lunes, noviembre 02, 2015

NORBERTO  QUANTIN                                  


Norberto Quantín nació en Buenos Aires el 4 de diciembre de 1938. Hijo de una maestra y un pianista, recibió de entrada una influencia espiritual distinta de lo común. Fue al colegio primario en una escuela pública. Se recibió de bachiller en el Colegio Nacional de Buenos Aires y de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Así y todo, nunca fue liberal.
El mismo día de su casamiento, bendecido por el padre Julio Meinvielle, viajó a Madrid con una beca del Instituto de Cultura Hispánica para especializarse durante dos años en materias de Seguridad. Vivió entonces intensamente la que llamaba España alegre del Franquismo, libre de los complejos y las culpas debilitantes que la atacaron después con la “cultura” liberal/marxista.
De regreso, entró a la Justicia Penal donde fue cumpliendo una ascendente carrera hasta ser Fiscal de la Cámara Penal. Carrera que no dudó en poner en riesgo cada vez que tuvo que dar una mano a un camarada nacionalista en problemas políticos. Formó un grupo de colaboradores de grandes fidelidad y capacitación, y encabezó los procedimientos cada vez que tuvo que investigar a la habitual corrupción, bajo el Gobierno que fuere. Apuró a las mafias –entre ellas la de los medicamentos “truchos”-, apuró a los jueces malacostumbrados o de malas costumbres, pero fue comprensivo –como buen porteño de ley que disfrutaba caminarse entera su ciudad para mirarla con los mejores ojos- con el delincuente común, al que siempre vio como prójimo.
A diferencia de tantos funcionarios temerosos, nunca dejó de defender “a cielo abierto” sus ideas católicas y nacionalistas. Vuelto de España ayudó a la fundación de Patria Grande, refugio –entre otras- de la Guardia de San Miguel que orientaba Roque Raúl Aragón. Allí coincidimos para fundar el Partido de la Independencia, de feliz memoria y trunco destino, al cabo de la guerra de Malvinas y contra el gobierno de la rendición que encabezaba Raúl Alfonsín. Entonces puso de manifiesto que cuidaba más a la patria que a su carrera durante decenas de episodios de los que hubiera escapado despavorido cualquiera de sus colegas del Poder Judicial. Y allí demostró la calidad de su pluma redactando las crónicas del periódico “Independencia” con gracia e ironía fuera de lo común.
Paralelamente, colaboró en todo sentido con la Fraternidad San Pío X, fundada tras los pasos de Monseñor Marcel Lefebvre. Entre las cosas que con más agrado emprendió en sus últimos años estuvieron los cursos de formación cultural de los que participaban no sólo seminaristas, sino jóvenes en general, en La Reja. Sólo eso, si no hubiera tantas otras razones, justificaría que hoy esté enterrado allí, junto a la iglesia de la Congregación.
Su generosidad fue proverbial hacia familiares, amigos e inclusive gente muy lejana, y diversas nobles instituciones. Quien nunca supo de ella fue el padre Leonardo Castellani, que no hubiera aceptado contribuciones directas de nadie y menos de un joven empleado judicial. Porque Quantín y Margarita, su esposa, se ocuparon muy bien de ocultar su ayuda económica, mientras acompañaban de muchas otras maneras al genial sacerdote y “ermitaño urbano”. Entre tantas, colaborando con la reedición de “Su majestad Dulcinea” y difundiendo permanentemente su obra.
Culto, conocedor de la técnica de su profesión, de vivacidad y rapidez intelectual sobresalientes, Quantín pisó firme y con absoluta libertad en la Justicia, dejando atrás y también castigando a malos jueces. Eso le valió tener discípulos fieles, y ganar además la admiración de muchos desconocidos. Entre ellos, Gustavo Béliz, que le pidió lo acompañara como Secretario de Seguridad cuando fue nombrado Ministro de Justicia en los comienzos del gobierno de Néstor Kirchner. Norberto aceptó, a pesar de la merma salarial que implicaba, seguramente tentado por todo lo que hubiera podido hacer en un momento de creciente descalabro de la sociedad a manos del delito.
Con un grupo de alta capacidad de trabajo, enseguida se entendió con lo mejor de las fuerzas policiales y de seguridad. Experto en su oficio penal, puso rápidamente en jaque a muchos de los mecanismos delictivos. Entre ellos a los del robo de autos, jaqueando con eficacia a los desarmaderos. La respuesta de los intereses bloqueados no se hizo esperar y arreglaron con el presidente Kirchner, que se volcó inmediatamente en contra de su honesto Secretario. El resto es bien conocido: un hombre de la categoría de Quantín tuvo incluso que medirse con la voluminosa mediocridad de un tipo turbio como Luis D’Elía, y hasta soportar un juicio absurdo.
Ahí comenzó la enfermedad final de Norberto, que no pudo soportar el traspié. Arrancó un progresivo deterioro neurológico que lo fue privando de sus condiciones intelectuales más brillantes. Pero aún así, en los últimos momentos lúcidos, era claro que su lucha espiritual por lo mejor seguía en pie. Esa ha de ser la razón de su muerte plácida.   

                                                                        Hugo Esteva