El error independentista de la nueva serie de templarios: la gran mentira del Reino de Cataluña
En
el primer episodio de «Knightfall», la hija del Rey de Francia afirma
que quiere casarse con Lluis, el joven heredero del Reino de Cataluña
Desde el primer capítulo la nueva serie de templarios de History Channel, «Knightfall»
(emitida en España por la HBO), ha mostrado que el rigor histórico le
es un asunto secundario. Entre numerosas imprecisiones históricas, el
primer capítulo de la ficción, que quiere emular el éxito de «Vikingos»,
ha brillado, sin luz, por la controvertida pretensión de uno de los
personajes de ser la futura «Reina de Cataluña».
En concreto, la serie radiografía la corte del Rey Felipe de Francia, donde se movían a sus anchas los caballeros templarios y donde hallaron su perdición. Empobrecida la Corona, el Monarca francés deposita en el primer capítulo sus esperanzas para recuperar influencia internacional en el matrimonio de su primogénita, Isabel, con algún gran príncipe europeo. No obstante, la joven afirma sin pudor que quiere casarse por amor y, a pesar de que una oferta de la Casa Real de Inglaterra está sobre la mesa, prefiere contraer matrimonio con un príncipe con el que lleva meses carteándose: el príncipe Lluís, el sucesor de ¡El Reino de Cataluña!
Una imprecisión histórica que provocó risas en la emisión del capítulo ante la prensa española y que se alimenta de la mitología creada por el nacionalismo catalán. Como explica Enric Ucelay-Da Cal, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona: «A pesar de la tendencia de los historiadores nacionalistas catalanes de retorcer la naturaleza "catalana-aragonesa" de la Corona de Aragón, nunca ha existido nada, en la historia medieval, y mucho menos en los tiempos modernos, que pudiera considerarse ni de lejos un embrión del Estado catalán, excepto en las imaginaciones más románticas y soñadoras». El Reino de Cataluña es una completa ficción, tanto como los cacareados Países Catalanes.
Frente a la incapacidad para encontrar un germen de nación catalana, la mitología romántica acuñó a finales del siglo XIX el término Países Catalanes (o Gran Cataluña). Pero lo que era originalmente una simple denominación de carácter lingüístico, se convirtió en boca de los nacionalistas en una especie de tierra prometida, cuya historia han intentado solapar sobre la de la Corona de Aragón.
Los grupos independentistas han retorcido y distorsionado con este fin la naturaleza «catalana-aragonesa» de la Corona de Aragón, el conjunto de reinos que estuvieron sometidos al Rey de Aragón, entre los siglos XII y XV, donde se encontraban no solo el territorios de lengua catalana, sino también otras reinos como por ejemplo la propia Aragón, Valencia parcialmente, Sicilia, Córcega, Cerdeña, Nápoles y los ducados de Atenas y Neopatria.
Conforme el poder central del Imperio se debilitaba en el siglo X, los condados catalanes, que estaban vertebrados por Barcelona, Gerona y Osona, fueron progresivamente desvinculándose de los francos. En el año 987, el conde Borrell II fue el primero en no prestar juramento al monarca de la dinastía de los Capetos, pero se sometió en vasallaje al poderoso Califato de Córdoba. En este punto, las leyendas nacionalistas sitúan erróneamente al noble Wifredo «el Velloso» –el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca– como el artífice, no ya de la independencia de los condados catalanes, sino del nacimiento de Cataluña y sus símbolos.
En el siglo XII, el conde Ramón Berenguer IV se casó con Petronila de Aragón conforme al derecho aragonés, es decir, en un tipo de matrimonio donde el marido se integraba a la casa principal como un miembro de pleno derecho. El acuerdo supuso la unión del condado de Barcelona y del Reino de Aragón en la forma de lo que luego fue conocido como Corona de Aragón. En un contexto de alianzas medievales, la asociación de ambos territorios no fue, pues, el fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado de una unión dinástica pactada entre la Casa de Aragón y la poseedora del Condado de Barcelona. De hecho, originalmente los territorios que formaron la Corona mantuvieron por separado sus leyes, costumbres e instituciones. A lo largo del segundo cuarto del siglo XIII, se incorporaron a esta Corona las Islas Baleares y Valencia. Este último territorio, el Reino de Valencia, pasó a convertirse en un reino con sus propias Cortes y fueros.
