UN REALITY CON ABORTO INCLUÍDO
LA REVISTA DEL FORO
LUIS MARÍA
SERROELS
Especial para
Foro de Cuyo
UN
REALITY CON ABORTO INCLUÍDO
No debería
sorprender demasiado porque reality show está definido como un
programa televisivo donde se exhiben los aspectos más morbosos o
marginales de la realidad. El disparador en este caso es una noticia
referida a un episodio protagonizado por una mujer con deseos
irrefrenables de ingresar como participante al Gran Hermano de Inglaterra,
versión británica del que ha desnudado en la TV argentina intimidades,
miserias y bajos instintos de quienes no temen rifar su privacidad a
cambio de una popularidad que termina siendo un arma de doble filo. Su
costo suele resultar muy alto y casi imposible de solventar ante sectores
de la opinión pública habitualmente ávidos de escandalotes (nuestra TV
criolla tiene muchas propuestas basadas en la pérdida impúdica de la
privacidad, moldeada en un lenguaje procaz y lanzada sin recelo ni
decoro).
La noticia
la generó Josie Cunningham, joven inglesa de 23 años, quien impedida de
formar parte de este discutible espectáculo-verdad debido a su estado de
gravidez que le agrega kilos a su figura y aduciendo que “la gente
no quiere ver a una mujer embarazada desnuda en televisión”, optó por una
solución exprés: provocar el aborto de su bebé en el quinto mes de
gestación (que desde la fecundación ya es persona dotada de todos los
derechos que protegen la vida de los seres humanos), con la frialdad y
naturalidad con que se pueda desprender de una verruga, esmerilar la
naríz, alisar sus patas de gallo o incorporar a sus pechos determinadas
porciones de silicona.
“Sé que
mucha gente estará en desacuerdo conmigo, pero me da igual”, señaló
con gran desenfado. Pero fue más lejos cuando expresó que este paso a la
fama “es lo que he querido siempre y no puedo renunciar a ello por
cualquier cosa”. Su reducción a la categoría de cualquier cosa
a que somete a su futuro hijo, agranda la monstruosidad de su conducta,
teniendo en cuenta que ya nadie puede dudar que el aborto es un homicidio
y además el peor, porque se consuma contra un inocente imposibilitado de
defenderse. Dice que le da igual el desacuerdo “de mucha gente”, pero se
atreve a enfrentar el desacuerdo de la Ley de Dios, de los juicios
contundentes de la ciencia más rigurosa y de los códigos
jurídicos.
La pobre
criatura no está en condiciones de expresar reclamo alguno, pero su
silencioso grito debe ser asumido y amplificado por quienes defendemos la
vida, que ya existe desde el instante mismo de la concepción. Miss Jodie
Cunningham procura justificar su atrocidad en que a esto lo hace por “un
futuro mejor”. Y para ello no vacila en decretar la muerte de su vástago,
que también ansía y merece su propio “futuro mejor”. Si el devenir
del tiempo la llevara a traer hijos al mundo, ¿se atreverá a contarles que
parte de su bienestar material o fama es el resultado de haberse
desprendido de “cualquier cosa” que ponía en riesgo su
ingreso a un programa de televisión?
Todo lo
expuesto nos abre las compuertas del sentido común para volver sobre un
asunto del que venimos hablando reiteradamente en toda nuestra ya larga
prédica periodística y sobre el cual nuestro Papa Francisco fue
categórico. “Suscita horror sólo pensar en que haya niños que nunca verán
la luz, víctimas del aborto”, dijo ante representantes diplomáticos de 180
países que mantienen relaciones con la Santa Sede.
Aludió a lo
que califica como “cultura del descarte” de los seres humanos “como si
fueran cosas innecesarias”. Existen instituciones feministas que avalan
este irracional procedimiento argumentando que forma parte del derecho de
la mujer a decidir sobre su cuerpo, soslayando aviesamente que se trata de
otro cuerpo que Dios y la naturaleza decidieron acoger en su vientre para
consagrar el milagro de la procreación. ¿No piensan que su propia
existencia fue posible porque sus progenitoras se inclinaron por la opción
maravillosa de darles la vida y dejarles integrar la comunidad
universal?
En nuestro
país existen políticos que están trabajando para legalizar la muerte de
inocentes, el crimen más oprobioso en tanto se perpetra impunemente sin
decirles a las víctimas porqué, sin leerles sus derechos, sin designarles
un defensor de oficio. Los que los acusan por nada, los juzgan y ejecutan.
En tal caso, quienes los matan por simple pedido de sus madres –como lo
vienen demandando ciertas organizaciones abortistas–, terminan
convirtiéndose virtualmente en sicarios (“persona que mata a alguien por
encargo de otro, por lo que recibe un pago generalmente en dinero y otros
bienes, asesino asalariado”, según el diccionario).
Abrir un
registro para médicos dispuestos a realizar estas intervenciones y otro
para quienes hagan objeción de conciencia, es un verdadero despropósito
porque a los primeros les estaría garantizada la impunidad. ¿Podría darse
el caso de profesionales que en sus publicidades hagan constar “aborto
seguro y sin riesgos”? Y ello bajo el eufemismo de “interrupción
voluntaria del embarazo”. ¿No es posible que estén pensando, como Josie
Cunningham, en un futuro mejor también para ellos?
“¿Quién no
presta oídos a una campana cuando tañe por algo? (…) ningún hombre es una
isla, entero por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una
parte del todo (…). La muerte de cualquiera me disminuye, porque me
encuentro involucrado en la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién
doblan las campanas, están doblando por ti”. (De la
novela Por quien doblan las campanas, de Ernest Hemingway (1949),
procedente de Meditación XVII, escrita en 1624 por John Donne, poeta
metafísico inglés).
Jamás se
podrá ver que en un Gran Hermano aparezca una mujer embarazada. Pero ello
estará tremendamente lejos de opacar la extraordinaria belleza que ante
nuestra vista ofrece el vientre de una mujer orgullosamente ensanchado por
la virtud de engendrar una nueva vida. Y esto siempre será un
milagro.
Nota de Redacción: La publicación de
artículos en La Revista del Foro no implica que el Editor comparta
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