Penitencia, deber de estado
¡Haz tu deber y todo saldrá bien!
(Paps S. Pío X)
(Paps S. Pío X)
Visión de Fátima
Thomas McGlynn, O.P.
Nuestra Señora del Rosario en Fátima:
Orad! Orad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al Infierno por no tener alguien que rece y haga sacrificios por ellas.
Deben enmendar sus vidas, pedir perdón por sus pecados. No ofendáis más a Nuestro Señor, porque Él ya ha sido muy ofendido.
Nuestra Señora de LaSalette apareció llorando.
Esta es la misma voz, triste pero dulcemente persistente oída en Lourdes muchos años antes—”Penitencia! Penitencia! Penitencia!” Esta es la misma Madre que lloró en la montaña de La Salette en 1846: “Si mi pueblo no se somete a la Ley de Dios estaré forzada a dejar ir el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte, tan pesado, que no puedo sujetarlo por más tiempo.” Seguramente la Madre de Dios se quejaría de una cosa, y esta es el pecado.
¿Cuáles eran los pecados que la hicieron llorar? Trabajar los domingos, tomar el Nombre de Dios en vano, no observar las leyes de ayuno y abstinencia de la Iglesia. “Mi pueblo,” dijo ella—no los Masones, herejes, o ateos—”Mi pueblo”, los paisanos de la Francia católica. ¿Cuáles eran esos pecados? Violaciones de los Mandamientos de Dios y Su Iglesia que se habían vuelto una forma de vida para esa gente. “Los que conducen los carros no pueden maldecir sin introducir el Nombre de mi Hijo”. ¿Qué es más habitual que tomar el nombre de Dios en vano? ¿Trabajar los domingos? ¿Violar la abstinencia de la Iglesia? ¡Seguramente estos pecados no “hieren” a nadie! No, a nadie…nadie más que a Dios y a Su Madre.
Oigamos las palabras dirigidas al obispo de Leiría por Sor Lucía en 1943. La queja es aún la misma, y nada podría ser más claro:
El Buen Dios se queja amargamente y se lamenta del menor número de almas en Su gracia que están dispuestas a renunciar a lo que sea que la observancia de Su Ley les pida. Esto es la penitencia, que el Señor pide ahora: el sacrificio que toda persona debe imponerse a sí misma para llevar adelante una vida de justicia en observancia de Su Ley. Para muchos, pensando que la palabra penitencia significa grandes privaciones y no sintiendo en sí mismas la fortaleza o la generosidad para ellas, se descorazonan y permanecen en una vida de tibieza y pecado. El Señor me dijo: “El sacrificio requerido a cada persona es el cumplimiento de sus deberes en la vida y la observancia de Mi Ley. Esta es la penitencia que ahora busco y pido”.
Estas palabras son el significado de Fátima. Todo lo demás—el Rosario, la consagración, la devoción al Inmaculado Corazón, los Primeros Sábados—no son sino medios para un fin. El Rosario no es un pasaje automático a la eterna salvación. Si continuamos voluntariamente viviendo vidas mundanas y pecaminosas, si los misterios del Rosario no significan nada en nuestras vidas, ¿qué bien nos están haciendo a nosotros o a los demás? ¿No estaremos entre el número de esos falsos devotos de los que habla San Luis María de Montfort, “Dirán cantidades de Rosarios con la mayor precipitación…sin enmendar sus vidas, sin hacer ninguna violencia s sus pasiones.” No, la enmienda de la vida es la esencia y la importancia de Fátima, la “penitencia” que significa guardar los Mandamientos de Dios y cumplir nuestros deberes de estado en la vida. Todo muy poco glamoroso y excitante, ¿no es así? Y tal vez es por eso que perdemos el barco de la salvación.
Pausa en el trabajo para rezar el Angelus. Et Verbum Caro Factum Est.
Los sacrificios que conlleva criar una familia, cumplir un día de trabajo honesto, mantener inviolados los votos matrimoniales y practicar la castidad de acuerdo al estado de cada uno; vencer el respeto humano cuando significa vivir nuestra Fe en una sociedad pagana, adherir incondicionalmente a los estándares de la Iglesia respecto al pudor pareciéndose a María, evitar a las personas, los lugares y las cosas que son ocasión de pecado para nosotros, incluyendo lo que hoy en día se llama “recreación” —mil y un “sacrificios” que Dios nos pide en el simple día a día de vivir nuestra Fe Católica. Estas son las “pequeñas cosas” que actualmente son hechos heroicos, cosas que nos santifican y purifican mucho mejor que el silicio y la flagelación. Este es el “material” de que están hechos los mártires.