En concreto, la serie radiografía la corte del Rey Felipe de Francia, donde se movían a sus anchas los caballeros templarios y donde hallaron su perdición. Empobrecida la Corona, el Monarca francés deposita en el primer capítulo sus esperanzas para recuperar influencia internacional en el matrimonio de su primogénita, Isabel, con algún gran príncipe europeo. No obstante, la joven afirma sin pudor que quiere casarse por amor y, a pesar de que una oferta de la Casa Real de Inglaterra está sobre la mesa, prefiere contraer matrimonio con un príncipe con el que lleva meses carteándose: el príncipe Lluís, el sucesor de ¡El Reino de Cataluña!
Una imprecisión histórica que provocó risas en la emisión del capítulo ante la prensa española y que se alimenta de la mitología creada por el nacionalismo catalán. Como explica Enric Ucelay-Da Cal, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona: «A pesar de la tendencia de los historiadores nacionalistas catalanes de retorcer la naturaleza "catalana-aragonesa" de la Corona de Aragón, nunca ha existido nada, en la historia medieval, y mucho menos en los tiempos modernos, que pudiera considerarse ni de lejos un embrión del Estado catalán, excepto en las imaginaciones más románticas y soñadoras». El Reino de Cataluña es una completa ficción, tanto como los cacareados Países Catalanes.
Frente a la incapacidad para encontrar un germen de nación catalana, la mitología romántica acuñó a finales del siglo XIX el término Países Catalanes (o Gran Cataluña). Pero lo que era originalmente una simple denominación de carácter lingüístico, se convirtió en boca de los nacionalistas en una especie de tierra prometida, cuya historia han intentado solapar sobre la de la Corona de Aragón.
Los grupos independentistas han retorcido y distorsionado con este fin la naturaleza «catalana-aragonesa» de la Corona de Aragón, el conjunto de reinos que estuvieron sometidos al Rey de Aragón, entre los siglos XII y XV, donde se encontraban no solo el territorios de lengua catalana, sino también otras reinos como por ejemplo la propia Aragón, Valencia parcialmente, Sicilia, Córcega, Cerdeña, Nápoles y los ducados de Atenas y Neopatria.
La verdadera historia medieval de Cataluña
La zona que hoy corresponde a la comunidad autonómica de Cataluña estuvo desde el siglo XII unida al Reino de Aragón y solo durante un breve periodo fue un ente propio, incluso entonces dependiente de otros reinos. Así, tras el colapso de la Hispania Visigoda –que se extendía por prácticamente toda la Península Ibérica– y la invasión musulmana en el 718 d.C, el Imperio carolingio estableció una marca defensiva como frontera meridional con Al-Ándalus. Esto supuso la ocupación por los francos durante el último cuarto del siglo VIII de las actuales comarcas pirenaicas, de Gerona y, en el 801, de Barcelona. Este antiguo territorio visigodo se organizó políticamente en diferentes condados dependientes del rey franco.Conforme el poder central del Imperio se debilitaba en el siglo X, los condados catalanes, que estaban vertebrados por Barcelona, Gerona y Osona, fueron progresivamente desvinculándose de los francos. En el año 987, el conde Borrell II fue el primero en no prestar juramento al monarca de la dinastía de los Capetos, pero se sometió en vasallaje al poderoso Califato de Córdoba. En este punto, las leyendas nacionalistas sitúan erróneamente al noble Wifredo «el Velloso» –el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca– como el artífice, no ya de la independencia de los condados catalanes, sino del nacimiento de Cataluña y sus símbolos.
En el siglo XII, el conde Ramón Berenguer IV se casó con Petronila de Aragón conforme al derecho aragonés, es decir, en un tipo de matrimonio donde el marido se integraba a la casa principal como un miembro de pleno derecho. El acuerdo supuso la unión del condado de Barcelona y del Reino de Aragón en la forma de lo que luego fue conocido como Corona de Aragón. En un contexto de alianzas medievales, la asociación de ambos territorios no fue, pues, el fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado de una unión dinástica pactada entre la Casa de Aragón y la poseedora del Condado de Barcelona. De hecho, originalmente los territorios que formaron la Corona mantuvieron por separado sus leyes, costumbres e instituciones. A lo largo del segundo cuarto del siglo XIII, se incorporaron a esta Corona las Islas Baleares y Valencia. Este último territorio, el Reino de Valencia, pasó a convertirse en un reino con sus propias Cortes y fueros.