Dos Diegos.
Lo que va de un Diego al otro
por Kid Gragea
Diego Forlán es un ejemplo de equilibrio, modestia, alegría, sensatez y calidad, tanto humana como deportiva.
Es un tipo ubicado, simpático, modélico ejemplo y referente para niños y jóvenes. Y hasta embajador de la Unicef lo nombraron.
Un lujo. Y encima tiene una familia y una novia lindísima, que bien se las merece. Grande, Diego, campeón con o sin título. Campeón en la vida, que es donde es más difícil y meritorio ganar.
Ahora tómese el Buquebús o el avión de Pluna, y cruce el charco.
Allá va a encontrar al otro Diego.
El mismo que hizo que todos los uruguayos, aún queriendo a los argentinos (más, menos, pero queriéndolos siempre) disfrutáramos de la eliminación, no de la selección argentina, sino la del cuadro de Maradona.
¡Qué tipo repelente!
No hay más que recordar aquellas declaraciones sexorálicas que pronunció tras el triunfo de su selección sobre la Celeste en las eliminatorias, que recorrieron el mundo, y le costaron dos meses de suspensión de la FIFA, sin poder entrar a las canchas a dirigir (bueno, es un decir) más bien a estar junto a la línea de cal cuando jugaba la selección argentina.
Ahora bien: lo extraordinario de este fenómeno repulsivo del mundo del deporte (y del espectáculo, del “jet set” farandulesco, de las revistas que se ocupan de las Caras, la Gente y los chismes) es que para todo el resto del mundo “el Diego” es un ser despreciable, maleducado, soberbio, grosero y desubicado. Pero en la Argentina es Dios.
Como esta columna se llama “no es broma”, créanme que los empleadores K que gobiernan el vecino país consideraban seriamente – en caso que Argentina ganara la Copa del Mundo – promover la fórmula Néstor Kirchner – Diego Maradona como candidatos a presidente y vicepresidente de la nación para las elecciones del año que viene.
Hoy leí en un diario que un concejal de no sé qué localidad argentina propuso erigirle una estatua a este “prócer” de la procacidad sublime. Qué lo tiró.
Y es que los queremos a los argentinos, pero cómo cuesta, ché.
Los queremos por Borges, Fangio, Fontanarrosa, Troilo y Ginastera (qué delantera, papá) y por tantos otros más, pero se nos ponen los pelos de punta cuando vemos que estos patoteros que desgobiernan al pobre país rico, me refiero a los K y su patota de matones, corruptos y demás deudos, se afanaron toda la plata de las AFAP de ellos, que se llaman AFJP en la Argentina (la modesta suma de 600 millones de dólares) que les robaron a los jubilados para despilfarrarla luego en sus sueños de grandeza imperial. Con esa guita mal habida, entre otras cosas, compraron como 250.000 descodificadores (¿te imaginás la cometa de esa comprita?) para repartirlos entre sus clientes potenciales votantes. Con esos descodificadores, sólo se podía ver el mundial que los K querían ganar, y un canal de cable que sólo emite programación oficialista.
También de esos fondos salió la plata con la que le pagaron al Diego la barra de aliento que le mandaron a Sudáfrica, una banda de forajidos con profusos antecedentes penales hasta por homicidio (¿sería por si la final se decidía por penales? ¡Ahí ganaban por muerte!). A buena parte de esos delincuentes hubo que deportarlos porque – como era de esperar – su (mala) conducta en Sudáfrica no fue diferente de la que tenían en su país de origen. Los metieron en cana primero, y después los mandaron de vuelta esposados para que no se afanaran la billetera del piloto o los celulares de las azafatas. Unas joyitas.
No fue la única presencia inédita en las tribunas que alentaban al Diego de los argentinos en los pocos e intrascendentes partidos que jugó la selección albiceleste, y que culminaron con la paliza histórica que les propinó Alemania.
También se pavoneaba en los palcos la patética anciana Estela de Carlotto, repartiendo volantes para promover su candidatura (que de cándida no tiene nada) al Premio Nobel de la paz. Faltó Hebe de Bonafini para justificar los ataques del 11 de setiembre contra las torres del World Trade Center.
Vos, que ganaste una Copa del Mundo haciendo un gol con la mano – a la que le llamaste “la mano de Dios”, cuando en realidad era un “hands” que debió cobrarse y anularte el gol… y que te tuviste que bancar esta vez la mano de Suárez, al que sí le cobraron penal y se morfó la roja…
Vos, que después te tuviste que ir de otra Copa del Mundo porque te dieron la captura de tu adicción a las drogas… ¡héroe nacional con estatua y todo!
Decía un psicólogo norteamericano que al niño rebelde hay que persuadirlo a cambiar de actitud pasándole un cepillo de cerdas suaves sobre su cabecita, y si el procedimiento no funciona, hay que usar la otra parte del cepillo en la otra parte del niño.
Es que los niños – y los hombres – tienen dos partes bien diferentes en ambos extremos.
Y vos tenés (o tuviste) magia en la parte de abajo, y un cortocircuito de novela en la de arriba. ¿Te hubieras quedado así, dejándonos el recuerdo de tus moñas, tus gambetas y tus golazos, sin tratar de ser después lo que no podés ser!
Admitamos también que te banca un pueblo. Y sinnúmero de saltimbanquis que te promueven y te hacen creer lo que no sos, desde Cóppola a Grondona, pasando por Néstor y Cristina.
Quélevachaché. Así es tu gente.
Nosotros pensamos y sentimos diferente. Y a veces, como en ésta, en vez de escribir una columna de humor, nos ponemos a pensar. A reflexionar. Tristes por no haber llegado a la final, pero contentos con nuestra selección.
Y a alegrarnos de tener el Diego que tenemos, y no el que tienen los argentinos.
Lo que va, de un Diego, al otro. Qué suerte que tiene Uruguay