Sábana Santa: fe y razón (Nota 2)
Dr. Eduardo Casanova
Lo  que contiene la fotografía
Pasado el tiempo desde la  primera fotografía tomada por Secondo Pia, a medida que se profundizaba el análisis de la imagen, aumentaba la  admiración y la sorpresa causadas por los detalles que se comprobaban. Se trataba de  un hombre que había sido crucificado, con signos de heridas por clavos  atravesando sus extremidades superiores e inferiores. El detalle anatómico difería  de las imágenes clásicas de clavos atravesando las palmas de las manos; pero en  cambio se cargaba de realismo histórico y anatómico, con clavos que penetraban a  la altura de la muñeca, entre el cúbito y el radio. En la imagen se  advertía ambos pulgares fuertemente flexionados hacia la palma debido al estímulo  mecánico de los clavos sobre el nervio mediano.
Si bien fueron  crucificadas muchas personas en la Antigüedad, el número de quienes antes de la crucifixión habían sido flagelados por el látigo seguramente era bajo, ya que no se trataba de penas complementarias ni suplementarias, sino excluyentes. La sentencia era para una o para la  otra, pero no para ambas. En el caso de Jesús de Nazaret, la flagelación había  sido una pena impuesta por compromiso, ante la convicción de inocencia que  tenía Pilatos. Luego se agregó la pena de muerte en la cruz debido a la  presión popular. 
Tampoco resulta habitual  que el crucificado que muestra la Sábana Santa no presente signos de fractura de sus miembros inferiores. Fracturar las piernas era la medida de piedad acostumbrada, realizada a los  crucificados para abreviar la tortura: sin el apoyo sobre sus miembros inferiores, la  dificultad para respirar precipitaba la muerte.
Más aún, el distinguir  claramente en la Síndone una corona de espinas sobre la cabeza del crucificado, de acuerdo con los relatos evangélicos, parecería hacer todavía más difícil la posibilidad estadística de que no  se tratase de Jesús de Nazaret. Todavía más, la existencia de una  importante herida en el hemotórax derecho, de acuerdo con los mismos relatos  evangélicos, induce a confirmar su identidad. A los delincuentes crucificados se les  solía quebrar las piernas, pero ello no fue necesario en Jesús, pues la  flagelación previa a la crucifixión precipitó su muerte. Además, a los delincuentes  crucificados tampoco se les coronaba de espinas, cosa que sí se había hecho con Jesús  como gesto de burla, pues se había declarado Rey.
Las probabilidades  estadísticas estimadas para que el crucificado cuya imagen aparece en la sábana de lino fuese Jesús de Nazaret se estimaron matemáticamente en unos cinco mil trillones contra una. Sin embargo,  cuando se planteó la prueba del carbono 14 se invocó esta única posibilidad  aislada del resto. Después, pese a que se demostró el error de la prueba usada para  determinar la edad del lino, el silencio y la indiferencia siguieron como carácter constante en quienes se aferraron a una injustificada duda de  autenticidad.
En esta nota nos  limitaremos a señalar que si la prueba del carbono 14 fuese fiable, habría que admitir que la datación en el siglo XIII  permitiría concluir no sólo que en esa fecha ya existía la tecnología fotográfica,  sino que era incluso superior a las técnicas actualmente disponibles, que no permiten reproducir semejante imagen en una sábana de lino.
Los agnósticos que se  aferraron a esa presunta prueba del carbono 14, lo mismo que habían hecho antes de conocerse la Sábana Santa, siguieron  negando la Resurrección. Pese a que más de 500 testigos fiables atestiguaron  haber visto a Jesús resucitado, siguieron sosteniendo que quizá le hubiesen  bajado de la cruz moribundo, pero no muerto.
Contra dicha hipótesis  agnóstica, la Sábana Santa presenta un verdadero certificado de defunción, presente en las manchas de sangre, que ahora analizaremos.
Los estudios biológicos  realizados sobre las manchas de sangre muestran caracteres distintos en la herida del pecho respecto a la sangre que  pertenece a las heridas causadas por los clavos, los latigazos, la corona de  espinas y por diferentes traumatismos en el resto del cuerpo: todas estas heridas  tienen sangre perteneciente a una persona viva. La sangre que emana del costado  del pecho abierto pertenece a una persona muerta. 
Se pudo estudiar el grupo  sanguíneo y la estructura del coágulo sanguíneo en el pecho, diferente en su configuración microscópica  respecto a la sangre del resto del cuerpo. Por ejemplo, la sangre correspondiente a  las heridas de los clavos y la corona de espinas era sangre que contaba con estructura de un trombo o coágulo, como el que se forma en vida, cuando  alguien sangra. Éste es un trombo que presenta una malla de fibrina, con  atrapamiento de glóbulos y plaquetas, que oficia como “tapón” (trombo) para detener  la hemorragia. En cambio, la sangre perteneciente a la herida en el tórax  presentaba la estructura de un “coágulo cadavérico”. El coágulo post-mortem, que se encuentra  dentro de las cavidades cardíacas y de los grandes vasos, es un coágulo formado por el depósito  de los elementos sanguíneos por simple gravedad, que acumula plaquetas sobre  glóbulos. Esto es lo que permite que se tiña la tela de un modo peculiar en torno  al lanzazo que hoy se comprueba que atravesó la aurícula derecha. Como dice  el Evangelio, Jesús estaba ya muerto.
De acuerdo a los relatos  evangélicos, cuando el soldado romano advirtió que Jesús estaba ya muerto, decidió no quebrarle las piernas (tal como  había sido profetizado por Isaías para el Mesías), pero en cambio, quiso  asegurarse de su muerte. Para ello infirió esa herida, que hoy comprobamos tiñó la  Síndone con los caracteres descritos. Por estudios históricos sabemos también  que esa herida fue realizada según la forma especial con que eran entrenados los soldados romanos, para entrar al tórax del enemigo por donde no estaba protegido por el escudo: la mitad derecha.
Sobre estos mismos  elementos, y sobre otros agregados, iremos profundizando en sucesivas notas, procurando preguntarnos al mismo  tiempo acerca de la relación que guardan los actuales hallazgos científicos con  la Revelación, con la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Analizaremos  estos y otros hallazgos que nos proporcionan la arqueología y la  paleontología, hoy enriquecidas por la tecnología físico-química y biológica.
¿Qué significado tiene el  agnosticismo contra la evidencia racional y científica? ¿Qué papel cumple la Síndone para esa “convicción”, que proporcionará el Espíritu Santo según refiere San Juan en su Evangelio, diciendo que “convencerá (argüirá, en otras traducciones) en materia de pecado, de justicia y de  juicio” (Juan 16,8)?
Los “argumentos” parecen  cada vez más contundentes, en ese “argüir”. Las pruebas parecen cada vez más “convincentes” para “convencer”. Sin  embargo, la ignorancia y la indiferencia respecto a lo que nos llega desde este  lienzo parecen ser la respuesta contemporánea. Contrasta la riqueza de  argumentos que nos da la Síndone con la pobreza de las respuestas que obtienen las  evidencias recogidas por la ciencia. Un silencio cómplice alterna a veces con las intenciones de confundir.
Quizá, en las actitudes  descritas encontremos el núcleo que hoy tiene ese pecado que no tiene perdón, que es el pecado contra el Espíritu  Santo. Parece coherente que no se pueda perdonar a quien no quiere ser  perdonado, porque no está dispuesto a reconocer lo evidente. En esa negativa parece  estar la “materia de pecado, de justicia y  de juicio”.
13-05-2010.
 
 
 
