La misión imposible del guardacostas argentino que enfrentó olas de nueve metros y derribó un avión enemigo
Eran naves de río pero tenían que llegar a Malvinas con soldados y armas. Se lanzaron al océano, enfrentaron olas monstruosas y soportaron el ataque de los Sea Harrier. Se hundieron con honor. Fue la primera batalla aeronaval de la historia patria. Y el cabo Ibáñez, su gran héroe
Producción y entrevistas: Fernando Morales
Abril 2, año 1982: Guerra.
La Prefectura Naval Argentina recibe una orden: "Poner en marcha la Operación Cormorán". Parten hacia las lejanas hermanas los guardacostas Islas Malvinas y Río Iguazú, dos aviones Short Skyvan PA 50 y el helicóptero Puma PA 12.
Esa partida ya es una hazaña. Porque los guardacostas sólo son aptos para funciones de policía en las costas de los ríos.
Su tamaño es cinco o más veces menor que los guerreros del mar: acorazados, fragatas, cruceros…
Largo (eslora): 27 metros. Ancho (manga): un poco menos de 6 metros.
Peso: 79 toneladas. Dos motores. Combustible a full: 11 mil litros
(diesel). Arma: una ametralladora Browning calibre 12.7… de la Segunda
Guerra Mundial. Tripulantes: 15.
Pero
el 13 de abril, cinco minutos antes de las dos de la madrugada,
azotados por olas de hasta nueve metros, y evadiendo el bloqueo
británico… ¡entran en aguas de Malvinas!
Como dos pequeños peces entre ballenas y tiburones…
¿La misión? Llevar a tierra dos cañones de 105 milímetros.
Peso: entre 1.500 y 1.700 kilos cada uno. Sólo era posible llevarlos en partes, porque enteros hubieran hundido a los guardacostas.
Peso: entre 1.500 y 1.700 kilos cada uno. Sólo era posible llevarlos en partes, porque enteros hubieran hundido a los guardacostas.
Además del enemigo, las olas los amenazan con dos formas de naufragio: vuelta de campana o hundimiento de proa.
Muchos días después, ya caído Puerto Argentino y prisioneros algunos
tripulantes, los ingleses –históricamente, reyes de los mares– se
resisten. No creen. No comprenden que esas "cáscaras de nuez" –definición de un oficial inglés– hayan roto la barrera río–mar, y sin ningún apoyo, llegaran a esas islas golpeadas eternamente por el salvaje Atlántico Sur…
Interrogando a los prisioneros, desconfían.
"¿No tuvieron protección aérea?"
"¿No tuvieron una nave–madre que los guiara?".
Y la respuesta siempre es "¡no!"
"¿No tuvieron protección aérea?"
"¿No tuvieron una nave–madre que los guiara?".
Y la respuesta siempre es "¡no!"
Con un hito grabado en el bronce. Porque el 22 de mayo, mientras el Río
Iguazú navega por la bahía Button llevando tropas y material bélico,
además de partes de los cañones, lo atacan tres Sea Harriers.
¡Primer combate aeronaval de la historia patria!
El único artillero, cabo Julio Omar Benítez, cae muerto bajo la metralla enemiga. El guardacostas queda inerme.
Entonces es la hora de la desesperación, o del heroísmo.
El cabo José Raúl Ibáñez, a cargo de la sala de máquinas –ya averiada e inundada– empuña la ametralladora, derriba a uno de los Sea Harrier, y los otros dos se baten en retirada.
Hasta ese instante, el maquinista Ibáñez jamás había disparado una ametralladora. Correntino, de 24 años ese día, soltero, cuenta hoy…
"Es cierto, nunca disparé. Sólo la conocía de mirar a Benítez y a otros artilleros en distintos viajes, de puro curioso, mientras tomábamos mate… Pero después del primer ataque, que averió e inundó mi sala de máquinas, subí
a la cubierta, vi a Baccaro herido y arrastrándose, y a Benítez
moribundo, y ni siquiera lo pensé. Abrí fuego contra el avión inglés,
que largó una columna de humo, perdió altura, y cayó al mar".
"Después, nuestro guardacostas encalló. Caminamos más de mil metros con los heridos y el finado envuelto en una frazada, hasta que un avión argentino nos rescató".
"Hoy tengo mujer, dos hijos, y además de recibir algunas medallas de la
Prefectura, me han nombrado Hijo Dilecto de Corrientes".
Pero más allá de la hazaña de Ibáñez, la expedición de los guardacostas pagó otros diezmos…
Juan Baccaro, ayudante mayor, apenas pasadas las ocho de la mañana y alcanzado por la metralla, se desangraba. Su cuerpo estaba lacerado por 72 esquirlas, de las que le quedarían 61 para siempre…
Pedro Mele, que también llegó a prefecto, ese 22 de mayo tenía esposa, dos hijos, y apenas 22 años. Era copiloto de un helicóptero Puma.
En una entrevista recordó que "teníamos miedo, pero ese miedo sano que nos mantiene alerta.
Después de cumplir varias misiones –unas 25 salidas y 60 horas de
vuelo–, un bombardeo naval enemigo dañó nuestros sistemas de transmisión
e hidráulico, y allí terminó todo. Doble dolor, porque muy poco antes,
el 15 de marzo, había muerto mi primer hijo, y mi esposa, Elisa, y mi
madre, sufrieron mucho cuando partí" .
Osvaldo Aguirre,
que alcanzó el grado de prefecto mayor, tenía entonces 26 años y era
primer oficial del guardacostas Islas Malvinas. Averiada su nave y a
punto de hundirse luego de ese primer ataque, cayó prisionero. Durante 30 días fue el preso número 607. Volvió al continente el 14 de julio.
Este es su testimonio: "El rol de la Prefectura Naval Argentina en las
islas Malvinas fue cumplir con las funciones como autoridad marítima de
policía sobre navegación y seguridad de los puertos. Estuve a cargo del
guardacostas 82 Islas Malvinas. En la primera etapa conocí, patrullé, ¡y
nos encontramos con la guerra! Mi guardacostas entró en combate el 1° de mayo de 1982 con un helicóptero de exploración inglés Sea King, a las tres de la tarde. En la contienda cayó herido el cabo segundo Grigolatto, maquinista, con una herida en el abdomen, pero acertando seis impactos contra el helicóptero Sea King inglés. Terminada la guerra estuve prisionero de los ingleses durante treinta días. ¿Mi reflexión? El rol que cumplió la Prefectura logró que los ingleses nos respetaran. Eso me reconforta".
Aguirre contó, además, que los ingleses le pagaron las 8 libras de sueldo que en ese momento exigía la Convención de Ginebra. Que no sufrió violencia, pero sí vejación moral: sacarse la ropa, y después ser interrogado en medio de un campo, mientras un soldado lo apuntaba con su fusil.
Y en ese interrogatorio, otra vez el asombro. Porque lo que realmente querían saber… "era cómo habíamos podido cruzar el Atlántico… ¡con esos barquitos que sólo sirven para navegar por el río!".
El secreto: un combustible esencial, y por lo tanto, "invisible a los ojos" según el escritor y aviador Antoine de Saint Éxupery (1900-1944) en su libro "Le Petit Prince".
Sí. "El Principito". Un best seller eterno y para la eternidad.
¿El combustible?
El alma.
El alma.