Abortamos de cuatro en cuatro
«Abortamos de cuatro en cuatro»
POR M. ALCARAZ. MADRID
Sole (nombre figurado), 25 años, 10 semanas de gestación. Su novio no daba crédito: después de tres años de relaciones sin consecuencias, se les fue el santo al cielo. Estamos a mediados del mes de noviembre recién terminado: un retraso, un dolor abdominal agudo y la sorpresa de un embarazo no buscado en una chica con una enfermedad crónica autoinmune, que se agudizaría con la gestación, y cuyos anticuerpos podría transmitirle al bebé.
Empieza la peregrinación por los ginecólogos de la aseguradora de su trabajo, y todos coinciden: Sole está dentro del tercer supuesto (riesgo para la salud de la madre). Esta condición legal no tiene, además, la limitación de tres meses que sí restringe la práctica del aborto en los otros dos supuestos, tanto en caso de violación como en el de malformación del feto (que también le afecta). Sin embargo, todos le aconsejan lo mismo: «Hazlo cuanto antes pues ahora mismo sólo hay una bolsa gestacional sin latido. Busca una clínica privada porque en la Seguridad Social te marean y te hacen pasar por muchos médicos y certificaciones». Sole, sin saberlo, pasaba así a engrosar esa cifra de más del 97 por ciento de españolas que abortan en la sanidad privada.
Empieza la peregrinación por los ginecólogos de la aseguradora de su trabajo, y todos coinciden: Sole está dentro del tercer supuesto (riesgo para la salud de la madre). Esta condición legal no tiene, además, la limitación de tres meses que sí restringe la práctica del aborto en los otros dos supuestos, tanto en caso de violación como en el de malformación del feto (que también le afecta). Sin embargo, todos le aconsejan lo mismo: «Hazlo cuanto antes pues ahora mismo sólo hay una bolsa gestacional sin latido. Busca una clínica privada porque en la Seguridad Social te marean y te hacen pasar por muchos médicos y certificaciones». Sole, sin saberlo, pasaba así a engrosar esa cifra de más del 97 por ciento de españolas que abortan en la sanidad privada.
«Tuve que llevar 500 euros»
Dicho y hecho. «Me metí en la web de una clínica de Madrid y concerté la cita», recuerda la chica, conmocionada tras conocer los detalles de la red de centros abortistas descubierta en Cataluña, que le ha traído a la memoria su propia experiencia. El que ella elige es uno de los siete hospitales madrileños autorizados por el Estado desde 1985 para interrumpir el embarazo. La historia de Sole es gemela a la de cualquiera de las 91.000 mujeres que tomaron esa decisión en nuestro país en 2005. Según datos de la UE, el nuestro es el Estado europeo donde más se ha incrementado esta práctica en la última década -un 75 por ciento entre 1994 y 2004-. La protagonista de esta historia llama dos veces a la clínica para concretar un día. La primera cita la anula ante las dudas que le asaltan. Pero recaba datos: le informan que tiene que llevar 500 euros porque, dependiendo del grupo sanguíneo que tenga, costará una cantidad u otra. Es decir, con un factor negativo, menos común, el precio es de 500 euros, mientras que si su RH es positivo, el aborto es más barato: 440 euros. Además, el coste también está en función de la anestesia que se elija: una local reduce la tarifa en unos 80 euros. Tras disipar las dudas, vuelve a telefonear y acepta la fecha.
«Fue en fin de semana para no faltar al trabajo. Acudí con mi pareja y quedé sobrecogida», relata. Sole refiere la frialdad de estas clínicas y de algunos de sus profesionales. El centro estaba «de bote en bote; había muchas chicas, la mayoría iberoamericanas y solas». En la sala «hay que esperar a que te llamen y, cuando eres requerida, pasas a una estancia donde te toman una muestra de sangre (para saber tu grupo y calcular el precio) y te hacen una ecografía que precise las semanas de gestación». Una vez comprobado el tiempo de embarazo, es un psicólogo el que recibe a la paciente, que -recuerda- «me aseguró que mi decisión no tendría consecuencias psicológicas». A los especialistas no les gusta que les interroguen y Sole lo hace con profusión: «Tanto, que ya me miraban mal y llegaron a decirme que estaba a tiempo de irme». La última consulta, a la que le permiten entrar con su novio, es con un internista que rellena un formulario sobre las enfermedades de la paciente. Pero ni palabra de los supuestos legales a los que puede acogerse: «Aunque yo estaba dentro de la legalidad, la información fue escasa».
Finalmente, y una vez garantizado el paso que Sole va a dar, es el momento de abonar el importe. Pago contra el que se extiende una factura en la que se detalla que el servicio efectuado es un ILE (Interrupción Legal del Embarazo).
«Como una fábrica de tornillos»
Tras el desembolso, ha llegado el momento. La joven es trasladada a una salita con otras pacientes que esperan su turno. «A mí me pareció de una falta de intimidad tremenda. Abortamos de cuatro en cuatro. Fue tan frío como entrar en una fábrica de tornillos». Y continúa: «Miré el reloj al ir al quirófano y eran las 9,55. Cuando desperté no eran las 10,10. Me sentí fatal pero todo había pasado». A Sole, que optó por una sedación general (más cara), la condujeron a una sala, donde esperaban otras tres chicas, una de las cuales siguió sus pasos hacia el quirófano. «En esa habitación, algunas lloraban», recuerda. A las cuatro se les informó que el método que se iba a usar es el de succión (el certificado de Sole habla de «legrado uterino por aspiración»), introduciendo un tubo a través de la cérvix, una vez descartada la píldora RU, con más riesgo de hemorragias. Y la despedida: «Me pidieron que me bajara la ropa interior en medio de la sala para comprobar que no manchaba. Después, me hicieron andar por si me mareaba, me dieron un caramelo y, hala, a casa».
La interlocutora de ABC se atreve a aventurar: «Fue tan frío y humillante que no volvería a hacerlo. Quiero olvidar».