Fue una provocación
Fue una provocación
Por Beatriz Sarlo
Para LA NACION
Estuve en la Plaza de Mayo más o menos a las once de la noche del martes. Poco después llegó una camioneta que transportaba un gran pasacalle con la leyenda “Sociedad Rural vergüenza nacional”.
A una señora que caminaba con su cacerola y su hija de seis o siete años le sugerí que se fuera porque iban a empezar las piñas. La señora quedó estupefacta, porque no sabía, ni nadie sabía en la Plaza de Mayo, que en el Obelisco ya le habían roto la cara a un manifestante. Que se venían las piñas era evidente para cualquiera que hubiera participado en alguna manifestación de los años setenta, experiencia que probablemente no realizó la mayoría de los que estaban allí en un comienzo.
La Plaza estaba llena de gente que, por los motivos más diversos, se había sentido provocada por el discurso de Cristina Fernández de Kirchner. No había grupos organizados, sino caceroleros autoconvocados en una linda noche de verano; tampoco había mucha oligarquía, salvo que para ir a la Plaza hubieran tomado en préstamo la ropa de algún subalterno de sus prósperas empresas.
Hablé con gente de San Telmo y Barracas que, por lo general, no vende soja a futuro en los mercados internacionales. O hijos de chacareros que estudian en las universidades porteñas y no viven como aristócratas. Cuando terminaba la noche por huida y dispersión, una mujer de la edad de la Presidenta dijo: “No creo que esta mujer haya sido una dirigente política en su juventud, porque yo estaba en la política y discutir con los JP era difícil. Había que ganarles, mientras que esta mujer me parece que nunca le ganó a nadie una discusión mano a mano”.
En la Plaza de Mayo no se oyeron gritos pidiendo que se fueran todos, como los que transmitió la televisión desde Olivos, cuya concurrencia parecía mucho más ajustada a las clases pudientes que la que estaba en la Plaza. Cuando entraron los kirchneristas, sus columnas, que habían llegado con banderas argentinas, estandartes rojos y negros de la JP y el gran cartel contra la Sociedad Rural, avanzaron por Avenida de Mayo casi hasta la altura del Cabildo.
Los fotógrafos y camarógrafos formaron para hacer su trabajo y durante casi media hora fueron la línea providencial que separó en dos a los manifestantes enfrentados. La policía de Aníbal Fernández formaba en la calle Perú, con una disposición difícil de descifrar.
A un militante de D’Elía que me saludó le dije: “Esto es una provocación”. No entendió, y por cinco minutos discutimos: una provocación significa que un grupo organizado irrumpe en la manifestación de otro grupo para romperla, si es necesario con violencia. Le dije: “En la tradición progresista, la provocación fue un acto político despreciable, atribuido casi siempre a la policía o a los enemigos de clase. Hoy, en cambio, los provocadores son ustedes”.
Los manifestantes de la Plaza no tenían cultura de enfrentamiento físico (ni siquiera parecía que tuvieran cultura de cancha). Jóvenes que podrían haber reaccionado con cierta resistencia física salían disparando por la calle San Martín o corrían por Avenida de Mayo hacia la Diagonal. En poco rato quedó claro que la Plaza les pertenecía a D’Elía y a Pérsico. El que haya asistido a cualquier enfrentamiento por el espacio público sabe que podría haber habido mucha más violencia si los manifestantes solidarios con el campo hubieran resistido sólo un poco a los kirchneristas.
Para el peronismo, la ocupación de la Plaza de Mayo tiene una carga simbólica enorme, cuya larga historia comienza el fundacional 17 de octubre de 1945.
Pérsico y D’Elía responden a una tradición que no hay que subestimar ni pensar que es totalmente instrumental: hay destellos de memoria y de identidades en conflicto, además de provocación e impunidad.
El 1° de mayo de 1974, los montoneros retiraron sus columnas de la Plaza de Mayo después de desatar una guerra de consignas mientras Perón estaba hablando. Se retiraron al grito de que volverían victoriosos. En cada acto peronista de esos años, la disputa por los lugares en la Plaza entre juventud peronista y juventudes sindicales incluyó desde el cuerpo a cuerpo, que avanza ganando metros por presión física, hasta el enfrentamiento a golpes o con armas.
Los bosques de Ezeiza fueron escenario, en 1973, de una disputa por el espacio que comenzó la noche anterior a la llegada de Perón: nuevamente juventudes peronistas y juventudes sindicales se toparon para colocarse en las primeras filas frente al palco que el líder no llegó a ocupar.
Finalmente, ese gigantesco forcejeo que cubrió hectáreas terminó con un enfrentamiento armado: desde el palco, grupos de la derecha peronista, que luego serían parapoliciales, tirotearon a los de abajo, donde también había algunas armas.
Si Cristina Fernández de Kirchner no ignora esta historia (o no la olvidó en los años pasados en Santa Cruz), debió elegir con más cuidado las palabras de su discurso del martes, que empezó así textualmente: “Las imágenes que me tocó ver especialmente en Semana Santa, siempre Semana Santa ha sido emblemática para los argentinos, como si fuera una señal pegada en esta oportunidad a una de las peores tragedias que tiene la historia argentina, y que fue la del 24 de marzo de 1976. Señales, tal vez, que se toma la historia, la casualidad, pero lo cierto es que en estos cinco días, el último día fue 24 de marzo”. La Presidenta les dio línea a Pérsico y D’Elía, que a los gritos acusaron a los manifestantes de haber apoyado la dictadura militar.
Se dice que Cristina Fernández de Kirchner habla bien. Su discurso no lo prueba, si hablar bien significa algo más que hablar de corrido, no vacilar ni confundirse con los tiempos de los verbos.
El comienzo de su discurso, al señalar un vínculo entre las manifestaciones ruralistas actuales y el golpe de Estado de 1976 tuvo dos defectos graves. En primer lugar, se trató de una sugerencia, como si una cuestión de esta magnitud pudiera ser dicha al pasar, sin tomar en cuenta que va a ser escuchada como línea interpretativa que puede dar paso a las acciones y no como la ocurrencia de alguien que visualiza “señales” sin ton ni son.
No era el momento adecuado para que la presidenta de la República esbozara su tesis historiográfica sobre la complicidad de cualquier sector de la producción agraria con el golpe militar.
Por otra parte, cuando un político pronuncia un discurso de esa dureza debe saber que cada uno de sus párrafos puede tener efectos poco controlables sobre quienes se sienten atacados y quienes se sienten expresados por sus palabras. Cuando la gente de Pérsico y D’Elía entró en la Plaza de Mayo para desalojar a los manifestantes, la consigna gritada contra ellos asimilándolos a la dictadura militar había estado sugerida por las “señales” que creyó descubrir la Presidenta, emanadas de una clásica oposición “oligarquía versus pueblo” que palpita, desde hace cincuenta años, en el corazón del peronismo. No era momento para reactivarla.
No puede decirse con certeza si los grupos de Pérsico y D’Elía fueron enviados allí. Lo que parece cierto es que el discurso duro de la Presidenta, la insinuación de coincidencia, las “señales” intuidas y la irrupción de los piqueteros constituyen un dispositivo político, más allá de quienes se mueven dentro de sus engranajes o quienes creen que pueden manejarlo.