La última
elección y una enseñanza a tener en cuenta
Por
Alberto Buela (*)
Hay una vieja anécdota de Perón en un
reportaje español cuando le pregunta el periodista: “¿General, cómo se
divide el panorama político argentino?. Mire, hay un 30% de radicales, lo
que Uds. entienden por liberales. Un 30% de conservadores y otro tanto de
socialistas. Pero, General, y donde están los peronistas?.
¡Ah!,no, peronistas son todos.”
La última elección nacional de hace unos días
mostró que ese diagnóstico del viejo Perón cambió. Hoy hay, a grandes
rasgos, un 15% de radicales (liberales del siglo XIX), un 15% de
socialistas (también dependientes siglo XIX). Otro 15% de conservadores
(partidarios de Duhalde y Rodríguez Saa), un 5% de la izquierda (del siglo
XIX). Y un 50% de kirchneristas, partidarios del matrimonio Kirchner, que
gobiernan Argentina desde hace ocho años.
Este es le hecho bruto y hay que aceptarlo. El
oficialismo gobernante ofreció al electorado un comando unificado, un
discurso progresista y once millones y medio entre empleados del Estado,
las provincias y los municipios, más los planes “descansar”, y los
subsidiados de todo tipo (
piqueteros, estudiantes crónicos, padres de
múltiples hijos de múltiples matrimonios, madres, abuelas, hijas y nietas
de Plaza de Mayo, combatientes truchos de Malvinas, obreros y empleados de
empresas fundidas intentando reciclarlas, obras sociales de gremios
fraudulentos y un largo etcétera). Mientras que la oposición nunca fue
tal, sino sólo tuvo una multitud de opositores que confundieron el enemigo
principal con el secundario.
Así, Duhalde dos días antes de la elección
lanzó, con bombos y platillos una revista de pensamiento denominada
“Consensos”, como si estuviera él gobernando, en lugar de plantear un
“disenso claro y distinto” al gobierno kirchnerista que buscaba
desalojar.
El kirchnerismo triunfó porque su discurso
supo interpretar al “nuevo hombre argentino o al argentino del siglo XXI”.
Este hombre no corre riesgos ni tampoco tiene ideales, sólo tiene
intereses personales y sobre todos económicos. Este
hombre dejó de destacarse por algún rasgo específico como pretendían
nuestros próceres de antaño y de hogaño como Rosas, Hernández, Juan
Agustín García, Ernesto Quesada, Ricardo Rojas, Lugones, R. Sáenz Peña,
Yrigoyen, Jauretche, Scalabrini Ortíz, Perón. Hoy el hombre argentino ha
cambiado, ha dejado de ser lo que era. Es otra cosa, es distinto y al
mismo tiempo mucho más igual, más homogeneizado al “hombre universalista
de pensamiento único”. (Veamos Tinelli, Casella o Fantino y saque cada uno
sus conclusiones).
Es cierto que las diferentes estrategias
electorales de la oposición fueron erróneas como ya vimos, pero su derrota
aplastante tiene otra explicación y es que no se percataron que desde la
debacle económica-política del 2001 se produjo un cambio sustancial en el
arquetipo, ideario y convicciones del hombre argentino y a éste no se le
puede pedir ya más “peras al olmo”.
Todo el discurso de los tres quinces por
ciento fue un discurso viejo, del pasado, vinculado el desastre y quiebra
que padecimos en el 2001, cuando el pueblo salió a la calle a gritar: “que
se vayan todos”. Y estos quisieron volver y el pueblo les dijo: no, con un
cachetazo formidable de votos.
Ahora tenemos kirchnerismo para cuatro años
más, con lo completará un período de doce años de gobierno ininterrumpido,
que se transformará en el mayor de la historia política argentina bajo un
mismo color partidario.
El poder de Cristina Kirchner se multiplicará
en una especie de “totalitarismo democrático” y la corrupción desde el
Estado también, pues como afirmó lord Acton: el poder corrompe y el
poder absoluto corrompe absolutamente. (Bandieri, que no es tonto, ya
la dibujó como una reina).
Esta última elección ha confirmado que el
kirchnerismo es la ideología política dominante en Argentina, pero, ¿qué
es tal ideología?. Abreva de entrada en el peronismo, del que rápidamente
se desprende, bebe en las fuentes de la socialdemocracia europea, sobre
todo española (González y R.Zapatero), adopta el discurso progresista que
presenta el pensamiento único y políticamente correcto (así es abortista,
partidario del matrimonio gay, alquiler de vientres en Estados Unidos para
hijos de homosexuales, permisividad educativa regida por la ley del
laissez faire, garantismo jurídico, tinte marcadamente anticatólico
y pro israelita a nivel local, ( había un cartel en los muros de
Policlínico bancario que decía: Kirchner se pelea siempre con
la
Iglesia, pero nunca con
los judíos), manejo de la
inseguridad como política de Estado para control de la población por el
temor, culturalmente antiespañol (compró la leyenda negra) , indigenista
(compró el genocidio de Roca) ilustrado europeizante
(compró a Morin, Laclau, Augé), y un largo y claro
oportunismo en todas las decisiones políticas, que pueden cambiar de la
noche a la mañana sin aviso previo).
Eliminado el sistema de lealtades sobre el que
se construyó la
Argentina moderna: lealtad a la
mujer y a la familia, a la tradición nacional, a los valores patrios, a la
revolución peronista que quedó inconclusa. Eliminados el sistema de
valores que construyeron al “viejo argentino”, valor al trabajo, a la
palabra empeñada, al ahorro, al aseo, a la modestia, a la revolución que
no pudimos completar con Sáenz Peña, Irigoyen y Perón. Solo queda este
“nuevo hombre” motivado por sus propias y pequeñas cosas, en sus intereses
más bajos, al que le cuadra perfecto la ideología kirchnerista y el mundo
de disvalores que representa.
Hay que aceptarlo, aunque no nos guste, pero
hombre “nacional y popular” del que hablaron toda la vida el peronismo y
el nacionalismo no existe más y si existe es una ínfima minoría que apenas
llega a un 15%. Pero además esta, es una minoría confusa y confundida.
Confusa porque sus propios intelectuales y agentes políticos no saben bien
lo que quieren. Intelectuales que abrevan en las fuentes ideológicas del
progresismo socialdemócrata de un Edgar Morin, que es una de las fuentes
del kirchnerismo y agentes políticos que ponen como candidatos de primera
línea a nombres como Rukauf, desprestigiados y despreciados por el pueblo
peronista.
En la vida no hay que ser un renegado ni
perder las esperanzas aun cuando las circunstancias sean adversas. Y en
este caso no podemos renegar del masivo voto popular a la candidatura de
Cristina Kirchner y esperemos simplemente que este tercer gobierno sea
mejor que los anteriores por el bien de nuestro propio pueblo,
y que realice un gobierno de respeto a la voluntad de
las mayorías nacionales y no a favor de grupos, sectores o lobbies.
Porque lo que es hasta ahora, hizo como el tero, gritó en un lado y puso
los huevos en otro. Criticó a los grupos concentrados de la economía y las
finanzas pero gobernó, de hecho, con y a favor de estos grupos.
En el mientras tanto, nosotros, y los pocos
criollos que vamos quedando, desensillaremos hasta que aclare porque
vislumbramos que vamos a tener nubarrón para rato.
Los hombres y mujeres que quedan del peronismo
auténtico se tienen que asumir como una minoría, que como me observara ya
en 1988 ese gran nicoleño que es Roberto Karaman, tiende a
desaparecer.