Debido a la simplicidad del mensaje de Fátima, es de temer que muchos no lo entiendan o no lo quieran entender. Rusia no se ha convertido, y estamos lejos, muy lejos de la paz mundial. Los pedidos de Nuestra Señora no han sido cumplidos, a pesar de los millones que han prometido rezar el Rosario y usar el Escapulario. Si esos millones enmendaran sus vidas, tal vez podríamos ser más optimistas. “¿Desean ofrecerse a sí mismos a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él se digne enviarles, como un acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y pedir por la conversión de los pobres pecadores?” Si tu respuesta es SÍ, recuerda lo que Nuestra Señora requiere de todos sus hijos…penitencia.
Nuestra Señora del Rosario en Fátima:
Jesús quiere utilizaros para que me conozcáis y me améis. Quiere establecer en el mundo la Devoción a mi Inmaculado Corazón. Prometo la salvación a quienes la practiquen y que sus almas serán amadas por Dios como flores colocadas por mí para adornar Su trono.
Debemos mirar a Fátima con honestidad. No es lo que queremos que sea sino lo que Dios planeó que fuera. “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos; ni vuestros modos mis modos, dice el Señor” (Isaías l v. 8).
Dios ha probado la verdad de Fátima con grandes milagros. Debemos aceptar esa verdad o correr el riesgo de desperdiciar la gracia. Si nuestro modo de pensar está reñido con lo que Dios nos ha hecho saber en Fátima, es mejor que revisemos rápidamente nuestro modo de pensar. A nadie le gusta pensar en el infierno; la justicia divina es un atributo que causa miedo y que fácilmente ignoramos; la penitencia es molesta; la devoción al Inmaculado Corazón puede parecer una novedad innecesaria; la discusión sobre Rusia puede parecer imprudente; a algunos el Rosario les resulta monótono; y los Cinco Primeros Sábados algo excesivamente matemático. Pero todo esto está en el mensaje de Fátima, y debemos tenerlo en cuenta y entenderlo si queremos aceptar lo que Dios nos ha dicho a través de Fátima con las voces resonantes de milagros y profecías.
Fátima es, primero que todo, una tremenda advertencia al mundo para que deje de pecar. La enormidad de la rebelión del género humano contra Dios y Su infinita aversión al pecado es el fundamento del mensaje de Fátima. Luego, Él da al pecador esperanza en la revelación de que Él aceptará el arrepentimiento hecho a través del Inmaculado Corazón de María. Fátima manifiesta el más incomprendido de los divinos atributos—justicia y misericordia.
Ella vino para alejarnos del infierno.
Los tres niños de Fátima vieron el infierno. La visión no fue para instruirlos o advertirlos a ellos, sino a nosotros; la Santísima Virgen les había asegurado que iban a salvarse. El acento puesto en el infierno es tremendo. Es la primera parte del secreto de Fátima; es la razón para todo el resto de las revelaciones. Nuestra Señora continuó contando los castigos temporales que ocurrirían en el mundo si los hombres no enmendaban sus vidas. Los hemos visto venir—guerra, hambre, persecución a la Iglesia, destrucción de muchas naciones. De las palabras de Nuestra Señora debemos temer todavía mayores sufrimientos a menos que haya un cambio en la conducta humana. Pero perdemos definitivamente “el sentido espiritual de las cosas” si pensamos que Nuestra Señora vino a Fátima a decirnos cómo evitar una tercera guerra mundial, o cómo convertir a Rusia, o cómo alcanzar la tranquilidad en nuestra vida terrena. ¡Vino a decirnos cómo evitar en infierno!
