¿Qué te pasa Corrientes? ¿Qué te pasa, Argentina?
Días atrás observaba las imágenes que se transmitían desde el lugar en que cinco personas están siendo juzgados en nuestra ciudad de Corrientes, con relación a los hechos acontecidos durante la década del ‘70.
Con gran asombro, y no menos pena, veía como los insultos y agravios se adueñaban de parte de los presentes. Bien podría decir que había dos grupos definidos, los familiares y amigos de los acusados por un lado, y los familiares, amigos y representantes de diversas organizaciones identificados con los demandantes por el otro; pero prefiero decir que el grupo de personas era sólo uno, el de correntinos, o mejor, el de argentinos. Si, personas de un mismo país, pero con una visión diferente de los hechos.
Y por un momento me permití soñar, me arrogué el derecho de pensar, aunque sea por un instante, que las cosas pueden ser diferentes, y paso a contarles por qué.
En determinado momento las imágenes televisivas mostraban cuando una mujer, Diputada Nacional según supe después, lanzaba un escupitajo al Dr. Millán cuando éste era entrevistado por las cámaras de televisión. Fue ahí cuando me dije ¿qué te pasa Corrientes? ¿qué te pasa Argentina? ¿Qué nos pasa a todos, que observamos impávidos como una persona, sin importar a qué grupo representa, porque en mi esquema de pensamiento el único grupo somos todos, escupe a otra en el rostro?; actitud propia del desprecio más alto y del agravio más bajo. ¿Qué es lo que hace a una persona ser merecedora de semejante atropello? Y más allá de que nadie pueda merecerse tal gesto, ¿sabrá la Sra. Diputada Nacional quién fue la persona a la que agredió?, ¿o lo hizo sólo porque estaba en la vereda de enfrente? El Dr. Augusto Millán, reconocido pediatra de nuestra provincia, que ayudó a nacer y a crecer sanos a miles de nuestros niños, hacedor de un verdadero legado en la medicina actual, ¿puede ser objeto de semejante agravio? Me pregunto, ¿cuál es el aporte, que como mujer, como Diputada, ha hecho esta Señora a la sociedad en general y a Corrientes en particular? ¿Qué nos pasa que observamos hechos de esta naturaleza, y ya nos parecen normales? ¿Qué nos lleva a tratarnos de ésta manera, a despreciarnos tanto?
Hace algunos años atrás, a un Director Técnico de un reconocido equipo de fútbol de nuestro país, una actitud similar le valió como medida ejemplificadora, nada menos que el perder su puesto. ¿Funcionan las estructuras políticas del país, de la provincia, cómo para que se aplique una medida similar? O menos pretencioso aún, ¿habrá la Hermana Marta Pelloni aplicado en secreto a la persona involucrada, la llamada por Jesús, Corrección Fraterna? Sinceramente lo dudo; lo dudo porque parece que el odio y el rencor son los únicos motores que nos impulsan cuando en nuestro país se abordan temas del pasado.
Y fue entonces cuando me permití soñar, soñar que toda esta larga pesadilla que para los argentinos se llama pasado, terminaba. Que de una buena vez por todas nos dábamos cuenta de que era eso, una pesadilla, y como tal pertenecía al pasado, y por ser pasado había quedado atrás; y que estábamos al sólo paso de un despertar, de despertarnos para decir, ya está, pasó, comencemos a construir hacia el futuro una nueva Corrientes, una nueva Argentina, un nuevo mundo más humano.
Y el pensar de que estamos al sólo paso de despertarnos, hace que me invada cierto optimismo; si, tal vez mezclado con algo de utopía, pero optimismo al fin; optimismo de que llegará el momento de que entre todos nos demos las manos, nos estrechemos en un gran abrazo, en que lloremos por nuestros muertos, heridos y perseguidos, por todos, por los del único país, y nos digamos entre todos, nunca más.
Es verdad también que alguna vez leí una frase que reza “la historia enseña que el hombre no aprende nada de la historia”, pero es justamente esta frase la que debe convertirse en un desafío para todos; el de saber que aprendiendo de la historia, todos y cada uno, somos corresponsables por la construcción de una familia, una ciudad, un país y un mundo más fraternos.
Pienso que desde el cielo, y luego de tanta agua corrida bajo el puente, nuestros muertos todos, unidos en un gran abrazo, deben estar observando con tristeza nuestras peleas terrenales, mientras les imploran al buen Dios (sea de la religión que sea), diciéndole: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”.
Entonces me vuelvo a decir, estamos cerca del abrazo, estamos cerca de ponerle fin al odio y al rencor. Si por un instante cayéramos en la cuenta de todo el bien que podríamos hacer si camináramos juntos, no perderíamos más de un segundo estando peleados.
Y si acaso se piensa que, de todos modos es necesario hacer justicia, pues entonces que comprenda a todos; que se comience por respetarla, haciéndola justa e imparcial, sin odios, sin mentiras, sin causas armadas; porque de lo contrario le estaremos dando la razón a la comentada frase que no aprendemos nada de la historia. Y cuando llegue el tiempo en que el péndulo del poder se acerque hacia el costado opuesto al que se encuentra hoy, cosa que invariablemente va a ocurrir, lo enseña la historia, vendrán entonces las revisiones de los juicios mal hechos, de los falsos testimonios, de las condiciones inhumanas de detención, de los Pactos violados, y habrá nuevos juicios, y nuevas víctimas y más del mismo sufrimiento. Y lo más terrible, lo más doloroso, es que mientras vamos de camino, se nos va yendo la vida, la propia, la de los nuestros; se nos van yendo los años, a todos, irrefutablemente.
No es mi intención ofender con esta carta a ningún ciudadano de nuestro país, pido perdón si alguien se siente ofendido o incomprendido en su dolor. Sepa que lo que me mueve es un amor grande a nuestro pueblo y un enorme deseo de paz verdadera.
Despierta Corrientes, despierta Argentina; es que es tan bella la vida, y hay tanto bien por hacer juntos, de la mano, aunque parezca una utopía.
Juan Ramón Albornoz.-