La Administración inglesa castiga a los cristianos que hablan de su fe
Dos nuevos casos para la polémica: amonestada una niña por hablar de Jesús en la escuela; expulsada una enfermera que rezó por una paciente
Si uno quiere conservar su trabajo en el sector público inglés, mejor es que no manifieste su fe cristiana. Eso es lo que han denunciado diversas entidades ante las últimas polémicas registradas en el Reino Unido, que ponen de manifiesto que, tras la fachada del genérico respecto hacia todas las religiones en la sociedad multicultural, lo «políticamente correcto» parece pasar por una estimación de las demás tradiciones religiosas y el menosprecio de la propia.
Jasmine tiene 5 años. Habló de Jesucristo con una amiguita de clase. El profesor escuchó la conversión y amonestó a Jasmine. Su madre, Jennie Cain, recepcionista en la escuela, podría ser expulsada de su puesto de trabajo por haber escrito un correo electrónico a varios miembros de la confesión cristiana a la que pertenece solicitándoles oraciones para que se resuelva el caso. El director de la escuela, que tuvo acceso a uno de esos correos, acusa a la madre de difundir quejas contra el colegio.
La enfermera Carline Petrie fue suspendida de empleo por dos meses (el castigo sería revocado después) por haber preguntado a una paciente si quería que rezara por ella. Aunque la paciente no expresó ninguna queja, alguien denunció a Petrie y a ésta se le aplicó el régimen disciplinario previsto en el Sistema Nacional de Salud (NHS en sus siglas inglesas) en relación a la expresión de creencias por parte del personal de la Sanidad pública.
Esos casos siguen a la gran controversia que vivió el país en 2006 a raíz del despido de Nadia Eweida como personal de tierra de British Airways, por negarse a quitarse la pequeña cruz que colgaba en una cadena de su cuello. Las musulmanas podían llevar velo, los sijs turbante, pero el colgante de Eweida contradecía la política de uniforme de la compañía. Ésta fue finalmente revisada y la mujer readmitida.
Los grupos cristianos denuncian que en el sector de la función pública la política es aún más estricta. Ese celo por ser religiosamente asépticos contrasta, según destacan, con el simbolismo cristiano que se reservan para sí las grandes instituciones del país, como la Monarquía, con una Reina que es la cabeza de la Iglesia de Inglaterra, y un Estado en gran medida confesional, con la confesión anglicana como Iglesia «establecida».
Jennie Cain, de 38 años y madre de dos hijos, se describe a sí misma como una «cristiana tranquila», que no intenta imponer a los demás sus creencias, pero que exige que sus propios derechos sean respetados. Explica que el pasado 22 de enero su hija Jasmine le contó que el profesor le había regañado. «Me ha dicho que no puedo hablar de Jesús», le confesó la niña. «No podía creer lo que estaba oyendo», añade la madre.
Luego ella misma fue llamada por el director de la escuela, en el condado de Devon, en el suroeste de Inglaterra, para advertirle de que Jasmine no debía hacer «pronunciamientos sobre su fe».
La señora Cain alega que si la escuela organiza canto de villancicos en Navidad, en los que se menciona a Jesucristo, «¿cómo van a saber los niños que no tienen permitido hablar de Dios?». La dirección del centro matiza que sí se invita a los alumnos a hablar de sus creencias con los profesores y los demás compañeros cuando esto resulta apropiado.
Es posible que madre e hija ganen el pleito, como ha ocurrido con Caroline Petrie, la enfermera a la que su hospital de Weston-super-Mare le llamó a capítulo por haber faltado al «compromiso personal y profesional sobre igualdad y diversidad» requerido a todo empleado. El hospital le acusaba de haber molestado a una paciente al preguntarle si quería que rezara por ella, extremo que la enfermera niega.