NORBERTO
QUANTIN
Norberto Quantín nació en
Buenos Aires el 4 de diciembre de 1938. Hijo de una maestra y un pianista,
recibió de entrada una influencia espiritual distinta de lo común. Fue al
colegio primario en una escuela pública. Se recibió de bachiller en el Colegio
Nacional de Buenos Aires y de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Así y
todo, nunca fue liberal.
El mismo día de su
casamiento, bendecido por el padre Julio Meinvielle, viajó a Madrid con una beca
del Instituto de Cultura Hispánica para especializarse durante dos años en
materias de Seguridad. Vivió entonces intensamente la que llamaba España alegre
del Franquismo, libre de los complejos y las culpas debilitantes que la atacaron
después con la “cultura” liberal/marxista.
De regreso, entró a la
Justicia Penal donde fue cumpliendo una ascendente carrera hasta ser Fiscal de
la Cámara Penal. Carrera que no dudó en poner en riesgo cada vez que tuvo que
dar una mano a un camarada nacionalista en problemas políticos. Formó un grupo
de colaboradores de grandes fidelidad y capacitación, y encabezó los
procedimientos cada vez que tuvo que investigar a la habitual corrupción, bajo
el Gobierno que fuere. Apuró a las mafias –entre ellas la de los medicamentos
“truchos”-, apuró a los jueces malacostumbrados o de malas costumbres, pero fue
comprensivo –como buen porteño de ley que disfrutaba caminarse entera su ciudad
para mirarla con los mejores ojos- con el delincuente común, al que siempre vio
como prójimo.
A diferencia de tantos
funcionarios temerosos, nunca dejó de defender “a cielo abierto” sus ideas
católicas y nacionalistas. Vuelto de España ayudó a la fundación de Patria
Grande, refugio –entre otras- de la Guardia de San Miguel que orientaba Roque
Raúl Aragón. Allí coincidimos para fundar el Partido de la Independencia, de
feliz memoria y trunco destino, al cabo de la guerra de Malvinas y contra el
gobierno de la rendición que encabezaba Raúl Alfonsín. Entonces puso de
manifiesto que cuidaba más a la patria que a su carrera durante decenas de
episodios de los que hubiera escapado despavorido cualquiera de sus colegas del
Poder Judicial. Y allí demostró la calidad de su pluma redactando las crónicas
del periódico “Independencia” con gracia e ironía fuera de lo
común.
Paralelamente, colaboró en
todo sentido con la Fraternidad San Pío X, fundada tras los pasos de Monseñor
Marcel Lefebvre. Entre las cosas que con más agrado emprendió en sus últimos
años estuvieron los cursos de formación cultural de los que participaban no sólo
seminaristas, sino jóvenes en general, en La Reja. Sólo eso, si no hubiera
tantas otras razones, justificaría que hoy esté enterrado allí, junto a la
iglesia de la Congregación.
Su generosidad fue
proverbial hacia familiares, amigos e inclusive gente muy lejana, y diversas
nobles instituciones. Quien nunca supo de ella fue el padre Leonardo Castellani,
que no hubiera aceptado contribuciones directas de nadie y menos de un joven
empleado judicial. Porque Quantín y Margarita, su esposa, se ocuparon muy bien
de ocultar su ayuda económica, mientras acompañaban de muchas otras maneras al
genial sacerdote y “ermitaño urbano”. Entre tantas, colaborando con la reedición
de “Su majestad Dulcinea” y difundiendo permanentemente su
obra.
Culto, conocedor de la
técnica de su profesión, de vivacidad y rapidez intelectual sobresalientes,
Quantín pisó firme y con absoluta libertad en la Justicia, dejando atrás y
también castigando a malos jueces. Eso le valió tener discípulos fieles, y ganar
además la admiración de muchos desconocidos. Entre ellos, Gustavo Béliz, que le
pidió lo acompañara como Secretario de Seguridad cuando fue nombrado Ministro de
Justicia en los comienzos del gobierno de Néstor Kirchner. Norberto aceptó, a
pesar de la merma salarial que implicaba, seguramente tentado por todo lo que
hubiera podido hacer en un momento de creciente descalabro de la sociedad a
manos del delito.
Con un grupo de alta
capacidad de trabajo, enseguida se entendió con lo mejor de las fuerzas
policiales y de seguridad. Experto en su oficio penal, puso rápidamente en jaque
a muchos de los mecanismos delictivos. Entre ellos a los del robo de autos,
jaqueando con eficacia a los desarmaderos. La respuesta de los intereses
bloqueados no se hizo esperar y arreglaron con el presidente Kirchner, que se
volcó inmediatamente en contra de su honesto Secretario. El resto es bien
conocido: un hombre de la categoría de Quantín tuvo incluso que medirse con la
voluminosa mediocridad de un tipo turbio como Luis D’Elía, y hasta soportar un
juicio absurdo.
Ahí comenzó la enfermedad
final de Norberto, que no pudo soportar el traspié. Arrancó un progresivo
deterioro neurológico que lo fue privando de sus condiciones intelectuales más
brillantes. Pero aún así, en los últimos momentos lúcidos, era claro que su
lucha espiritual por lo mejor seguía en pie. Esa ha de ser la razón de su muerte
plácida.