Los castigos temporales son secundarios; hay castigos que extrañamente nos impresionan más que el infierno. Sin embargo toda la sangre, muertes y desesperación de mil guerras no pueden igualar el desastre de una sola alma condenada. Y la condenación no es meramente un posible mal que puede llegar si no hacemos lo que dijo Nuestra Señora de Fátima; es una realidad actual que innumerables almas no pudieron ni podrán nunca cumplir con el propósito para el que fueron creadas. Fátima está concebida para detener esa devastación. La guerra podrá venir o no; es mala, en un análisis final, solamente en la medida en que traiga el mal final, la pérdida de almas.
“Has visto el infierno donde van las almas de los pecadores,” dijo la Santísima Virgen a Lucía. Este es el primer punto del mensaje de Fátima. Somos libres, hemos abusado de nuestra libertad, estamos en peligro de caer eternamente, debemos arrepentirnos. “No ofendáis más a Nuestro Señor; ya ha sido muy ofendido,” Nuestra Señora dijo a Lucía mientras 70,000 personas miraban al sol girar y caer.
En la aparición de agosto Nuestra Señora dijo: “Orad, orad mucho; y haced sacrificios por los pecadores. Muchas almas se pierden porque no hay quien haga sacrificios por ellas.” En cada aparición instó a los niños a hacer sacrificios; y para esos sacrificios les presentó dos motivos: la reparación de ofensas contra la Majestad Divina y la conversión de los pecadores. En la aparición de julio les enseñó una oración que pidió que fuera dicha cada vez que se ofrecieran sacrificios: “Oh Jesús, es por amor a Ti, para la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra en Inmaculado Corazón de María.” Los niños respondieron con un excepcional trabajo de penitencias. Nosotros también estamos urgidos a hacer penitencia, a hacer por lo menos el sacrificio necesario para cumplir nuestros deberes.
Si el énfasis del mensaje de Fátima sobre el peligro del infierno y la necesidad de penitencia resulta incómodo, hay pocas consideraciones que puedan rectificar nuestra opinión. Nadie entiende enteramente la gravedad del pecado porque debe ser medida con la santidad de Dios, a quien el pecado ofende. El ruego de Nuestra Señora en la montaña de Fátima no es diferente del dictado de Nuestro Señor en otro monte:
Entrad vosotros por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y ancho es el camino que lleva a la destrucción, y hay muchos que van por allí (Mat. vii, 13).
El fuego del infierno no puede ser extinguido por nuestra indiferencia a él; ni la divina justicia será alterada por nuestra incapacidad de comprenderla. “Oíd vosotros, entonces, Oh Casa de Israel: ¿es Mi camino el equivocado, o son más bien vuestros modos que son perversos?” (Ezequiel xviii, 25) Debemos admirar el misterio y aceptar los hechos de la divina justicia y el castigo eterno. El crimen de no buscar el Cielo es muy grande. Es mucho mejor estar aterrorizados con el infierno ahora y evitarlo que ignorarlo y descubrirlo después de la muerte. “Porqué morirás, oh Casa de Israel?” (Ezequiel xviii, 31)
“Para salvarlos, el Señor desea establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.” Esto resume la segunda parte del Secreto de Fátima. La advertencia del infierno y de los castigos terrenales manifiesta la divina justicia, pero es también una expresión de la misericordia de Dios. La misericordia divina es una manifestación más de la revelación del Inmaculado Corazón. La devoción al Inmaculado Corazón de María no es nueva. Fue practicada por Jesús Nuestro Señor. El Corazón de María fue honrado con Su primer milagro. Fue la cariñosa consideración del Corazón de Nuestra Señora hacia los novios de Caná lo que le inspiró a ella para hacer que Nuestro Señor cambiara el agua en vino. El corazón de María es el símbolo de su amor. Su amor no tiene mancha de ninguna naturaleza, ni una sola imperfección de egoísmo—Inmaculado.
El ángel Gabriel honró al Inmaculate Corazón de María la saludó como “Llena de Gracia,” ya que la gracia es la participación en la vida de Dios y la vida divina actúa en el alma cristiana a través de la caridad, que es amor. El Inmaculado Corazón es el pleno florecimiento de la gracia que Dios otorgó a Su Madre en el momento de su Inmaculada Concepción.
Siempre hemos sabido que la Santísima Virgen compartía íntimamente el trabajo de la redención y que Dios quiere que los frutos de la redención sean distribuidos a través de Ella a las almas de los hombres. Ahora sabemos por Fátima que Dios desea que nosotros honremos el Corazón de Su Madre, o, digámoslo así, honremos a Su Madre o Co-Redentora, a través del título de su amor—su Inmaculado Corazón.
