miércoles, abril 30, 2014

UN REALITY CON ABORTO INCLUÍDO


    LA REVISTA DEL FORO
                                           SUPLEMENTO ESPECIAL
LUIS MARÍA SERROELS
Especial para Foro de Cuyo



UN  REALITY CON ABORTO INCLUÍDO


No debería sorprender demasiado porque reality show está definido como un programa televisivo donde se exhiben los aspectos más morbosos o marginales de la realidad. El disparador en este caso es una noticia referida a un episodio protagonizado por una mujer con deseos irrefrenables de ingresar como participante al Gran Hermano de Inglaterra, versión británica del que ha desnudado en la TV argentina intimidades, miserias y bajos instintos de quienes no temen rifar su privacidad a cambio de una popularidad que termina siendo un arma de doble filo. Su costo suele resultar muy alto y casi imposible de solventar ante sectores de la opinión pública habitualmente ávidos de escandalotes (nuestra TV criolla tiene muchas propuestas basadas en la pérdida impúdica de la privacidad, moldeada en un lenguaje procaz y lanzada sin recelo ni decoro).

La noticia la generó Josie Cunningham, joven inglesa de 23 años, quien impedida de formar parte de este discutible espectáculo-verdad debido a su estado de gravidez que le agrega kilos a su figura y aduciendo que “la gente  no quiere ver a una mujer embarazada desnuda en televisión”, optó por una solución exprés: provocar el aborto de su bebé en el quinto mes de gestación (que desde la fecundación ya es persona dotada de todos los derechos que protegen la vida de los seres humanos), con la frialdad y naturalidad con que se pueda desprender de una verruga, esmerilar la naríz, alisar sus patas de gallo o incorporar a sus pechos determinadas porciones de silicona.

“Sé que mucha gente estará en desacuerdo conmigo, pero me da igual”,  señaló con gran desenfado. Pero fue más lejos cuando expresó que este paso a la fama “es lo que he querido siempre y no puedo renunciar a ello por cualquier cosa”. Su reducción a la categoría de cualquier cosa a que somete a su futuro hijo, agranda la monstruosidad de su conducta, teniendo en cuenta que ya nadie puede dudar que el aborto es un homicidio y además el peor, porque se consuma contra un inocente imposibilitado de defenderse. Dice que le da igual el desacuerdo “de mucha gente”, pero se atreve a enfrentar el desacuerdo de la Ley de Dios, de los juicios contundentes de la ciencia más rigurosa y de los códigos jurídicos.

La pobre criatura no está en condiciones de expresar reclamo alguno, pero su silencioso grito debe ser asumido y amplificado por quienes defendemos la vida, que ya existe desde el instante mismo de la concepción. Miss Jodie Cunningham procura justificar su atrocidad en que a esto lo hace por “un futuro mejor”. Y para ello no vacila en decretar la muerte de su vástago, que también ansía y merece su propio  “futuro mejor”. Si el devenir del tiempo la llevara a traer hijos al mundo, ¿se atreverá a contarles que parte de su bienestar material o fama es el resultado de haberse desprendido de “cualquier cosa” que ponía en riesgo su ingreso a un programa de televisión?

Todo lo expuesto nos abre las compuertas del sentido común para volver sobre un asunto del que venimos hablando reiteradamente en toda nuestra ya larga prédica periodística y sobre el cual nuestro Papa Francisco fue categórico. “Suscita horror sólo pensar en que haya niños que nunca verán la luz, víctimas del aborto”, dijo ante representantes diplomáticos de 180 países que mantienen relaciones con la Santa Sede.

Aludió a lo que califica como “cultura del descarte” de los seres humanos “como si fueran cosas innecesarias”. Existen instituciones feministas que avalan este irracional procedimiento argumentando que forma parte del derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, soslayando aviesamente que se trata de otro cuerpo que Dios y la naturaleza decidieron acoger en su vientre para consagrar el milagro de la procreación. ¿No piensan que su propia existencia fue posible porque sus progenitoras se inclinaron por la opción maravillosa de darles la vida y dejarles integrar la comunidad universal?

En nuestro país existen políticos que están trabajando para legalizar la muerte de inocentes, el crimen más oprobioso en tanto se perpetra impunemente sin decirles a las víctimas porqué, sin leerles sus derechos, sin designarles un defensor de oficio. Los que los acusan por nada, los juzgan y ejecutan. En tal caso, quienes los matan por simple pedido de sus madres –como lo vienen demandando ciertas organizaciones abortistas–, terminan convirtiéndose virtualmente en sicarios (“persona que mata a alguien por encargo de otro, por lo que recibe un pago generalmente en dinero y otros bienes, asesino asalariado”, según el diccionario).

Abrir un registro para médicos dispuestos a realizar estas intervenciones y otro para quienes hagan objeción de conciencia, es un verdadero despropósito porque a los primeros les estaría garantizada la impunidad. ¿Podría darse el caso de profesionales que en sus publicidades hagan constar “aborto seguro y sin riesgos”? Y ello bajo el eufemismo de “interrupción voluntaria del embarazo”. ¿No es posible que estén pensando, como Josie Cunningham, en un futuro mejor también para ellos?

“¿Quién no presta oídos a una campana cuando tañe por algo? (…) ningún hombre es una isla, entero por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo (…). La muerte de cualquiera me disminuye, porque me encuentro involucrado en la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas, están doblando por ti”. (De la novela Por quien doblan las campanas, de Ernest Hemingway (1949), procedente de Meditación XVII, escrita en 1624 por John Donne, poeta metafísico inglés).

Jamás se podrá ver que en un Gran Hermano aparezca una mujer embarazada. Pero ello estará tremendamente lejos de opacar la extraordinaria belleza que ante nuestra vista ofrece el vientre de una mujer orgullosamente ensanchado por la virtud de engendrar una  nueva vida. Y esto siempre será un milagro.

Nota de Redacción: La publicación de artículos en La Revista del Foro no implica que el Editor comparta total o parcialmente las opiniones de sus autores.