lunes, mayo 17, 2010

Otra vez la pregunta: ¿A Mugica lo mataron la Triple A o los Montoneros?




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CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). No importa lo que afirme el diputado nacional Miguel Bonasso. Por ejemplo, Rodolfo Galimberti contaba una historia muy diferente en muchas cuestiones de Montoneros, incluyendo el asesinato de Carlos Mugica. Y en aquellos años, Galimberti era mucho más que Bonasso dentro de Montoneros.
Cristina de Kirchner, quien dice conocer una historia sobre la que ignora casi todo, homenajeó a Mugica partiendo del principio que a Mugica lo mató la Triple A.
Pero, además de Wikipedia y Miguel Bonasso, ¿cuáles son los fundamentos de Cristina para sostener algo semejante? La Triple A realizó muchos crímenes aberrantes pero ¿mató a Mugica?
El siguiente texto fue publicado en el diario La Opinión, de la Ciudad de Buenos Aires, el 14 de mayo de 1974, con el título 'Un diálogo con Carlos Mugica cuatro días antes de su muerte'. Y que cada uno alcance las conclusiones que considere más conveniente.
El texto fue recuperado por Juan Bautista Yofre quien, con más pruebas acerca de semejante tragedia, lo ofrecerá en su libro de próxima publicación El Escarmiento(Sudamericana).
Debe considerarse que el autor del siguiente texto (muy vinculado al ministro de Economía de entonces, José Ber Gelbard), mantenía diferencias irreconciliables con José López Rega (de hecho, él fue clave en la caída del todopoderoso ministro), y lo más sencillo para él hubiese sido culpar a López Rega por el asesinato de Mugica.

POR JACOBO TIMERMAN

En el periodismo moderno existe una verdadera tierra de nadie, que pocas veces los diarios o los periodistas se atreven a franquear: es la que separa lo que se sabe de lo que se publica.
En esa tierra de nadie de la prensa, rigen el Código Penal, los diferentes códigos de seguridad, el peligro de las querellas (calumnias, difamación, injurias), la imposibilidad de demostrar por la vía jurídica la realidad de hechos que constan al conocimiento público y, con frecuencia, el temor a las represalias violentas.
Y, sin embargo, todos los días se teclean los artículos hasta el límite de la tierra de nadie, preguntándose si llegó el momento de entrar en esa zona. Una pregunta que Carlos Mugica no se hacía.
Toda la semana pasada Carlos Mugica anduvo por el edificio de La Opinión. Colaborador del diario desde su fundación, hace tres años, con mayor o menor frecuencia se hacía presente.
El martes pasado me vino a ver con sus atributos permanentes: voluntad, ansiedad, esperanza. Consideraba que el enfrentamiento -es lo que vino a explicarme- entre el presidente Perón y la Juventud Peronista, debía alcanzar un nivel adecuado de debate ideológico, debía evitar la violencia.
Me anunció que comenzaría a escribir con mayor frecuencia desde la posición que había asumido junto con los demás sacerdotes del Tercer Mundo: acatamiento a la autoridad de Perón, discusión abierta para rescatar a la Juventud Peronista de las Regionales, que abandonaba su lugar junto al pueblo, tarea organizativa para que la juventud argentina encontrara los caminos orgánicos necesarios para mantenerse junto a Perón, aceptación de un peronismo únicamente con Perón.
El primer artículo lo entregaría entre jueves o viernes, para publicarlo el sábado o domingo. (Salió publicado el domingo 12 de mayo, y fue lo último que escribió).
Habló mucho del dolor que lo embargaba al verse separado de compañeros con los que había trabajado, soñado, y de cuyo sacrificio había sido testigo.
Habló de los que habían muerto, pero más aún de los que vivían. Me dijo que le era difícil sobrellevar el enfrentamiento con Mario Firmenich, que le producía ansiedad, dolor, angustia. Me dijo también que recibía constantes amenazas de muerte, que estaba convencido que esas amenazas procedían de los Montoneros y que no eran desconocidas para Roberto Quieto y Mario Firmenich.
Me preguntó qué más se podía hacer para evitar el enfrentamiento entre los dos líderes montoneros y el general Perón. El tema Firmenich volvía una y otra vez en el diálogo. Ahora, reconstruyendo sus palabras parecía más preocupado por la seguridad de Firmenich que por la suya.
¿Qué le podía decir? Vieja reacción de un intelectual: que tratara de profundizar el debate ideológico, que insistiera en el diálogo, que tratara por todos los medios de organizar una discusión abierta para darle participación a la opinión pública, y que le ofrecía las páginas de La Opinión.
Hizo una última broma: me preguntó si también podía escribir sobre el Medio Oriente, tema sobre el cual nunca pudimos ponernos de acuerdo.
Quizás alguien suponga que después de publicadas estas líneas, mi vida no vale mucho en la Argentina de hoy. Pero le debía a Carlos el homenaje de convencerme de que me callamara, que no me arriesgara, que lo dejara hacer a él. No. Creo que  Carlos Mugica merece que, por él, entremos todos en la tierra de nadie.