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Pertenece
 a una de las épocas que han contribuido a realzar la Ruta Jacobea. Él 
mismo forma parte de ella con su persona y quehacer. Dejó su impronta en
 una de las etapas de este Camino, incansablemente recorrido durante 
siglos por numerosos peregrinos que acuden a orar ante la tumba del 
Apóstol Santiago. Fue contemporáneo de los santos Domingo de Silos y 
Juan de Ortega, testigos de su virtud. Sus padres, Ximeno García y 
Orodulce lo acogieron con gozo cuando vino al mundo en Vitoria de Rioja,
 Burgos, España hacia el año 1019. No podían ni imaginar la 
trascendencia que su retoño iba a tener, pero el impacto de su 
existencia bendecida con numerosos milagros se ha mantenido viva hasta 
el día de hoy. Eran dueños de distintas posesiones que pusieron a merced
 de los demás. Y seguramente la relevancia de lo que vivió en un hogar 
marcado por el desprendimiento debió insuflar en Domingo una pronta 
aspiración por la vida religiosa. Desde luego, su etapa de formación 
durante cuatro años junto a los monjes benedictinos de Nuestra Señora de
 Valvanera en Logroño, donde llegó hacia 1031, suscitó claro anhelo de 
formar parte de la comunidad. Allí se había impregnado de la riqueza 
amasada por estos humildes seguidores de Cristo, curtidos en la oración,
 en el trabajo y el estudio, conocedores de la ciencia, expertos 
miniaturistas, artífices de joyas únicas, incunables que continúan 
poniendo de relieve la fecundidad de la vida monástica y el esplendor de
 una época que aún perdura. Con ese gran acervo patrimonial tuvo que 
partir Domingo sin lograr el propósito de convivir junto a los monjes el
 resto de sus días. Quizá el abad no quiso ensombrecer el futuro de sus 
padres que habían depositado sus esperanzas en el heredero y menos, 
siendo que su padre ya había fallecido, incrementar el pesar de 
Orodulce. 
Pero
 Domingo lo intentó de nuevo acudiendo al monasterio de San Millán de la
 Cogolla, otro de los bastiones espirituales y culturales colindantes. 
Tampoco allí tuvieron éxito sus pesquisas. Se ve que Dios había elegido 
para él la vida eremítica, la soledad, la fecunda vía purgante del 
silencio, al menos durante un tiempo, ya que sus planes iban más allá. Y
 se retiró a la Ayuela o Fayuela, un pequeño monte rodeado de encinas 
cercano al enclave de lo que se conoce como Domingo de la Calzada, para 
dar gloria al Altísimo. Su morada fue una ermita derruida en torno a la 
cual cultivó la fértil tierra para abastecerse de lo preciso sin 
depender de la limosna. Era digno heredero de la genuina tradición 
eremítica y vivió como tal hasta el año 1039. Se sitúa esa fecha como la
 del inicio de su colaboración con el obispo de Ostia, Gregorio, que se 
había traslado a la localidad de Calahorra con un legado papal a efecto 
de ayudar a la gente a deshacerse de una insidiosa plaga de langosta que
 invadía sus campos. Fue él quién le ordenó sacerdote. Ambos 
construyeron un puente de madera para atravesar el río Oja pensando, 
sobre todo, en paliar las dificultades de acceso que hallaban los 
peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. 
El
 prelado falleció en 1044 y Domingo siguió trabajando de manera 
incansable en solitario. Cuando el río varió su cauce y el puente 
primitivo dejó de ser viable, inició la compleja tarea de sustituirlo 
por uno de piedra. Destinó sus bienes a esta importante construcción 
amén de practicar la limosna para contribuir a los cuantiosos gastos que
 conllevaban materiales y mano de obra. A finales de 1046 culminó esta 
obra de ingeniería, un espléndido puente con 24 ojos sobre el río Oja, 
que facilitaba el constante trasiego de romeros. Aún existe en la 
actualidad. Pero su aportación a la Ruta Jacobea no había hecho más que 
comenzar. Después la incrementó con nuevas infraestructuras: albergues, 
una ermita que puso bajo advocación de Santa María, un hospital para 
auxilio de los peregrinos... Y la creación de calzadas. Junto a Juan de 
Ortega varió el primitivo acceso romano desplazándolo hacia el sur en 
bien de los caminantes y así consolidó el tránsito por Nájera y 
Redecilla del Camino. Por esta acción, la localidad se conoce como Santo
 Domingo «de la Calzada». Contó con el apoyo de nobles y del monarca 
Alfonso VI de Castilla. Éste supo valorar la importancia del Camino de 
Santiago (Itinerario Cultural Europeo desde 1998), a todos los niveles. 
Contribuía al progreso y, además, fue decisivo para implantar el 
castellano en ese privilegiado entorno. Domingo atrajo allí el 
patrimonio cultural que acompaña a esta vía, porque la huella de la Ruta
 se aprecia en el esplendoroso románico que la circunda y en otras artes
 que florecieron a su paso junto a la arquitectura: música, pintura, 
escultura, etc. así como otros bienes inmateriales, costumbres, lenguas,
 pensamiento... 
Se
 le atribuyen incontables milagros. Uno de los más populares puede que 
sea el acaecido en el siglo XIV en un mesón. Habría sido protagonizado 
por un matrimonio que transitaba hacia Santiago de Compostela junto a su
 hijo. Prendada de él la hija del posadero, y viendo que no era 
correspondida, fraguó su venganza introduciendo en el zurrón del 
muchacho un objeto de plata. Luego lo denunció, un delito por el que fue
 condenado a morir ahorcado. Pero no perdió la vida, como constataron 
sus padres al día siguiente. El joven explicó que la debía a Domingo que
 le libró del asfixiante cordel. El corregidor fue informado del suceso 
por los felices progenitores del muchacho. En ese momento tenía frente a
 sí un plato con un gallo y una gallina asados y se disponía a dar 
cuenta de las viandas. Así que no se le ocurrió otra comparación que la 
de las aves respondiendo escéptico al matrimonio que su hijo estaba tan 
vivo como ellas. Y al momento cacarearon testificando así la 
autenticidad del milagro. De ahí el dicho:«Santo Domingo de la Calzada donde cantó la gallina después de asada». Domingo
 murió el 12 de mayo de 1109. Aunque no existe constancia de su fecha de
 canonización, en el Martirologio de 1584 ya aparecía inscrito como 
santo. 
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