El Inmaculado Corazón de María sufrió a causa del pecado. En Fátima, Ella mostró a Lucía su corazón traspasado por espinas. Dios nos ha manifestado ahora, a través de Fátima, que podemos ofrecerle a Él una reparación si reparamos los dolores que le hemos causado a Ella. El Corazón que recibió la totalidad de la participación en la vida divina, que conoció el cariño de una madre por Jesucristo durante los años de Nazareth, que pasó por la agonía de verlo morir, que lo honra en el cielo más que todo el resto de la creación, es ahora gloriosamente proclamado por Él a través de Fátima. El Señor desea establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. No debemos discutir la cronología o la conveniencia de la devoción al Inmaculado Corazón; debemos esforzarnos en humilde oración por alcanzarla.
Este es el significado sustancial de Fátima. Hay otros detalles, por supuesto, pero los detalles no deben obscurecer la esencia del mensaje de Fátima, o sea, que para nuestra salvación, para la expiación de nuestros pecados, Dios quiere que honremos el Corazón de Su Madre.
Los otros detalles tienen que ver con los medios para honrar al Inmaculado Corazón y con las sanciones divinas si esta devoción—los castigos que vendrán si el misericordioso regalo de Dios no es tenido en cuenta y la devoción al Inmaculado Corazón es abandonada. El primer medio para esto proclamado en Fátima para rendir homenaje al Inmaculado Corazón es el Rosario. Es ciertamente la oración favorita de Nuestra Señora. La razón no es difícil de entender: el alma del Rosario es la meditación de los misterios de la Encarnación de Nuestro Señor, Su sufrimiento redentor, y Su glorioso triunfo. Es su oración preferida porque nos acerca a Nuestro Señor.
La devoción de las Comuniones en Reparación de los Cinco Primeros Sábados fue dada a conocer y se insistió en ella, en tres distintas apariciones a Lucía. Ha simplificado la manera por la cual podemos cumplir las demandas de Fátima. Una gran promesa ha sido hecha. Se nos asegura la ayuda necesaria para la salvación si cumplimos una serie de actos de devoción con la intención de reparar a Dios por nuestros pecados a través del Inmaculado Corazón de María. El pedido no es vago; es definido. De esta definición se puede alcanzar el consuelo de la seguridad de hacer cumplido con el llamado de Fátima. Se nos pide que recibamos los sacramentos de la Penitencia y la Santa Comunión (la Penitencia dentro de una semana, antes o después) los primeros sábados de cada mes durante cinco meses consecutivos; y, los primeros sábados, rezar el Rosario (cinco decenas) y, aparte del Rosario, hacer quince minutos de meditación sobre uno o más de los misterios del Rosario.
Nuestra Señora dijo en Fátima que Rusia iba a desparramar sus errores por todo el mundo y que los resultados iban a ser guerras y persecución a la Iglesia. Esto no significa que Rusia sea enemiga de la paz; significa más bien que Rusia—sin quererlo, ciertamente—es instrumento de la justicia divina. El enemigo de la paz no es Rusia, sino el pecado, que abunda dentro de todas las fronteras.
Nuestra Señora de Fátima ha profetizado absolutamente que Rusia se convertirá un día y que luego vendrá un período de paz. No hay ninguna indicación en su mensaje de que esto sea alcanzado antes de otra guerra. Fátima no debe ser confundido con una mera afirmación de una paz futura. La Paz vendrá algún día; su llegada será anticipada si los hombres se arrepienten y honran el Corazón de María. Si no lo hacen, el mundo seguirá sufriendo los castigos de la justicia divina.
Pero el triunfo del Inmaculado Corazón en vuestras almas y en la mía, y en el alma del hombre que atiende la panadería, o la de la mujer que pasa por el otro lado de la calle en ómnibus, o la del niño en el colegio, o la del ejecutivo en su escritorio, no tiene que esperar la consagración de Rusia; espera la consagración del individuo a Dios en la penitencia y la reparación a través del Corazón de María.
Vision of Fátima, Thomas McGlynn, O.P., 1949.