Desde el Norte del Burrumayo y un Cuento de Navidad
Había una vez...
Una niña llamada Cristina que quería ser reina de un país de Sudamérica donde el rey Néstor gobernaba con una corte de bufones y criminales.
Como en todo reino que se precie de tal, la injusticia se enseñoreaba hasta el último rincón, las cárceles se iban poblando con los soldados que se oponían al sangriento reinado.
Era el tiempo de Navidad.
Cristinita aunque no era creyente puso sus zapatitos como otros niños y pidió, no al Niño Dios sino a Papá Noel, el cual le agradaba porque vestía de rojo y era fashión, que le trajera una valija con muchos dólares.
Ante la sorpresa de todos el pedido se cumplió, Santa Claus disfrazado de empresario chavista viajando en un dragón del rey Néstor llegó con una inmensa valija llena de dinero verde.
Pero sucedió que quienes cuidaban las fronteras no le dejaron pasar, por más que el rojo obeso sujeto intentó explicar su cometido, los dinerillos allí quedaron.
Santa, fue hasta el Palacio Rosado, disimulado entre la corte de su rey Hugo que casualmente estaba de visita, para explicar su mala suerte y no ser decapitado por los reyes.
Luego partió al reino de las Pasteras y de allí al odiado pero temido reino del Norte donde fue tomado prisionero.
Convertido en pájaro por extraño hechizo cantó.... y cómo!!!
Mientras tanto...
En el reino bananero de Sudamérica el sueño de la niña Cristina se hizo realidad, fue coronada Reina.
Acudieron a la coronación los príncipes de las tinieblas, montoneros, erpianos, piqueteros y traidores, entre estos últimos estaban soldados que cambiaron de bando y fueron recompensados con cargos, títulos y oro.
No faltaron las brujas disfrazadas de madres y abuelas.
La Reina juraba que su inocencia había sido mancillada, su deseo incumplido y para colmo de males el reino enemigo del Norte dudaba de su transparencia moral.
Y volvía a gritar que ella no sabía que Papá Noel era un invento de su hermano el rey Hugo.
Sus seguidores vociferaban indignados clamando venganza, pidiendo la guerra contra el país norteño.
El rey Hugo le ofreció todo su apoyo si debía librarse combate pues los del Norte eran su enemigo de siempre aunque comerciaba con ellos a cambio de su oro.
La Reina, luciendo costosos vestidos y joyas pasea intranquila por su palacio pues no le teme a su pueblo a quien tiene sometido con dádivas sino a que algún viejo soldado empuñe la temida espada de la Libertad y su reino termine.
Dicen que en el reino son muchos los que piden para estas festividades un extraño deseo llamado "democracia".
¡Y lo ruegan a Su Niño Dios!