EDUCACIÓN SEXUAL: VIOLA EL DERECHO NATURAL DE LOS PADRES
NOTIVIDA, Año VI, nº 375, 22 de julio de 2006
EDUCACIÓN SEXUAL: VIOLA EL DERECHO NATURAL DE LOS PADRES
Mons. Jorge Lona, obispo de San Luis, hizo público un comunicado en el que afirma que el proyecto de ley de Educación Sexual viola el derecho natural de los padres a elegir la Educación Sexual que prefieran para sus hijos.
El obispo reafirma el derecho de los padres a que sus hijos reciban una educación acorde con sus propios valores y creencias; el proyecto de ley conculca este derecho al establecer la obligatoriedad de la educación sexual. Destaca además el prelado, la injusta y particular situación de indefensión en que se hallarán los padres que envíen a sus hijos a colegios de gestión estatal. “Esos padres deberían tener derecho, también, a elegir que educación prefieren, en un tema tan decisivo para la vida y el futuro de sus hijos”. Porque los derechos de los padres, como la forma de la estructura familiar, son principios naturales irrenunciables: “no son verdades de fe, aunque reciban de la fe una nueva luz y confirmación. Están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad”.
Dice el texto dado a conocer por Mons. Lona:
-En el Encuentro Mundial, el Papa Benedicto enaltece la importancia fundamental de la Familia, y proclama sus derechos.
-En la Argentina, el proyecto de Ley de Educación Sexual es violatorio del derecho constitucional que permite a los padres elegir la Educación Sexual que prefieren para sus hijos.
1). Los principios.
En el reciente Encuentro Mundial de Valencia, el Papa ha dicho que la familia es un fundamento indispensable para la sociedad, y un bien insustituible para los hijos. Es la gran escuela de humanización, en la que crecemos hasta la plena dignidad de personas libres, capaces del amor verdadero, en la entrega generosa de la vida.
De allí surgen principios irrenunciables, que la Iglesia Católica no puede dejar de proponer y defender ante toda la sociedad:
-el reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión de un hombre y de una mujer basada en el matrimonio, y su defensa ante los intentos de equipararla jurídicamente a las formas radicalmente diferentes de unión que, en realidad, la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su irremplazable papel social.
-el derecho de los padres a que sus hijos reciban una educación acorde con sus propios valores y creencias, sin discriminación o exclusión, implícita o encubierta.
Estos principios -aclara Benedicto XVI- no son verdades de fe, aunque reciban de la fe una nueva luz y confirmación. Están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es, pues, de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su filiación religiosa. Al contrario, ésta acción es tanto más necesaria cuanto más se niegan o tergiversan estos principios, porque eso constituye una ofensa contra la verdad de la persona humana, una grave herida causada a la justicia misma. Así habla el Papa.
2). La actual situación de la familia en la Argentina.
En los últimos 25 años, las estadísticas censales señalan un cambio profundo y negativo. Para la escala de edades entre 20 y 29 años, el porcentaje de parejas unidas matrimonialmente ha descendido aceleradamente:
1980 = 85% (ochenta y cinco%)
1991 = 74% (setenta y cuatro%)
2001 = 52% (cincuenta y dos%)
Para el momento actual, 2006, es probable que ese porcentaje se encuentre alrededor del 40% (cuarenta%). En un cuarto de siglo, se ha reducido a la mitad.
Es un fenómeno mundial, y corresponde al giro egocéntrico de la cultura que bien puede llamarse neoliberal. Dentro del relativismo que niega los valores permanentes, se esconde un absolutismo llevado a su último extremo: la libertad individual que se niega a todo compromiso definitivo y profundo con los demás. Y por lo tanto, se niega a la entrega de amor del matrimonio.
Ese individualismo egoísta es socialmente autodestructivo. Cada Yo Egocéntrico se declara el Centro del Mundo, y los llamados a la solidaridad social se vuelven declamaciones vacías.
