EL EJERCITO ARGENTINO Y LA PESADA MOCHILA DE LOS 70
Lic Pedro Rafael Mercado Analicemos algunos hechos concretos. Nos encontramos en Haití en el año 2005, donde un contingente de argentinos forma parte de las fuerzas de paz que operan en aquel país sacudido por la violencia. En un operativo de rutina, las fuerzas argentinas reciben fuego de un grupo que opera en la localidad de Gonaives. Un cuadro del Ejército Argentino se encuentra en posición inmejorable para batir a los atacantes y salvar la vida de sus compañeros de armas. El fusil apunta con decisión al blanco, pero el disparo no se produce. Su inconciente no le permitió oprimir la cola del disparador.
My (R) del Ejército Argentino
(AFYAPPA) En todas las agrupaciones políticas, especialmente en las que se consideran moderadas o de centro, se escuchan argumentos tales como: “Hay que terminar con la humillación de las fuerzas armadas; tenemos que entender que las fuerzas armadas del presente no son las de la dictadura; las nuevas generaciones no tienen que llevar el estigma de las fuerzas de los 70, etc, etc”. Por supuesto, todas estas voces, políticamente correctas, terminan aclarando que los juicios por violaciones a los derechos humanos tienen que continuar, con la finalidad de separar la paja del trigo, liberando de esta forma a los jóvenes militares de un pasado atroz.
Dejando de lado el análisis respecto a la validez o no de esta separación histórica entre militares de la dictadura y militares de la democracia, vamos a centrar nuestro estudio en determinar si resulta posible liberar a las jóvenes generaciones de la pesada mochila de los 70, mientras se mantiene la premisa de continuar los juicios a todos los que participaron en la guerra contra el terrorismo en aquella época.
Superado el combate, un análisis de lo ocurrido permite llegar a una categórica reflexión. El combatiente argentino no abrió el fuego por miedo a las consecuencias de su acción. Si él mataba al enemigo ¿Quién se haría cargo de aquella muerte? En aquellas horas, se comentaba en voz baja que el contingente brasileño había producido más de 80 bajas a distintos grupos insurgentes haitianos. Los argentinos pensaban en su interior que de haber actuado como nuestros vecinos, seguramente hubieran perdido sus carreras y habrían tenido que afrontar la acción de la justicia.
En junio del año 2007 una noticia estremeció los cuarteles. En Campo de Mayo, tres delincuentes roban armamento de un puesto de guardia. Las autoridades castrenses no comprendían, o no querían comprender, el porqué de la inacción de los soldados argentinos. Un prestigioso general, hablando con sus hombres arengaba: “No tengan miedo a utilizar sus armas. Yo personalmente me haré responsable de las consecuencias de su uso. No podemos permitir que esto vuelva a ocurrir”.
No hubo lugar a preguntas. Sin embargo, al salir de aquella reunión, el comentario generalizado era el siguiente: “sí, el general se va a hacer responsable, pero ¿quién aceptará las responsabilidades del general? Si producimos un muerto o un herido, el general y todos nosotros vamos a terminar presos… si no miremos lo que les pasó en los 70”. Voces más agudas corregían: “a lo mejor hasta el general se salva, pero a nosotros no nos salva nadie. Si los subtenientes de los 70 son juzgados con más severidad que los generales”.
Las dos situaciones ponen de manifiesto un signo muy preocupante para quienes están realmente interesados en mejorar la situación de las fuerzas armadas del presente. Los juicios indiscriminados y generalizados, sin distinción entre quienes impartieron y cumplimentaron órdenes, están generando un clima de escepticismo e indisciplina en las generaciones jóvenes que no favorece a ningún actor de la defensa nacional.
El terremoto en Chile puso de manifiesto la necesidad de que las Fuerzas Armadas del país trasandino salieran a la calle a mantener el orden. No había tiempo de pensar si eran fuerzas de la democracia o de la dictadura. Su presencia era necesaria dejando de lado los prejuicios ideológicos. ¿Qué hubiera pasado en Argentina? ¿Hubieran salido nuestros soldados a imponer el orden ante una situación de emergencia nacional? ¿O el inconciente colectivo de las nuevas generaciones los llevaría a mirar a otro lado, como sucede muchas veces con las fuerzas policiales, cansadas de ser hostigadas por el garantismo ideológico?
Si la nueva dirigencia política quiere alivianar a las nuevas generaciones de la mochila del pasado, debe comprender la naturaleza de lo castrense, teniendo claro que en una situación de guerra o de emergencia nacional, el superior se hace cargo de las consecuencias de las órdenes que imparte. De lo contrario, el político que necesite el accionar de sus fuerzas armadas, las encontrará como en el presente: atomizadas, desmotivadas y sin confianza en sus mandos. Con la lógica y natural ineficiencia que esto implica. Y naturalmente, fuerzas armadas de estas características no le sirven a nadie, cualquiera sea la concepción ideológica de los gobernantes de turno.