LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN Kirchner v. Clarín Entre los mitos contemporáneos uno de los más mentirosos es éste de la libertad de expresión. Ésta existe si se tiene dónde ejercitarla. Yo llevo cincuenta y cinco años vinculado al periodismo. De las profesiones que he tenido ésta es la que más quiero. Comencé en 1954 como aprendiz en el diario Los Andes, de Mendoza, bajo la conducción de Antonio Di Benedetto y Miguel Páez Herrero, excelentes maestros. Después llegué a redactor en el Tiempo de Cuyo, trabajo con el que me pagué los estudios. Recuerdo que recibíamos información directa de la Unión Soviética y de la agencia norteamericana United Press. Curiosamente ambas se mostraban exultantes con el arribo de Fidel Castro al poder en Cuba. Evidentemente estaban mejor informados los soviéticos. Con todo esto quiero decir que la libertad de expresión está en primer lugar condicionada por la buena información. Uno puede ser un informador sincero pero estar sesgadamente informado. Para poco sirve la libertad de expresión si lo que se expresa es falso o a medias verdadero. Al respecto debo confesar que he tenido una experiencia más bien descorazonadora. Paso a repasar mi larga experiencia. Antes de que los dos grandes diarios de Buenos Aires, La Nación y Clarín, compraran al vernáculo Los Andes, yo podía publicar en éste gracias a un Director periodístico al que le gustaban las cosas que solía mandarle. Pero cambiaron los patrones y ya no me publicaron más. Se me esfumó pronto la famosa libertad. Ahora contemplo la aviesa lucha por los medios de comunicación entablada por los Kirchner contra Clarín y otros grupos. La quieren para ellos solos. Desde mi puro interés particular no debiera inquietarme demasiado que el loco perverso que nos tiraniza golpee a ese oligopolio porque yo, como dije, no puedo publicar. No obstante, me preocupa. Es malo que solo algunos gocen de libertad de expresión pero es peor que no la tenga nadie. Empecé llamando “mito” al derecho a la libertad de expresión. Pero los mitos encierran su parte de verdad. Es evidente que la prensa libre nunca lo es tanto, ni siquiera en las mayores democracias liberales del planeta. Siempre hay en todas partes opciones proscriptas, posturas de cualquier índole censuradas, posiciones “culturalmente incorrectas”. Al revés, es mal visto criticar lo que está “instalado”. Son fenómenos espontáneos y poco se puede hacer contra ellos. Lo inadmisible es que sea el Poder, de la índole que fuere, el que se arrogue la función de censura, salvo en lo que atente contra la moral y las buenas costumbres. Por lo demás censura siempre habrá alguna, empezando por la autocensura, que a menudo es la peor. En resumen, y volviendo a nuestro tema, prefiero sufrir al oligopolio Clarín-Nación que carecer de él frente al Poder. En este momento el poder es Kirchner, un sujeto que ama destruir lo que no se le somete. Y que, dada se aguda capacidad mental y acendrado gusto por el riesgo (propio de los perversos), se presenta como el enemigo mayor. Y ahora paso a indagar qué significa psicológicamente el calificativo “perverso”. La debilidad de la gente sana ante los perversos es que no pueden concebir que una persona, aparentemente normal, sea, en realidad un perverso. Esto hace que gente ingenua quiera medirse en el marco de la ley con Kirchner, olvidando que él carece de ley. Otros aceptan los “diálogos” que ofrece, pues cuando se hace el pacífico piensan que el sujeto está reconociendo por fin sus errores. ¡Para los perversos no hay errores, solo hay derrotas y triunfos! Y, por último, por si tiene algún perverso o semiperverso cerca, no olvide nunca que son gente que carece de empatía, es decir de sentir con los demás. Éstos no son sino objetos para ellos. Ellos ganan porque no tienen prójimos, es decir carecen del atributo supremo de la Divinidad, la bondad. |