La familia, primera experiencia de la solidaridad, es rechazada y despreciada. La vida sexual inevitablemente se reduce a placer egoísta, separado del amor. En esas condiciones, se hace más necesaria que nunca una verdadera educación sexual.
3). La verdadera educación sexual.
Dios nos creó a su imagen y semejanza para que nuestra libertad pueda elevarnos a la comunión del amor. Y Dios creó al ser humano varón y mujer, para que esa diferencia sea fecunda y fiel comunión en la familia.
Esta verdad está al alcance de la inteligencia humana, y responde al deseo más profundo del corazón humano. Allí está contenida la verdadera educación sexual. Es educación para el matrimonio, y también para la paternidad y maternidad espiritual de los llamados y consagrados para servir a la familia de los hijos de Dios en la Iglesia.
Es educación para confiar en la propia libertad y ejercerla verdaderamente. Es la educación que permite al niño y al joven crecer y madurar en el amor. No perder su derecho a enamorarse para toda la vida, su derecho a la fidelidad del autentico amor.
No es exclusividad de la Iglesia. Es el camino natural que lleva a la plenitud de las personas y de las sociedades. El sexo no es una fuerza ciega, egoísta y destructiva que nos atrapa fatalmente. Tampoco es una diversión superficial, un placer pasajero que no deja nada valioso. El sexo es una riqueza humana que crece en el don de la vida entera y así se realiza. El gran frustrado sexual es el egoísta.
4). Ante el Proyecto de Ley de Educación Sexual que está próximo a aprobarse.
Los objetivos que se proponen son aceptables: “transmitir conocimientos pertinentes, precisos, confiables y actualizados”, “promover actitudes responsables ante la sexualidad”, “prevenir los problemas relacionados con la salud en general y la salud sexual y reproductiva en particular”. Pero el “cómo” se alcanzarán esos objetivos, los principios y criterios que serán guía para el niño y el adolescente, no queda aclarado en absoluto.
Y eso arroja una inmensa duda. Hasta la fecha, las políticas oficiales sobre educación sexual se han manifestado sobre todo a través del reparto masivo de preservativos, método que inevitablemente favorece la iniciación sexual precoz y promiscua de los jóvenes. Jamás se ha tenido en cuenta que son seres libres, y por lo tanto capaces de la castidad, que no sólo posibilita un noviazgo que prepare para el matrimonio, sino que es la vía más segura para evitar las enfermedades de transmisión sexual.
El carácter obligatorio de la Ley, ¿significa que obligatoriamente se enseñará aquello como única alternativa? Se acepta que cada comunidad educativa pueda adaptar las propuestas a su realidad sociocultural, en el marco del respeto a su ideario institucional y a las convicciones de sus miembros. Pero esto tiene aplicación solamente a los colegios de gestión privada. ¿Y que sucederá en la gran mayoría de colegios de gestión estatal? Esos padres deberían tener derecho, también, a elegir que educación prefieren, en un tema tan decisivo para la vida y el futuro de sus hijos.
Este derecho, la Constitución Nacional lo garantiza, pero el proyecto de Ley de Educación sexual lo olvida. Está contenido en la Ley 23.489, de rango constitucional, sobre los Derechos del Niño, y expresa: “Las cuestiones vinculadas con la planificación familiar atañen a los padres de manera indelegable de acuerdo a principios éticos y morales”. El Estado podrá ofrecer a los padres su ayuda, pero la responsabilidad decisoria pertenece a los padres “de manera indelegable”.
La futura ley de Educación Sexual ha sido redactada como si esta norma constitucional no existiera. Abre así las puertas a maniobras de manipulación que impondrían a nuestra patria, mas necesitada que nunca de educar para la familia, una educación que alejaría aún más a nuestros jóvenes de esa perspectiva salvadora.
San Luis, 21 de julio de 2006, +Mons. Jorge Luis Lona, Obispo de San Luis
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NOTIVIDA, Año VI, nº 375, 22 de julio 2006
Editores: Pbro. Dr. Juan C. Sanahuja y Lic. Mónica del Río
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