos
dejaron que le siguiera manando sangre un buen rato, para que así se
lavara el f’ósforo de las balas trazantes.
“You have very good soldiers” (“Usted tiene muy buenos soldados”), le
espetaron los militares ingleses al ensangrentado teniente primero.
Un reconocimiento que la sociedad argentina, en pleno, aún le debe a Echeverría, a Baruzzo, a Gorosito, a Pintos y a tantos otros callados y acallados héroes de Malvinas.
Un reconocimiento que la sociedad argentina, en pleno, aún le debe a Echeverría, a Baruzzo, a Gorosito, a Pintos y a tantos otros callados y acallados héroes de Malvinas.
(del libro Malvinas a Sangre y Fuego)