Maniqueo
Maniqueo, otra vez entre nosotros
Por Mariano Grondona
La palabra "tregua" proviene de la voz germánica triggwa, que significa "tratado". Pero en rigor la tregua no es un tratado sino algo previo: la suspensión de las hostilidades entre las partes por un plazo, para ver si en su transcurso consiguen elaborar un tratado. Si lo consiguen, a la tregua sigue la paz. Si no lo consiguen, después de la tregua vuelve la guerra.
Así definieron las belicosas tribus germánicas el significado original de la voz triggwa, concebida como una etapa intermedia entre la guerra y la paz. Como una etapa intermedia y además "incierta" porque nadie sabe, cuando ella comienza, en qué terminará. ¿En qué terminará entonces la tregua de treinta días que el campo le concedió al Gobierno el último miércoles en la asamblea federal de Gualeguaychú? En esta instancia inicial de la suspensión de las hostilidades entre ambos contendientes, pesa el pesimismo.
La primera razón de esta primacía inicial del pesimismo es de naturaleza política. Han quedado a la vista, en efecto, los dos objetivos políticos que busca el Gobierno en medio del conflicto. El primero de ellos es dividir al campo entre la parte más desvalida de los pequeños productores y los productores restantes, ya sean pequeños, medianos o grandes, porque a aquéllos, pero no al resto, se les prometen subsidios para compensarlos por el nivel confiscatorio de las nuevas retenciones que anunció el ministro Lousteau el 11 de marzo.
Por detrás de esta "concesión" asoma por otra parte la razón profunda de la iniciativa del Gobierno, que no es otra que incluir a algunos miles de pequeños productores rurales dentro de la red del clientelismo. Si los presuntos beneficiarios de esta medida aceptan recibir las compensaciones ofrecidas, ya no serán productores independientes, sino simples "clientes" de la caja del Gobierno, que de este modo ampliaría considerablemente su vasta red política de dominación, en la que ya figuran atrapados decenas de gobernadores, cientos de legisladores, miles de intendentes y millones de argentinos en estado de necesidad.
¿Aceptarán los productores más pequeños entre los pequeños esta sustitución del precio del mercado al que tienen derecho por la dádiva oficial? Es difícil afirmarlo porque ya los han frustrado varias veces con subsidios prometidos que no se entregaron, lo cual debilita la credibilidad del Gobierno, porque no quieren vivir del clientelismo en cuya dirección los aprietan las autoridades nacionales y también porque esperan, después de tres semanas de una impresionante movilización que cubrió el país desde La Pampa hasta el Chaco, que resulte verdad lo que ellos mismos proclamaron en las rutas: que, a condición de mantenerse unido, el campo "jamás será vencido".
Maniqueo
La segunda razón del pesimismo va más allá de la política para llegar a la ideología. Las ideologías, como se sabe, ya no operan en el nivel superficial del razonamiento estratégico de los actores, sino en el nivel más profundo de sus creencias. Ya le sería difícil al Gobierno abandonar la estrategia política de la que hablábamos, pero más difícil aún le será abandonar una visión ideológica de la realidad que podríamos llamar maniquea.
La principal dificultad de las religiones monoteístas ha sido, como se sabe, justificar a Dios, un Ser infinitamente sabio, bueno y poderoso, por el mal que abunda en este mundo que El ha creado. Ha habido diversas justificaciones de Dios a lo largo de la historia, pero aquí querríamos destacar sólo una de ellas, el maniqueísmo, elaborado por un autoproclamado profeta llamado Mani, Manes o Maniqueo, que vivió en el siglo III después de Cristo. Si bien fue educado en el cristianismo, Maniqueo era persa y, como tal, había sido influido por la religión dualista del mazdeísmo, que creyó encontrar la respuesta frente a la existencia del mal diciendo que éste existe porque no hay un solo Dios, sino dos de igual potencia, Ormuz y Ahrimán. De Ormuz, dios de la luz, provenía todo lo bueno. De Ahrimán, dios de las tinieblas, todo lo malo. De este modo, Maniqueo "salvaba" a Dios de toda responsabilidad por el mal en el mundo, pero al precio de negarle su omnipotencia.
De Maniqueo en adelante, sus incontables discípulos cristianos o no cristianos (otro persa reciente, Khomeini, fue uno de ellos) vieron la historia como un campo de batalla entre el Bien y el Mal, atribuyéndose a sí mismos la bandera del dios "bueno" y atribuyéndoles a sus enemigos la bandera del dios "malo", a quien a veces identificaban con Satanás.
La pregunta, aquí, se torna sustancial. La Presidenta comenzó a hablar públicamente cada día a partir de la crisis del campo. A lo largo de sus incesantes discursos, que contrastan fuertemente con el hermetismo de su marido, dejó traslucir una visión quizás inconscientemente maniquea.
Los dichos de Cristina
Dos pasajes que la Presidenta incluyó en sus discursos llaman la atención por su espíritu maniqueo. En la Plaza de Mayo, Cristina Kirchner repitió varias veces que, en sus doscientos años de historia, la Argentina ha tenido sólo un buen gobierno: el de su marido y el de ella. ¿No es demasiado? ¿Se puede omitir de un solo trazo a Saavedra y Moreno, a Sarmiento y Pellegrini, a Yrigoyen y hasta al propio Perón, sin asomarse al maniqueísmo? En otro pasaje, la Presidenta adhirió a dos valores que considera supremos: la Patria y el modelo. La Patria es de todos y no solamente de los Kirchner. El modelo, que por otra parte ha empezado a hacer agua, es sólo de los Kirchner. ¿Nos hallamos aquí sólo ante un exceso retórico o ante la auténtica creencia en el papel providencial de una pareja?
La tentación maniquea que asalta a la Presidenta se ratificó, por otra parte, cuando abrazó en la Plaza de Mayo sólo a Néstor, su marido, y a Hebe de Bonafini, el símbolo reconocido de la ideología montonera. ¿Quién absolvería a los Montoneros del espíritu maniqueo? ¿Quién podrá conciliar las huellas de sus acciones con el pluralismo democrático? Si no nos hallamos frente a un colosal ejercicio de simulación, ¿cómo despegar estos dichos, estos gestos, del legendario Maniqueo?
Pero hemos encabezado este artículo diciendo que Maniqueo "vuelve a estar entre nosotros" porque la atribución de todo el bien a nuestros amigos y de todo el mal a nuestros enemigos ha sido la marca más visible de los desencuentros argentinos. Unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, montoneros y militares, ¿no creyeron cada uno a su turno que habían venido a erradicar el Mal encarnado en sus enemigos? Si la Argentina no ha logrado aún el pleno desarrollo al que aspiró, si sigue perdiendo posiciones incluso en América latina ante países como Brasil, México y Chile, ¿hasta dónde esta frustración que todavía la atenaza no se ha debido a que fue incapaz de pensarse a sí misma como una unidad en la diversidad?
En la fábula de la carrera entre la liebre y la tortuga, en tanto ésta avanza pausadamente, aquélla arranca con una alocada carrera. Poco tiempo después, la liebre se cansa o se distrae y la tortuga la sobrepasa. En su edición del 22 de marzo, la revista The Economist compara a la Argentina de los Kirchner con la ansiosa liebre y al Brasil de los Cardoso y de los Lula con la paciente tortuga.