El Bosco y los secretos de los pájaros
En estos días, con motivo de la gran exposición del quinto centenario de la muerte del Bosco en el Museo del Prado, ha quedado patente que sigue siendo muy poco lo que sabemos con seguridad sobre su vida y sobre la intención última que le llevó a pintar sus objetos, figuras y personajes de la extraña manera en que lo hizo. Lo que sí sabemos con seguridad, como demuestran las setenta especies distintas que aparecen en el tríptico del Jardín de las Delicias, es que le interesaba el mundo animal, y bien pudo ser aficionado a la ornitología puesto que con sus más de seiscientos ejemplares, las aves constituyen el grupo faunístico más representado en esta obra.
En tiempos del Bosco no existía la fotografía, de modo que utilizar los pinceles para intentar detener en el aire el aleteo de cualquier ave era tarea casi imposible, mientras que copiar un ejemplar posado o quieto resultaba sencillo para un buen artista. Sin embargo, El Bosco va más allá y cuando representa un ave, capta su postura en tierra o la peculiaridad de su vuelo, de un modo tan veraz como sólo los amantes de las aves consiguen percibir.
Si nos fijamos, por ejemplo, en este fantástico grupo del panel central, el que comanda la tropa es un jilguero. Los jilgueros suelen picotear los cardos, los cardos tienen espinas y como la corona de Cristo estaba llena de espinas, el jilguero se manchó la cabeza de sangre cuando intentaba quitárselas. Por ese motivo, el jilguero aparece con mucha frecuencia en pinturas de motivo religioso (y parece que El Bosco era muy religioso).
Otro detalle; mientras que los paisajes del tríptico los pintó en perspectiva aérea, las figuras las realizó desde un punto de vista muy bajo y la extraña sensación que tal diferencia produce se incrementa al observar que este grupo de aves, de tamaño exagerado, aparece con una perspectiva casi frontal.
El primer kiwi
El caso más llamativo de aves imaginadas por El Bosco se encuentra en el tríptico del Carro del Heno. Por los suelos del panel derecho deambula un extraño pájaro de largo pico y carente de alas. Es un kiwi, propio de Nueva Zelanda, pero hay que tener en cuenta que El Bosco murió 60 años de que el español Juan Fernández pasara por la zona, 130 antes de que Abel Tasman desembarcara en la isla momentáneamente y 250 antes de que llegara el capitán Cook ¿Cómo pudo entonces pintar El Bosco con tanta perfección un animal que no se conocía en su época? ¡Misterio!En la Mesa de los siete pecados capitales, la escena relativa a la envidia incluye a una pareja adulta, llena de bienes, que se come con los ojos el halcón peregrino que porta un hombre. Para entender esta imagen basta leer lo que sobre el precio de los halcones decía a finales del XVI don Luis Zapata en su obra «Miscelánea»:
«Tuve yo un neblí que se llamó Manrique, porque se hizo bravo en casa del gran cazador Don Pedro Manrique, que habiéndome yo de ir en servicio del rey, me dio el conde de Feria por él una Cama de Damasco morada y tela de oro, y un hermoso caballo rucio turco y un peto y una celada a prueba de arcabuz y cincuenta varas de terciopelo carmesí de Florencia, y cuatro neblíes de la tierra, bravos, y a mi cazador que lo negoció conmigo, cuarenta ducados». ¡Vamos!, una fortuna.
Vencejos amarillos
En cuanto a las aves en vuelo, diversos bandos se diseminan por el aire con un movimiento de apariencia muy real. Prestando un poco de atención se puede reconocer un cuarto de millar de vencejos cuyo oscuro tono destaca sobre el fondo del cielo, pero dado que El Bosco se permitía todo tipo de libertades artísticas, dispersos por esos bandos revolotean un centenar de ejemplares blancos, varios de llamativo color rojo y alguno de un no menos absurdo tono amarillo.Un elemento que puede proporcionar una información útil a los estudiosos del arte, es la presencia en una obra de especies residentes -o ausentes- de un lugar. Así, en el panel izquierdo del Jardín de las Delicias, camina a los pies de Adán una corneja cenicienta, que no existe en España ni en los Países Bajos, de modo que o bien El Bosco utilizó láminas polícromas de gran perfección o bien viajó a un lugar donde alcanzó a verla en vivo. Ese lugar bien pudo ser Italia, con lo que esta corneja cenicienta podría ser el primer dato que confirmara tal viaje; hecho nada extraño, por otra parte, para un pintor de su talla.
Un nuevo ejemplo de la familiaridad alcanzada por El Bosco con las costumbres de las aves, surge de esa especie de tipi rojizo que aparece en el panel central del Jardín de las Delicias. Sobre una de sus ramas superiores se apoya un arrendajo tan perfecto como el carbonero común que, justo al lado, cuelga boca abajo de la espina de una semilla gigante. Ambas aves no solo muestran una fidelidad asombrosa, sino que aparecen, además, en posturas que les son naturales y propias. Este hecho abre una posibilidad para los investigadores, respecto a la atribución definitiva de algunas obras a la mano del Bosco. Estaría bien fijarse en la precisión, o la falta de detalle, con que aparecen las aves en los cuadros dudosos y tendría su gracia que esas pinceladas fueran las que inclinaran la balanza.
Los monstruos y el pan
Un último caso. Los monstruitos y bichejos inventados pueden ser novedad absoluta o elaborarse ensamblando partes de diversos animales ya conocidos hasta configurar un nuevo ser, que resultará aún más extraño, si cabe, cuando el artista utiliza el truco - y lo hace con frecuencia-, de pintar cada elemento con una perspectiva diferente. ¿Por qué crea estos seres y qué significan? No lo sabemos. Pero una cosa está clara, la imaginación del Bosco era extraordinaria y aunque no se debe descartar que fueran un simple divertimento, tal vez sufriera alucinaciones por el consumo de pan de centeno infectado por un hongo, el cornezuelo, uno de cuyos componentes venía a ser una variación del LSD y, por tanto, actuaba como agente psicotrópico. En cualquier caso, el probable significado de los símbolos utilizados por el artista, bien conocidos por sus coetáneos, se ha perdido con el tiempo o ha llegado a nosotros con explicaciones contradictorias. El ejemplo más exagerado de estas reelaboraciones se encuentra en la charca que rodea a la corneja cenicienta.Del mismo modo que ocurre en el museo del Prado, el Real Monasterio del Escorial se ha unido a la celebración del centenario con una exposición de obras suyas de su taller y copias. Uno de los objetos más interesantes es el tapiz del Jardín de las Delicias, copia fiel cuyo cartón intentaba transferir con el máximo detalle los elementos representados en la obra original. Pero al copista se le olvidó el detalle de que los tapices se tejen por el reverso y acaban mostrando una imagen invertida si no se tiene el cuidado de invertir directamente la escena en el cartón, así que los visitantes que tengan la ocasión de contemplar este tapiz, magnífico por otra parte, no deben sorprenderse al comprobar la extraña situación de sus figuras.