CAMALEONES
Días pasados
nos visitó en nuestra ciudad Orlando Barone, alcahuete a sueldo del
gobierno en la TV Pública, es decir, pagado, y muy bien, con el dinero de
todos los contribuyentes. El “Chupador”, como lo bautizara Lanata, fue
empleado del Multimedios que hoy defenestra durante el último gobierno
militar; de allí que el gordo, al recordarle su pasado, le dijera a su
acomodaticio colega “toda la dictadura chupando, Barone”. En una
entrevista con un diario local, se menciona que el canoso
comunicador
realizó una profunda autocrítica al decir que “me avergüenza gran parte de
mi curriculum, me quedaría sólo con lo último”, refiriéndose
posiblemente a su participación en el programa radial de Víctor Hugo
Morales y en el programa televisivo 678;
y “ahora que tengo 74 soy más revolucionario que cuando tenía 17, que era
un boludo”.
Mire
usted, a la vejez viruela viene este miserable a descubrir su costado
revolucionario, justo ahora, que es tan fácil declararse “progresista”,
“garantista”, “derecho-humanista” y otras yerbas por el estilo. La verdad
es que boludo no fuiste nunca, de esto podés estar seguro; tu curriculum
marca que fuiste siempre un piola bárbaro, un típico veleta que vivió
acomodado según la dirección de los vientos. No nos sorprende que este
personaje –defensor del proxeneta Zaffaroni y de la experta en la
desaparición de dineros públicos Hebe de Bonafini– sea alabado por la
prensa “progre” concordiense. Sí molesta que lo haga un plumífero
–sedicente “católico”– habitual del vespertino local.
Y
ya que de panqueques hablamos, no vienen mal unas perlas de otro de los
íconos actuales del llamado “periodismo militante”, que en realidad
debería denominarse “periodismo mercenario”. La referencia es para Víctor
Hugo Morales, a quien también tuviéramos de visita en nuestra ciudad hace
no mucho, dando una conferencia con entrada libre y gratuita al momento de
traspasar la puerta del teatro, pero que seguramente fue bien remunerada
con dineros públicos, por supuesto, dada la desmedida afición por la plata
del personaje en cuestión. Al decir del periodista Diego Bonadeo, su
vuelco fenomenal, pasando de crítico del gobierno a oficialista
incondicional, obedecería a varias miles de razones. A buen
entendedor…
Presentado
por los medios oficialistas como paradigma de la ética y de la lucha
contra los poderosos, su pasado y su estilo de vida ponen de manifiesto
sus contradicciones y su hipocresía.
¿Cómo
vivió sus días en los años del gobierno militar en el vecino país? ¿Acaso
fue censurado, perseguido o encarcelado? Nada de eso, más bien todo lo
contrario, como nos lo hace saber el periodista Leonardo Haberkorn –con
quien mantenemos nuestras reservas en materia de opiniones políticas– en
su blog El Informante, de donde extractamos los
entrecomillados.
“Víctor Hugo irrumpió con fuerza en los medios uruguayos entre 1974 y
1975, cuando murió Carlos Solé… Trabajaba en un grupo económico poderoso,
tanto como el Clarín
de hoy. Relataba en radio Oriental,
aparecía en Telenoche
4, el noticiero más visto del país, y a medianoche conducía
Hora
25, otra vez en Oriental.
Canal 4 y radio Oriental
eran de la familia dueña de radio Montecarlo,
la más escuchada. A su vez, comenzó a escribir en Mundocolor,
un vespertino de los mismos propietarios que el diario
El País y Canal 12.
Tenía un pie en cada uno de los dos mayores conglomerados de medios del
Uruguay”.
En
una época en que determinadas críticas y opiniones eran censuradas,
“…Víctor Hugo encontró una mina de oro: en un país donde informar era leer
comunicados militares, descubrió que no había nada que impidiera informar
y opinar sobre los avatares internos de la Asociación Uruguaya de Fútbol,
sobre lo que hacían, decían y votaban los dirigentes de sus clubes. A
ellos se los podía criticar, incluso con la mayor dureza: nadie lo había
prohibido”. Otros de sus blancos predilectos fueron el ídolo y goleador de
Peñarol, Fernando Morena, y el presidente de dicho club, Washington
Cataldi, a quienes criticaba con ensañamiento. Al primero lo
responsabilizaba de los fracasos de la selección uruguaya, mientras que
Cataldi –diputado del parlamento disuelto en 1973– representaba, según
Víctor Hugo, toda la corrupción del fútbol uruguayo.
“Esa
era la trampa de la propuesta de Víctor Hugo, tan funcional a los
intereses de la dictadura. Mientras en el Uruguay pasaban cosas terribles,
él construyó un mundo paralelo, donde habitaban unos tipos siniestros y
mafiosos, que no tenían nada que ver con el régimen. Eso era exactamente
lo que la dictadura necesitaba”.
Hasta
que en julio de 1978, los dirigentes de la AUF, cansados de sus críticas
sistemáticas, “decidieron quitarle a Víctor Hugo la autorización para
relatar durante un mes y medio”.
“Dado
que VHM era el periodista más popular del país, la decisión de suspender
su derecho a relatar provocó un escándalo. En forma insólita, en un país
donde había miles de presos y destituidos por razones políticas y nadie
decía nada, de golpe volvió a hablarse de libertad de trabajo”. Y salieron
en su defensa personajes como el ex presidente de facto Alberto Demicheli
y el general Julio César Rapela, entonces jefe del ESMACO, el Estado Mayor
Conjunto de las Fuerzas Armadas. Este último “le aseguró que la decisión
de la AUF no tenía nada que ver con el gobierno o el poder militar. Por el
contrario, el gobierno estaba preocupado por sus consecuencias”.
“Finalmente,
el 19 de julio de 1978 el presidente de facto Aparicio Méndez revocó la
decisión de la AUF y lo autorizó a volver a relatar”.
“Ante
esta decisión, Víctor Hugo –según escribió el 20 de julio en Mundocolor–
sintió vergüenza, pero no por haber tenido que ser amparado por un
gobierno que violaba todos los derechos que él mismo invocaba, sino por haber distraído a nuestros
gobernantes en un tema infinitamente menor al que les ocupa día a
día”.
En
1981 recaló en nuestro país, pero no precisamente como exiliado político,
sino con el objetivo de lograr lo que según sus propias palabras lo
obsesiona: “hacer diferencia económica”. Lo que sigue después ya es más
conocido.
Ayer
protegido por un gobierno de facto, hoy panegirista del criminal montonero
Rodolfo Walsh, calificarlo de incongruente es poco. ¿Cómo se entiende su
afán de lucro en alguien que se declara admirador de la tiranía cubana y
del Che Guevara? ¿Cómo es
que este individuo que se caracteriza por su sistemática prédica
anti-capitalista se da el lujo, entre otros placeres, de asistir
asiduamente a espectáculos en Estados Unidos y en Europa? ¿Podría darse
esos gustitos burgueses viviendo en su admirada Cuba? En definitiva, lo
que queda claro es que el oriental oriundo de Cardona es un sujeto al que
le gusta la buena vida, un bon
vivant, que ha ganado mucho dinero en su profesión,
beneficiándose del sistema al que critica, que permite, con su irrestricta
libertad económica, que algunos pocos privilegiados como él vivan en la
opulencia, mientras de la boca para afuera dicen preocuparse por las
injusticias sociales.
Lorenzo
Guidobono