Como en una incontenible cascada de
fango, varios hechos se precipitan últimamente contra el gobierno,
mostrando su naturaleza inmoral y desnudando la esencial degeneración de
sus protagonistas.
El desmadre —y valga el juego de
palabras— cobró fuerza inusitada cuando ya nadie pudo ocultar que la
entente Bonafini-Schoklender no era sino una de las tantas asociaciones
oficiosas dedicadas a la estafa y al latrocinio. Quedará para el
resarcimiento espiritual de los argentinos de bien, la imagen de los
obreros congregados en Plaza de Mayo para repudiar airadamente a las
Madres, espetándoles, en la misma cosa que usa por cara, a Hebe, el
ilevantable insulto de ladrona. La mitología setentista de estas rondas
maternales, sobre la cual el kirchnerismo construyó parte sustantiva de
su poder tiránico, ya no resiste la realidad. Trabajadores explotados
rodearon e insultaron a las portadoras de pañuelos blancos, mientras
“policías represores” evitaban que el proletariado llegara a las manos.
El Manifiesto Comunista, avergonzado, se escondía en los anaqueles de la
Biblioteca Nacional.
Casi paralelamente, grupos
perfectamente coordinados de piqueteros —a todos los cuales prohijó y
alentó el oficialismo durante años, tras la divisa garantista de no
criminalizar las protestas sociales— tomaban por asalto territorios
jujeños, salteños y tucumanos, provocando heridos de gravedad y algún
muerto, ante la incompetencia homicida de los distintos gobernadores
kirchneristas que, asediados por el incómodo mundo real, ignoran qué
hacer con sus esquemas ideológicos. A palos y latigazos, las presuntas
fuerzas de seguridad locales intentaron vanamente contener a las nada
inofensivas huestes de okupas, mientras los spots publicitarios de la
Casa Rosada nos aseguraban que la inclusión social ya es todo un logro.
El episodio, tan frankensteiniano como el que comentamos en el párrafo
precedente, vuelve a mostrar la monstruosidad de este modelo, cuya
impudicia pugna con su hipocresía, y su tiña compite con su indecencia.
Al fin, y para no prolongar una lista
llamada a ser infinita, el nervudo Zaffaroni —juez predilecto de los K,
si los hay— exhibía una faceta sorpresiva de su impenetrable
curriculum, consistente la misma (amén de la capacidad almacenadora de
algún penique en bancas suizas) en el mágico don de concertar
casualidades múltiples. Así fue que, casualmente, de la mañana a la
noche, una media docena de sus propiedades se llenó de busconas y de
proxenetas, sin que el togado tuviera noticia de ello. Ni la ninfa
Perséfone, por cierto, puede empalidecer tanto candor.
Pero para ser rigurosos en nuestro
análisis, no son estas evidencias de vicios horribles y de corrupciones
sin cuento lo que más nos indigna, sino las tretas inverosímiles del
oficialismo para preservar de responsabilidades a Cristina Fernández de
Kirchner. Suceden las peores cosas a causa de ella, pero siempre hay un
“filósofo” de guardia en su tocador, o un salvaje Aníbal en el excusado,
que le dicta el pretexto circunstancial. Son los campesinos
destituyentes, o los citadinos asquerosos, o los medios hegemónicos, o
los conjurados que hostigan.
Como una vaca sagrada a la que nadie
puede rozar, así esté deponiendo sobre el santuario, Cristina es la
causante última del sinfín de iniquidades a la vista. Pero en vez de
asumirse como eficiencia del desquicio, convocará siempre a algún
komisario de la intelligentzia para sostener sin rubores que se trata de
una campaña de hostigamiento contra “el núcleo ético del kirchnerismo”.
No es ella la máxima proterva que ejecuta una política de exasperantes
iniquidades.. Tampoco “Él”, a quien continúa fielmente, y que descansa
impoluto en patagónica cripta. No son los tangibles hechos de perversión
y los hombres concretos que los protagonizan, el problema. No. La culpa
es de los agresores del núcleo ético, como farfulló el burdégano
Gonzalito.
Tamaño nominalismo ha llegado al
ridículo extremo de que los imputados se anticipan a dar a luz sus
antiguas o nuevas fechorías, pero en vez de enmendarlas o de someterse
al castigo correspondiente, lo hacen acusando a los hostigadores del
núcleo ético de querer darlas a conocer a la brevedad. Nos avisan de
haber delinquido, pero no por arrepentimiento que clama sanción, sino
para que se vea cuán insidiosos son lo que, al poco tiempo, darán a
conocer la noticia. Este es justamente el famoso núcleo ético del
kirchnerismo: la falta absoluta de una ética privada y pública fundada
en las virtudes. La ausencia de todo decoro, de toda justicia, de toda
veracidad, de todo honor, de toda grandeza. La deyección hecha política.
La purulenta secreción de las almas rencorosas, con palabras de Ortega.
La fecalidad, si se nos permite el eufemismo.
Que tengan cuidado los sofistas de
Carta Abierta con la teoría de la vaca sagrada. Puede durar un tiempito.
Pero no estamos en la India, y a más de una res y un mulo la sociedad
argentina los carneó para el proverbial asadito gaucho.
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