EL BAJO VUELO DE LA CALANDRIA - Hugo Esteva
EL   BAJO  VUELO  DE  LA  CALANDRIA                                ¿Alguien  vio a una calandria “surcando el cielo”, como se suele decir en lenguaje  dudosamente poético? Imposible: la calandria vuela bajo. Ligera, elegantona,  voraz, ávida de lo ajeno –todo eso sí-, pero nunca se la ve subir más allá de la  copa de algún árbol, y no de los más altos.              Su papel está a la altura de lo cotidiano; lo que hasta podría ser una  virtud para administrar lo pequeño, lo inmediato. Pero cuando una Calandria se  empina en lugares de decisión que afectan la vida de un país entero, el vuelo  rasante no alcanza. Es más, perjudica por lo miope.               Me dirán que los horneros, trabajadores pájaros nacionales, tampoco  vuelan muy arriba. Pero es que ellos no tienen pretensiones. Les bastan la  cotidiana construcción que arranca con la primera luz, el honesto y guardián  cuidado del nido, y ese modo alegre que tienen de anunciar que el día se abre  después de la tormenta.  Tampoco  faltará el que observe que el tero, con todo su aplomo, anda más que nada  marchando por el piso. ¿Pero lo ha visto subir a lo más alto corriendo a  caranchos cuatro o cinco veces más grandes que él, cuando de proteger a su cría  se trata? Es entonces, en la pelea, cuando el tero mira lejos y adquiere el  sentido de la proporción que después es parte de su equilibrada personalidad.   La  calandria, en cambio, vuela bajo, prepoteando a todo pájaro chico que asome la  cabeza en lo que considera su territorio y, de tanto en tanto, mandándose una  picada para llevarse lo que usted no debería haber descuidado en su parrilla. Le  aseguro, amigo, a la Calandria no hay que facilitarla.              Como consecuencia de ese estilo, la Calandria nunca ha tenido interés por  los temas grandes de ningún orden. Y aunque ella llene sus frecuentes discursos  con abundantes palabras ajenas, se le nota también ahí el vuelo bajo. Lo peor es  que tanto ella como el Pingüino –que, obvio, no volaba, pero se pasaba el día  especulando- han hecho alarde de no haber leído casi nada en la vida, como  diciendo que no les hacía falta.              Resulta que ahora, cuando la Calandria tiene que inventar el mito del  Pingüino, no se le ocurre nada. Y tiene que recurrir a otras “mentes” para  encontrar su discurso; ella, tan afecta por naturaleza al canto ajeno, como es  sabido. Ha echado mano de algunos caranchos  de toda la vida, de esos carroñeros que  siempre la pasaron bien y que ahora, después de muchas traiciones y  panquequeadas, readquieren su viejo –reviejo- discurso juvenil. Pero también  alquila a algunos pichones amansados por el sueldo, poco menos que caranchos  domésticos, que por todos los medios y con mucha plata salen a inventar un  Pingüino que nunca existió. Están los que, con toda imprudencia porque el  Pingüino tenía mucha cara de villano de dibujo animado, lo quieren transformar  en ridículo héroe de historieta. Pero también están otros, más vivos, que le  quieren atribuir virtudes de pensador y de estadista: total, ya no jode  más.              Toda esta historia, más mantener los actos pagos, los “intelectuales” a  sueldo, los militantes empleados, y todos los demás frenos y aceleradas que uno  no alcanza a ver, pero que están, le va resultando muy caro a la Calandria. ¡Con  razón hay días de largo llanto en que dice no dar más! Y la pájara se endeuda y  se endeuda, en todo sentido. Porque aunque la oculten, la deuda está y crece, y  porque las aves de rapiña exteriores no se la van a olvidar por el hecho de aquí  se digan discursos de alquiler; ni tampoco la vamos a olvidar todos los locales  sobre cuyos hombros va a terminar cayendo.              El hornero, que se levanta temprano, yuga de sol a sol y conversa con  todo el mundo, ve esto con claridad. Y como es casero –y no tordo, para poner  los huevos en cualquier nidada y abandonar a los pichones en hogar ajeno- se  preocupa por el futuro. Con ese entresijo fue a charlarle al tero, que estaba  rastrillando y rastrillando sin encontrar demasiado para comer. El pájaro serio  le comentó:                          “Disfrazada, pero reina: eso es lo que quiere ser.                          Tiene poco por delante y capaz que va a vencer                          En la primera pulseada; pero le digo que, en vez,                           Se le va a poner muy fea cuando gobierne después.                          Hay mucha gente endeudada, mucha gente con temor,                          Mucha gente con subsidios y mucho hombre sin honor.                          Ésta hipoteca el futuro a manos de unos rateros                          Que quieren llevarse todo y dejar a la patria en  cuero.                          Y si, como dijo el otro, sólo nos une el espanto,                          A mí se me hace que es poco para que la quieran  tanto.                          No dura, hornero, no dura. Pierda cuidau compañero,                            Se van a comer entre ellos: no son de Dios, son del  fiero.”              Y siguió escarbando con tenacidad.