El Día del Terrorista en el país de los Derechos Humanos
Por Agustín Laje (*)
Como una manera de examinar la realidad y extraer de ella conclusiones válidas, Aristóteles enunció una serie de reglas lógicas entre las que se encontraba la “ley de no contradicción”, que afirma que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo contexto.
Va de suyo, empero, que al ser humano le es cotidiana la contradicción. De no ser así, la misma noción de lógica no tendría sentido, pues todo sería indefectiblemente lógico. No obstante ello, también es cierto que no todas las contradicciones son igualmente graves. Algunas son inocentes y otras deliberadas; algunas son inofensivas y otras peligrosas… y hace algunos días hemos conocido una que es insultante.
En efecto, el pasado viernes 7 de septiembre se celebró el llamado “Día del Montonero”, al cumplirse 42 años de la muerte de los jefes terroristas Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus que, en 1970, cayeron en un tiroteo con la policía en William Morris, partido de Hurlingham.
La espeluznante conmemoración fue organizada por grupos ultrakirchnersitas como Kolina (de Alicia Kirchner), el Movimiento Evita, Negros de Mierda, y Tupac Amaru, entre otros. Entre los concurrentes, como no podía ser de otra manera, se divisaron entusiastas militantes de La Cámpora, organización que pretende erigirse en la continuidad ideológica de la facinerosa banda homenajeada.
Dado que la llamada política de “memoria, verdad y justicia” impulsada por el kirchnerismo se ha caracterizado por reconstruir (o mejor dicho, destruir) la trágica historia de los `70 bajo la más absoluta parcialidad, vale la pena responder, lo más resumidamente posible, al interrogante siguiente: ¿Quiénes fueron y qué hicieron los Montoneros?
Montoneros nace públicamente como organización armada en 1970 con el secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu. Casi inmediatamente se ganaron, a raíz de este hecho, la confianza del peronismo y del propio Perón, que desde su exilio alentaba el accionar de esta banda con el objeto de desgastar la “Revolución Argentina” que lo mantenía proscripto.
Si bien los Montoneros en sus tres primeros años de vida dijeron adscribir al peronismo, la verdad era un poco más compleja. Años antes del inaugural asesinato de Aramburu, la mayoría de los perpetradores del hecho de marras (Arrostito, Abal Medina, Ramus, Maza y Capuano Martínez) ya habían pasado por Cuba para ponerse bajo el paraguas del marxismo-leninismo, como lo afirmarán en La Biblia en 1973. Ya habían pasado por La Tricontinental y la OLAS, conocidas reuniones convocadas por el castrismo para delinear la estrategia revolucionaria regional.
Todo esto se vio con mayor claridad al retornar la democracia al país y levantarse la proscripción al peronismo. En efecto, en estas nuevas circunstancias, los Montoneros continuaban poniendo de manifiesto que se encontraban en guerra, aunque ahora contra gobiernos constitucionales y peronistas: “Nuestra estrategia sigue siendo la guerra integral” (Revista Militancia, 1973). Mario Firmenich lo dijo con claridad meridiana en septiembre de 1973 cuando, ante la pregunta de un periodista de si Montoneros abandonaría la lucha armada, respondió: “De ninguna manera. El poder político brota de la boca del fusil”.
El desarrollo de esta “guerra integral” incluía una variedad innumerable de acciones terroristas de toda naturaleza: tiroteos tanto con víctimas discriminadas como indiscriminadas en la vía pública (como el asesinato de Rucci en 1973); ataques frontales contra guarniciones militares (como el intento de copamiento del Regimiento de Infantería de Monte en Formosa en 1975); colocación de bombas en edificios públicos (como la que voló la Superintendencia en 1978); colocación de bombas bajo aeropuertos (como la que explotó bajo la pista de aterrizaje del aeropuerto tucumano en 1975); uso de coches-bomba (como el que acabó con la vida de 11 personas en 1976 en Rosario); atentados bajo el agua con buzos tácticos (como la voladura del yate en el que viajaba Alberto Villar en 1974); atentados con bazookas (como las RPG-7 utilizadas en 1978 contra la Casa Rosada); secuestros de empresarios nacionales (como el del Ingeniero Mascardi en 1974) y extranjeros (como el del Ejecutivo del frigorífico SWIFT A.Valochia también en 1974); ocupaciones de aeropuertos (como el de Formosa en 1975); tomas de ciudades enteras (como La Calera en 1970), entre otras muchas formas de terrorismo preferentemente urbano.
Bajo las balas y bombas montoneras murieron cientos de personas de todas las edades, profesiones y clases sociales. Fueron asesinados ancianos como Margarita Obarrio de Vila (82 años), y jóvenes como Paula Lambruschini (15 años), ambos víctimas de una bomba que voló un edificio porteño en agosto de 1978. Fueron asesinados humildes soldados como los conscriptos que defendieron el cuartel de Formosa en 1975, y políticos que eran considerados enemigos, como el radical Arturo Mor Roig en 1974. Fueron asesinados sindicalistas como José Ignacio Rucci en 1973, y empresarios como José María Paz en 1974.
La regla del terrorismo es, como se desprende de lo analizado, clara y precisa: sistematizar y generalizar la muerte en todos los sectores y niveles sociales, pues es la forma más efectiva de infundir y diseminar el terror. Lograr que toda la gente, por igual, sin distinciones de ningún tipo, tenga la sensación de que su vida está en constante peligro es la meta por excelencia del terrorista. Montoneros tenía esto bien en claro; lo aprendieron tanto en los cursos recibidos en Cuba, como en sus manuales para la “guerra revolucionaria” (“el terrorismo es un arma a la que jamás el guerrillero debe renunciar” enseñaba el manual de Carlos Maringhella), como en la experiencia que recibieron de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que los entrenó en 1977 en El Líbano y Beirut.
El pasado 7 de septiembre el kirchnerismo convocó a homenajear a la organización terrorista que estamos analizando. Consideran que su accionar es digno de reconocimiento. No debiera sorprendernos: es parte del “relato” transformar a los terroristas en “jóvenes idealistas”, borrando de la memoria a sus cientos de víctimas. O, si se quiere, haciéndolas desaparecer de la historia.
Así es como en la Argentina de los supuestos “Derechos Humanos” (tal la bandera monopolizada por el kichnerismo) con júbilo se festeja el Día del Montonero; es decir, el Día del Terrorista.
Algo no cierra. Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo. O somos el país de los derechos humanos como insiste el gobierno de Cristina Kirchner, o somos el país que venera terroristas que violaron derechos humanos sistemáticamente.
El evento organizado por el kirchnerismo en William Morris el pasado 7 de septiembre responde con claridad esta disyuntiva.
(*) Es autor del libro “Los mitos setentistas”.
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