El 23 de junio de hace 450 años, los últimos defensores de la fortaleza maltesa fueron abatidos, poniendo fin a un mes de intensos bombardeos sobre una posición que los turcos habían estimado de forma equivocada como fácil de conquistar
Frente a las escasas fuerzas que pudieron reunir los cristianos para defenderse del ataque turco, las huestes otomanas congregaron a una de las mayores flotas de invasión de la historia moderna (131 galeras y medio centenar de barcos de menor calado) y cerca de 30.000 soldados para borrar del Mediterráneo a la Orden de Malta, que tenía su sede en este archipiélago cercano a Sicilia. El 18 de mayo de 1565, los turcos iniciaron la invasión del lugar. En la disputa por seleccionar el primer objetivo se impuso el criterio del almirante Pialí Bajá, que compartía el mando con el visir Mustafa Bajá y con el corsario Dragut: atacar la fortaleza de San Elmo antes de centrarse en la ciudad principal.
Construida en piedra maciza, San Elmo era una fortaleza situada frente a la capital y defendida por solo 100 caballeros y 500 soldados, la mayoría españoles e italianos, que iban a recibir el fuego de piezas de artillería de unas dimensiones nunca vistas hasta entonces. El anterior Gran Maestre de la Orden, Juan de Homedes, había ordenado su creación según la traza italiana –que reservaba a la artillería un lugar predilecto y que también estaba preparada para defenderse de sus efectos– cuando precisamente la amenaza turca pareció inminente unos años atrás. No obstante, como explica el historiador Rubén Sáez Abad, autor de «El Gran Asedio Malta, 1565» (HRM ediciones, 2015), su conquista «no era estrictamente necesaria pues solo era una fortaleza peligrosa porque funcionaba como punto artillero. De alejarse de su zona de disparo habría quedado como un simple espectador en la contienda». Los turcos cayeron en la trampa, y lo hicieron con estrépito.
Las tropas turcas pudieron haber atacar directamente, como propuso Mustafá, la Capital Vieja Mdina, en el centro de la isla, y desde allí dirigirse a los fuertes de San Ángel y de San Miguel, pero Pialí Bajá quería dar un golpe de autorizar que sirviera para quebrar el ánimo cristiano desde el principio. Y ciertamente, nadie podía imaginar que la resistencia fuera a ser tan encarnada. La guarnición cristiana, conformada por 600 soldados (solo 64 de ellos con la categoría de caballero), tuvo que hacer frente a un ataque masivo de miles de turcos. Para ello, el Gran Maestre de la Orden reclamó aprovisionar fuertemente la posición y sustituir a los soldados muertos cada noche, dando la impresión de que se trataba de una fuente ilimitada de hombres armados.
Los disparos de la artillería turca fueron devorando cada centímetro de los muros de San Elmo, hasta el punto de que resultó imposible asomar la cabeza en algunos tramos del muro. Cuando fue evidente que solo en un asalto directo se podría terminar con la pesadilla –en lo que ya era más un amasijo de ruinas que una estructura fortificada–, los turcos decidieron iniciar la lucha cuerpo a cuerpo. El mejor equipamiento de los cristianos y su férrea disciplina propiciaron que los malteses pudieran soportar una lucha que, por momentos, alcanzó la proporción de cien a uno. Con el paso de los días, la desesperación empezó a cundir entre las filas turcas como había previsto Jean Parisot de la Valette, sabedor de que cada día que pasaba estaba más cerca el rescate que Felipe II planeaba desde Sicilia.
La guarnición pudo mantener la fortaleza, a pesar del lastimoso estado de los defensores, gracias al relevo brindado en el amparo de la noche por soldados que llegaban a nado cargados de suministros y dispuestos a resistir hasta el final. Sin embargo, los turcos consiguieron cerrar completamente el cerco a mediados de junio haciendo que cada baja cristiana fuera insustituible. Los defensores fueron cayendo uno a uno hasta que los últimos huyeron a nado cuando los turcos ya estaban sobre la fortaleza. Tras un mes de asedio, se hicieron con su anhelado objetivo: ¡Un amasijo de ruinas! Por el camino, además de conseguir un botín muy pobre y perder a miles de hombres, el bando turco extravió al legendario Dragut, que, empeñado en impedir la llegada de refuerzos, fue alcanzado en su galera por un proyectil desde San Ángel.
El rescate preparado por los españoles no llegó hasta el día 8 de septiembre cuando una fuerza de 8.000 cristianos desembarcó en la bahía de San Pablo, pero desde la sangría sufrida en San Elmo todo fue cuesta arriba para los intereses turcos. A falta de efectivos, la Valette había llevado con éxito el combate a su terreno: el de las hazañas.